30 de julio de 1997
Me da igual lo de Cristian, porque me he fijado en un agente de policía que hace guardia delante de la comisaría al lado de mi casa. Ya me ha regalado su mejor sonrisa y cada vez que paso me observa, tan elegante con su uniforme, el cuello apretado por los dos botones de una camisa demasiado estrecha. Creo que le gusto y que le despierto algo. El agente, que dice llamarse Toni, es un tipo más pequeño que yo, con el pelo moreno cortísimo. Está siempre muy erguido delante de la puerta, y su caja torácica parece poner de relieve, debajo del uniforme, un cuerpo potente y fibroso. La única muestra de debilidad de Toni es una divertida peca que se ha colocado cómodamente al lado de su labio superior derecho.
Cuando le dejo mi número de teléfono, la pequita del agente se levanta, desplazada por las líneas que expresan una sonrisa sincera.