14 de mayo de 1998
Lo he pensado muy bien y he decidido no aceptar la oferta del señor Rijas, en caso de que me llame para decirme que han retenido mi candidatura. El puesto que me ha ofrecido no es del todo acorde con lo que estoy buscando, por lo que voy a seguir tratando de encontrar un trabajo dando por hecho, de todas formas, que existen pocas posibilidades de que me vuelva a llamar.
Me he equivocado, y esta mañana me llama su secretaria para informarme de que me han seleccionado y me insta a presentarme nuevamente por la tarde, para volver a hablar con Jaime.
Sin demasiado entusiasmo, me presento en la oficina, más por profesionalismo y para quedar bien con esa gente que por ganas de empezar a trabajar con ellos.
Encuentro a Jaime Rijas más distendido y amable que la primera vez, y me sorprende con qué convicción da por hecho que voy a aceptar la oferta.
—Es un trabajo de mucho prestigio, señorita. Me he quedado con su candidatura y la de otra chica que acaba de salir de ESADE. En caso de que sea usted la elegida, va a aprender los entresijos de las empresas y entenderá los trucos de la viabilidad o el fracaso de algunas de ellas. Nosotros vendemos consultoría para establecer normas de calidad ISO, entre otras. ¡Es apasionante!
—No lo dudo, señor Rijas. No digo que no sea interesante, sólo que no me parece acorde con lo que estoy buscando. No tengo ni idea de normas de calidad, para serle sincera. Creo que una persona con un título de ESADE en el bolsillo está más preparada para desempeñar una función en una consultoría de empresas que yo.
Me estoy echando piedras a mí misma. Sin embargo, Jaime insiste en convencerme de que va a ser el puesto de mi vida.
—Entre usted y yo, seamos sinceros, los títulos no valen gran cosa. Yo valoro sobre todo a las personas y su potencial.
—Sí. En eso estoy de acuerdo.
—Empezamos a entendernos —dice, con una sonrisa—. Bueno, quizá si le ofreciera un sueldo más elevado, aceptaría.
—No lo sé, señor. No se trata solamente de un tema de dinero.
—Piénselo otra vez. Piense también en su proyección profesional.
—Lo haré, señor Rijas.
Nos despedimos y me promete llamarme dentro de dos días.