6 de abril de 1997
Son las cuatro de la tarde y Cristian no me ha llamado ni me ha mandado mensajes. ¡Joder! No paro de pensar en él durante todo el día. ¿Me estaré enamorando? ¿Por qué pasa de mí de esta forma? ¿Acaso no le ha gustado pasar la noche conmigo? Pero entonces, ¿por qué me ha dicho que ha sido sublime? ¿Solamente palabras…?
Mi cerebro va a mil por hora, y no paro de divagar sobre lo que estará haciendo él en un día tan soleado. ¿Estará en la playa con los mismos amigos que encontramos en la discoteca, riéndose de mi manera de abrir los dedos de los pies cuando me he corrido? Solamente de pensar en esta posibilidad, me deja la autoestima por los suelos. Me podía haber llamado para repetirme que le ha gustado mucho pasar la noche conmigo. A las mujeres nos encanta que nos vayan diciendo una y otra vez estas cosas. Y yo, soy una de ellas. Cristian no es para nada psicólogo y me está decepcionando. Tampoco le estoy pidiendo que sea el padre de mis hijos, pero al menos, que tenga el detalle de manifestarse. Es igual. Si no llama, es porque no vale la pena.
Por si acaso, busco en un mueble del salón un libro muy útil en casos de emergencia como éstos. Se titula Cómo romper con su adicción a una persona, de Howard M. Alpern. En el índice, leo: «Algunas personas mueren a causa de relaciones perjudiciales. ¿Quiere ser uno de ellos?».
¿Qué estoy haciendo? Solamente le he visto dos veces. A lo mejor lo único que pretendía era hacer el amor con alguien, sin complicaciones, y he aparecido yo. ¿Por qué me estoy comiendo la cabeza de esta manera con este hombre?
Me cuesta decirlo, pero quiero claramente volver a acostarme con él. Voy a leer este libro, y repetir los aforismos de las últimas páginas. No me estoy enamorando, no estoy enamorada para nada, ni un poquito.
A la una de la mañana, estoy despatarrada encima de mi sofá, con el libro encima de la nariz; me he quedado dormida en una mala postura y me duele todo el cuerpo. Arrastrando mis pies dentro de las zapatillas, me voy hacia el baño, todavía aturdida, para limpiarme los dientes. Tengo las páginas del libro literalmente marcadas en la mejilla derecha. De muy mal humor, me voy a la cama con la intención de borrar mañana, definitivamente, el teléfono de Cristian de mi agenda. Ha sido sencillamente eso: una estrella fugaz.