31 de marzo de 1997
Me he pasado todo el día reflexionando sobre lo que ocurrió ayer, mientras Mami está haciendo punto, echándome ojeadas de vez en cuando, intrigada por el aire serio que he adoptado para escribir mi diario. Estoy sentada en un pequeño sillón, cubierto por una manta que ella ha puesto encima para no estropearlo, ya que a Bigudí, el gato, le encanta echarse allí y asearse. Bigudí está delante de mí, mirándome con recelo por haberle robado su sitio preferido. Le cojo en mis brazos, le doy besitos en la cabeza y le acaricio el pelo, para que entone mi melodía favorita, cargada de placer y satisfacción. Cierro mi diario para que pueda acomodarse mejor encima de mis piernas, pero el gato, que es muy cabezota, se queda sentado, mirándome.
—Va a llover otra vez hoy —le digo a Mami, mientras observo cómo el gato se limpia detrás de las orejas.
—Eso está bien para el jardín —me contesta, con una pequeña sonrisa que se queda colgada de sus labios.
Mami siempre sonríe. Es una abuela simpática de un metro ochenta, que colaboró con la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, cruzando bosques para pasar mensajes escondidos en un carrito de bebé. La admiro por ello.
La observo detenidamente mientras va cruzando una y otra vez la lana. No conozco a Mami con otra cara que la que tiene ahora. Es como si hubiese tenido amnesia toda la vida o como si yo hubiese perdido la memoria.
—¿Alguna vez tuviste un amante antes de conocer a Papi?
Mi pregunta no parece sorprenderla. Me contesta tranquilamente, sin dejar de concentrarse en el punto.
—Tu abuelo ha sido el único hombre de mi vida. Me casé con él porque otra cosa no podía hacer. Pero aprendí a quererle. Recuerda: como decían en una película, una mujer sin estudios tiene dos opciones en la vida, o el matrimonio o la prostitución, que, en definitiva, es lo mismo, ¿no? Nunca me he pegado un revolcón con otro hombre, si a eso te refieres, ni antes de conocer a tu abuelo.
—Y si pudieras volver a empezar, ¿qué harías?
—Pues pegarme todos los revolcones del mundo, hijita —me contesta riéndose.
Ahora ya sé de dónde me viene este carácter tan liberal. Me levanto y le doy dos besos como agradecimiento a su sinceridad y a la complicidad que me acaba de brindar.
—¡Ah!, y estás autorizada a escribirme y contarme con todo detalle tus revolcones, hijita mía.
—Te lo prometo.