Encuentro con Cristian
28 de marzo de 1997
A primera hora estamos ya en Barajas. Hassan se despide de mí, rápida y fríamente, porque no le gusta mostrar emociones en público. Cuestión de cultura. No sé cuándo le volveré a ver. Tampoco se lo he preguntado. Luego, cojo el puente aéreo que me lleva hacia un ajetreado día en Barcelona. Después, por la noche, tengo una cita: el director de una oficina de banco a quien, un día, entregué mi tarjeta con mi teléfono personal apuntado a mano en el dorso, me ha invitado a cenar. Nunca pensé que me iba a llamar, sin embargo lo ha hecho. Así que esta noche tendré que ir más que preparada.
Después de la jornada laboral, empiezo el ritual previo a una cita y me voy a duchar. Utilizó mi gel de sándalo de Cabtree and Evelyn, apropiado para este tipo de circunstancias. Me encanta el olor porque dicen que el sándalo despierta el deseo, es decir, que es afrodisíaco. Su suave aroma a madera me hipnotiza, y deseo que también emborrache mi piel. Vierto el gel en la palma de la mano antes de extenderlo en los pies y las piernas. Cuando tengo todo el cuerpo cubierto, aprovecho para fumarme un cigarro, el tiempo justo para que el perfume a sándalo se quede impregnado en la piel. Luego, después de enjuagarme, me paso la loción corporal del mismo perfume.
Mientras me estoy vistiendo —he elegido un vestido de noche verde esmeralda con medias transparentes y zapatos de tacón alto— me pongo a pensar en los momentos previos al encuentro, cargados de emoción y de deseo. Éstos son, en definitiva, los mejores momentos. Por eso, hoy no tengo la menor intención de entregarme fácilmente. Quiero que dure. Primero, iremos a cenar. Durante la cena, le provocaré y le entregaré mis bragas y las medias para que sepa lo que puede pasar luego. Que se imagine cada poro de mi piel sin el contacto de la fibra. Que pueda oler mi deseo sin el filtro de la ropa. Haré eso: entregarle la lencería. Que imagine a qué sabe mi sexo, mientras está masticando un trozo de entrecot a la pimienta.
Me he maquillado un poco, no demasiado. No quiero acabar con el rímel corrido en las mejillas al primer contacto físico. Este defecto le puede dar a cualquiera un aire de puta barata que es detestable. Gloss en los labios. Blush en las mejillas. He dibujado una suave línea blanca en la parte interna de los ojos. Es suficiente.
Han llamado a la puerta a la hora acordada y, tras bajar, me he encontrado con un hombre realmente muy atractivo. Es curioso, porque no lo recordaba así. Lleva una corbata de seda azul marino con pequeños reflejos violeta, muy sutiles. El traje es de corte clásico, azul marino también, y su camisa blanca le da un toque de elegancia que le hace irresistible. El reflejo de sus zapatos me dice que los ha limpiado justo antes de venir y ese detalle me confirma que debe poner mucho empeño en todo lo que se propone.
Cristian tiene la sonrisa de los actores americanos de los años cincuenta, con dos pequeños hoyuelos en la comisura de los labios. El primer día que le vi percibí una gran sensibilidad en él. Seguro que debe de ser buen amante.
Sin embargo, no pasa absolutamente nada entre él y yo esta noche. A pesar de no tener mucho que decirnos, no me he atrevido a ejecutar el plan que tenía previsto para llenar el silencio. Nada de medias entregadas furtivamente debajo de la mesa, nada de insinuaciones por mi parte. Me ha pedido volver a verme otro día, y, haciendo una excepción en mi propio reglamento, le he dicho que sí.