Miss Sarajevo

1 de septiembre de 1999 por la noche

Tres de la madrugada.

Pasa un tiempo antes de que reaccione; mi móvil está sonando desde hace una eternidad.

—Sí, ¿dígame? —respondo con voz de ultratumba.

—Hola, Val, soy Angelika, la encargada de noche de, la casa —me dice una voz muy amable, al otro lado del teléfono—. ¿Estabas durmiendo? Llevo intentando hablar contigo desde hace unos diez minutos.

—¡Ah, hola! Sí, pero no importa —digo, levantándome de golpe.

Al oír la palabra «casa», me despierto enseguida. No quiero perder ni un trabajo.

—Mira, tengo un servicio para ti. Es un muy buen cliente de Barcelona. Australiano. Te espera en su casa en veinte minutos. Paga cincuenta mil pesetas más el taxi y, si le gustas, repetirá cada semana contigo.

—Estupendo, ¿dónde vive? —pregunto, buscando rápidamente un bolígrafo para apuntar.

—Toma nota.

Mientras Angelika me va dictando la dirección, estoy pensando en lo que me voy a poner.

—Cuando estés con él y que te haya pagado, me llamas. Y también al salir de su casa. Luego, te vienes directamente para traerme el dinero, ¿entendido?

—Sí, ningún problema —contesto—. ¿Cómo se llama el cliente?

Esta información me parece de vital importancia.

—David. —Y me cuelga.

Angelika me ha parecido muy simpática y profesional. Me gusta, y estoy ansiosa por conocerla.

Me ducho rápidamente, llamo a un taxi y, en quince minutos, ya estoy de camino a la casa de David.

El edificio está situado en la zona alta de Barcelona. Es una casa regia.

—¡Sube! —me ordena una voz, mientras resuena en la calle vacía el portero electrónico.

Me encuentro cara a cara con un hombre muy joven, pequeño de estatura y con gafas redondas que le dan un aire muy intelectual. No es muy guapo pero parece amable y sensible. Me sonríe y me deja pasar inmediatamente. Su piso es bonito, pero no tiene muchos muebles, lo que me hace pensar que seguramente es soltero y no tiene tiempo ni ganas de decorar su casa.

—¿Eres nueva? —me pregunta después de invitarme a sentarme a su lado en su sofá azul.

—Sí —le contesto, respondiendo a su sonrisa—. Se me nota, ¿verdad?

—No, no es eso. Simplemente que llamo a esta agencia todas las semanas y nunca te había visto antes. Así que deduzco que eres nueva. ¿Desde cuándo estás trabajando?

—Desde esta misma tarde —le digo, observando la biblioteca llena de libros y CD.

—Angelika me ha dicho que eres francesa. Eso sí que se te nota —comenta riéndose.

—Sí. Y tú australiano, ¿verdad? Hablas muy bien castellano —recalco, mientras se levanta para ir a buscar algo.

—Podemos hablar francés si quieres, lo estuve estudiando unos cuantos años aunque, a veces, me falta vocabulario —y suelta otra vez una risita.

Me río yo también de buena gana. Parece supersimpático. Pero demasiado pequeño para mi gusto.

Me pone las cincuenta mil pesetas encima de la mesa del salón y me invita a contar los billetes.

—Y ahora, llama a tu agencia para decirles que todo está bien. Si no, te van a reñir.

—Veo que sabes cómo funciona —le digo, mientras voy marcando en mi móvil los números de la casa.

Angelika responde enseguida.

—¿Todo bien? —me pregunta, como si sólo estuviera esperando mi voz al otro lado del auricular.

—Sí. Todo bien.

—Perfecto. Tienes una hora. Cuando salgas, llámame para decirme que has acabado.

David me enseña el dormitorio y, desde ese momento, deja de hablarme. La verdad es que lo prefiero, porque tampoco tengo demasiado que decirle. Empieza a desnudarme, y me sorprende lo bien que me está tocando. Yo siempre he pensado que los hombres que pagan para estar con una chica, nunca hacen bien el amor, y son patosos a la hora de acariciar. Pues me he equivocado porque no es su caso para nada, y decido dejarme llevar y olvidarme del porqué estoy aquí.

Me da besitos por todo el cuerpo, las nalgas, los pies, sube de repente para morderme la nuca, y vuelve a bajar.

Descubro un cuerpo diminuto, y unos genitales en proporción con su tamaño. Pero no importa. Me lo está haciendo pasar muy bien.

En su mesita de noche, hay aceite de masaje y viendo que lo estoy mirando, sin decir nada, lo coge y me hace dar la vuelta, boca abajo, para masajearme la espalda. Es fantástico. Sabe masajear como un verdadero profesional. Esta sensación es tan divina que no me molestaría estar despierta cada noche a las tres para estar aquí con él.

Recupero el sentido una hora más tarde, con rojeces por todo el cuerpo y un besito suave en los labios. Cuando bajo por el ascensor de su casa, me siento ligera y, además, he ganado dinero. ¡No me lo puedo creer!

Llamo a Angelika tal como me ha pedido y cojo un taxi. En quince minutos estoy ya en la casa. Es un verdadero placer desplazarse por las calles de Barcelona a estas horas. La ciudad está completamente vacía. Al llegar, baja Angelika a abrirme la puerta de entrada del edificio, que se queda siempre cerrada durante la noche, por medidas de seguridad.

Después de saludarme con un susurro, para no despertar al vecindario, me invita a subir.

Es una mujer impresionante. Altísima, el pelo de color rojo, unos ojos azules grandísimos y la cara lechosa. No parece para nada una encargada. Lo único que falla en ella es su aspecto demasiado varonil, para mi gusto.

Llegamos al piso y me hace pasar directamente a la cocina.

—En la suite hay un servicio, y en la otra habitación están durmiendo las chicas —me explica.

Y sin esperármelo, me da dos besos en las mejillas.

—Soy Angelika. ¡Bienvenida a la casa!

El trato me parece un poco extraño, más bien exagerado, al fin y al cabo es la primera vez que nos vemos.

—¿Tienes el dinero? —me pregunta, abriendo un cuaderno donde aparecen los nombres de las chicas, las horas de trabajo y los importes.

—Sí. Toma, las cincuenta mil pesetas.

—Muy bien. Te corresponden veinticinco mil.

Y hace una cruz al lado de mi nombre.

—¿Qué tal con David? —pregunta, observando divertida las rojeces que tengo en la cara.

—Como ves, muy bien. Es un amor, y necesita mucho cariño.

—Sí. Todas las chicas están encantadas cuando saben que tienen que verle. Si todos fueran como él… ¿Quieres tomar algo?, te invito yo.

—Necesitaría un café. Ahora, me muero de sueño —contesto con un bostezo.

Angelika comienza a prepararlo en la máquina y luego se hace un chocolate.

—Gracias —le digo, soplando el café para que se enfríe.

—Me ha dicho Cristina que vas a hacer el horario de veinticuatro horas. Ganarás mucho dinero. ¿Y cuándo vas a venir a hacer turno?

—Por la noche, creo. No sé, me imagino que dependerá del trabajo que haya, ¿no?

—Depende de los días. A veces se trabaja más de día, otras veces más de noche. Pero si estás conectada siempre, trabajarás mucho, ya verás.

—¿Y cuántas chicas hay aquí? —pregunto, curiosa.

—Muchas, aunque no vienen todas. Algunas sólo trabajan con el book de fotos, y las llamamos si no hay nadie disponible. Para que te hagas una idea, esta noche han venido seis a hacer turno.

Es entonces cuando comprendo que me ha privilegiado, porque podía haber mandado a cualquier chica de las que se encontraban aquí. Es curioso porque la casa parece vacía, ni un ruido, ni un rumor. Todas deben de estar durmiendo en la otra habitación.

—¿No se molestarán las demás porque he ido yo a ver a David?

—No te preocupes. Siempre quiere chicas nuevas. Y de las que están hoy, todas han estado ya con él. ¡Tampoco tienen por qué enterarse!

—Entonces, no me preocupo.

—¿Qué quieres hacer? ¿Quedarte aquí o volver a tu casa y empezar el turno de noche mañana?

—Prefiero volver a mi casa. Necesito acostumbrarme a este nuevo ritmo.

—Como quieras.

—Gracias, Angelika.

Tras despedirme de ella y subir en un taxi, me doy cuenta de que empieza a amanecer, me encanta la luz que comienza a iluminar la ciudad. El aire está limpio, y me siento muy feliz de poder volver a percibir estas pequeñas cosas. Hacía ya mucho tiempo que no había disfrutado de un momento de serenidad así. Además, he ganado en poco menos de veinticuatro horas setenta y cinco mil pesetas y me lo he pasado muy bien con David. ¡Ojalá las cosas sigan así!

Diario de una ninfómana
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