16 de diciembre de 1999
Boris quiere volver a ver a la Princesa, pero, como buen discípulo que es, desea compartir. Está absolutamente descartada la posibilidad de hacer el amor los tres con Yana (así lo he decidido yo y Giovanni está de acuerdo conmigo). Entonces, se le ha ocurrido la idea de hacer venir a una amiga de ella, mayor de edad, especialista en tríos, nos ha asegurado el tipo de la agencia. Y es así como conocimos a Kateryna. Llegan las dos en la misma limusina que había traído a Yana la primera noche. Para nuestra gran sorpresa, la Princesa aparece vestida como una adolescente, con shorts negros minúsculos, un t-shirt blanco y unos zapatos de plataformas dignos de un espectáculo de Drag Queens. Lo único que la protege del frío es un abrigo de piel larguísimo que lleva encima de los hombros y que no hace juego con el resto de la ropa. Creo que nos ha cogido confianza y ya no necesita disfrazarse de «mujer fatal». Parece aún más desinhibida que la otra noche, y nos da dos besos a cada uno como si nos conociera de toda la vida. Estamos todos fuera de la dacha, yo sentada encima de la balaustrada de la playa. Se me queda mirando con una sonrisa amplia, y entiendo que quiere darme las gracias por los pendientes que lleva puestos. Se da de repente la vuelta y, en su idioma, la llama. Kateryna es una chica rubia, con el pelo largo rizado, muy bajita, y lleva un vestido azul salpicado de pequeñas flores rojas, y un ancho cinturón de cuero azul que pretende aprisionar sus caderas, que sospecho demasiado redondas. Tiene unos ojos turquesa gigantescos, y la nariz pequeñita, digna de una japonesa. No sonríe demasiado, parece un cachorro asustado. Nos saludamos con un apretón de manos, muy frío, y otra vez empiezo a sentirme culpable. Yana la está animando a su manera y yo busco desesperadamente la mirada de Boris para entender lo que está pasando. Yana se pone a hablar y hablar, y Kateryna le contesta con frases muy cortas. A mí me suena todo eso a chino, pero entiendo que la situación no parece gustarle mucho. Cuando Yana coge a Kateryna de la mano y entra con ella, casi corriendo, en la dacha por la terraza del salón, las seguimos en fila india, obedeciendo a esta pequeña princesa que se ha convertido de repente en el jefe de nuestra tribu. Yana empieza a volver la cabeza hacia todos los lados. Parece claro que está buscando algo. Boris está completamente hipnotizado por Yana y no reacciona. En cuanto a Kateryna, se encuentra incómoda y no sabe dónde meterse, hasta que traigo la botella de vodka adivinando qué es lo que estaba buscando Yana. Ella y yo hemos establecido una especie de comunicación a través de los ojos. Kateryna salta literalmente encima de la botella, y bebe directamente de ella. Esta ingestión de alcohol parece tener unos efectos inmediatos ya que empieza a bailar y Yana le sigue hablando, aprobando su actitud.
—¿Qué le está diciendo? —le pregunto a Boris.
Boris se sobresalta. Parece haber salido de un profundo sueño y, después de pensar un poco, me responde:
—Le está diciendo: «Te quiero, me quieres, y es lo único que importa. Piensa que te quiero, que nos queremos. Y todo saldrá bien».
Esta noche hemos llenado el salón de velas y Giovanni empieza a encenderlas, una por una, para crear un ambiente más íntimo. Es perfecto. El vestido de Kateryna, a la luz de las velas, se transparenta y deja entrever un cuerpo generoso de curvas. Yana empieza a desabrochar los botones del vestido de Kateryna, sin dejar de balancearse suavemente. Giovanni, como de costumbre, está sentado en el viejo sofá, mirando con atención la escena y echándome de vez en cuando miradas para observar mi reacción. Me acerco y me siento a su lado. Me coge en sus brazos y me va dando un beso sobre la frente. Yana y Kateryna, mientras, se han fundido en un profundo beso, dejando entrever de vez en cuando dos lenguas que buscan como locas todos los rincones de máxima sensibilidad. Giovanni y yo hacemos lo mismo. Me quita dulcemente el jersey de lana que llevo. Y yo estoy yaciendo así, prisionera de mi curiosidad por ese beso lésbico, y de los brazos de Giovanni. Hasta que siento las manos frías de Kateryna acariciándome la espalda y jugando con el cierre de mi sostén.