27 de marzo de 1997
Hoy, Hassan ha salido pronto del hotel. Había una rueda de prensa en el palacio de La Zarzuela, y mientras se estaba vistiendo, estuvo repasando las preguntas escritas sobre un trozo de papel reciclado. Yo, mientras tanto, estuve elucubrando sobre qué hacer y cómo organizar mi jornada. Ni shopping, ni Museo del Prado ni nada. Hoy he tenido cuatro relaciones sexuales. Dos por la mañana y dos por la tarde. El equilibrio perfecto.
La primera fue en el metro. Un hombre me tocó el trasero con el pretexto de que el vagón estaba repleto de gente y no sabía dónde poner las manos. Bajamos en la siguiente estación y, en un fotomatón, trabajé con gula su sexo caliente.
La segunda sobre la una de la tarde, después de comprar un bocadillo. Estaba comiéndomelo en el Retiro, cerca del Palacio de Cristal, detrás de un árbol y en medio de las ardillas —más que ardillas, parecían pequeños humanos peludos encogidos—, cuando un tipo se ha acercado y me ha preguntado si por dinero me acostaría con él. He rechazado el dinero, pero he aceptado darle alegría al cuerpo. Me importa tres pepinos el dinero. Mi curiosidad siempre ha rechazado este tipo de trato comercial. Además, considero que no tengo precio. No ha habido mucho contacto físico entre nosotros. A pesar de mi concentración en la ardua labor, he estado más pendiente de la gente que paseaba por el parque. No quería acabar en una comisaría, escoltada por dos policías.
Por la tarde, me he citado otra vez con Víctor, quien ha subido hasta mi habitación del hotel. Sabía que Hassan no volvería hasta muy tarde así que me he concedido un poco de tiempo para gozar de la compañía de mi amigo. Hemos vuelto a rememorar los momentos pasados en Santo Domingo, y sin pedirme permiso, me ha cogido en sus brazos, me ha estrechado fuertemente y nos hemos fundido en un beso que decía mucho sobre lo que iba a suceder. Le he quitado delicadamente la camisa y he dejado al descubierto un torso fuerte, recubierto de un precioso bosque denso, que desprendía un calor sofocante, reflejo de su deseo por mí. Imitando mi gesto, me ha quitado la camisa, ha acercado sus manos a mi pecho, prisionero en un sostén demasiado pequeño, que estrangula y levanta mis pequeñas tetas para que parezcan menos caídas y, poco a poco, se ha puesto a dibujar con sus manos la forma de la ropa. Luego, me ha hecho caer delicadamente sobre la cama, reteniendo mi nuca con una mano, para que no se fuera hacia atrás en un movimiento brusco. Ha ido besando mis piernas, rozándolas con sus labios ligeramente húmedos, y la habitación, silenciosa, se ha llenado con los pequeños ruidos de su boca ávida sobre mi piel. Mi excitación ha llegado al máximo cuando su boca ha rodeado mi sexo, sin nunca dar en el blanco. Después de nuestro abandono mutuo, hemos querido repetir. Y esta vez, he tomado yo la iniciativa. Sabía que le iba a gustar y de hecho, no se ha hecho de rogar.
Al volver Hassan al final del día, me encuentra tendida en la una, mirando la televisión. No ve ni parece sospechar nada. Pero sigue con el mismo humor que la víspera. Me anuncia que se tiene que ir a la mañana siguiente a Marruecos y que nos despediremos en el aeropuerto.