23 de enero de 2000
Hoy he soñado con Mami. Ella estaba corriendo a través de un bosque denso, empujando a la vez un carrito de niño con ruedas oxidadas. Debía de ser otoño, muchas hojas multicolores yacían en el suelo. Mami se había recogido el pelo en un moño complicado pero perfecto, para estar más cómoda seguramente. Se había camuflado con un largo abrigo negro con botones de arriba abajo, como los que llevan los militares. Sus gestos, pese a tropezar con el montón de hojas que le entorpecían los pies y obstaculizaban su paso, eran ligeros y armoniosos. Se paró de repente, sin aliento, y se puso a acariciar el rostro del bebé que estaba en el carrito.
Sus caricias me dan calor al corazón y su rostro dulce me reconforta. Siento que siempre ha estado, que nunca se ha separado de mí. Va enrollando sus dedos entre las mechas de mi cabello. La sensación de un amor infinito me invade y cuando vuelvo mi cabeza hacia su rostro, tiene los ojos cerrados pero esboza una sonrisa porque sabe que la estoy mirando. Sus labios parecen llevar un carmín rosado suave y no paran de moverse, intentando decirme algo.
—Descansa, mi niña.
Y para dar énfasis a sus palabras, Giovanni me aprieta más contra su cuerpo. Nos volvemos a dormir así, en la pequeña habitación de hotel donde me he instalado para una temporada.