El embargo
12 de agosto de 1998
No le he dicho nada a Jaime, pero me he ido al banco a retirar el importe. Tenía miedo de llevar tanto dinero encima, así que lo he hecho en tres veces. El director del banco, con quien mantengo una muy buena relación, me ha convocado en su despacho para saber si estoy descontenta con los servicios de la entidad. Le sorprende mucho que retire todos mis ahorros. Le aseguro que no pasa nada y que no tengo nada que reprocharles. Al contrario. Y me invento una excusa diciendo que me ha surgido un imprevisto, el cual tengo que atender imperiosamente.
Esta tarde es miércoles y Jaime está más nervioso que de costumbre. El termómetro para medir su nerviosismo es la cantidad de tiempo que pasa encerrado en el baño por la mañana. Cuanto más nervioso más tiempo, quitándose las pieles muertas del tobillo y dejando el lavabo hecho un asco con restos de piel y polvos blancos.
Jaime tiene que salir al día siguiente por la noche hacia Madrid, para intentar negociar una última vez con el banco. Así me lo ha anunciado. Yo he pensado no decirle nada sobre mi decisión de echarle una mano hasta el último minuto.
Cuando llego a casa me lo encuentro preparando su maleta para viajar al día siguiente y pasar el fin de semana con sus hijos. Con tristeza en los ojos, me dice:
—Quizá sea el último que pueda pasar allí con ellos.
Se queda un rato en silencio y añade:
—¿Cómo les voy a explicar que su casa ya no es su casa?
—No tendrás que explicarles nada —le anuncio alegre—. ¡Toma!, esto es para ti.
Y le tiendo un sobre que recibe con mucha cautela, sorprendido. Cuando lo abre, no puede creer lo que está viendo.
—¿De dónde has sacado esto? —me pregunta suspicaz.
—De mi cuenta. Hay lo que necesitas.
—¿Estás loca o qué? ¿Cómo piensas que voy a aceptar este dinero? ¡Seguro que has pedido un préstamo al banco!
—No, no te preocupes. No he pedido ningún préstamo. Este dinero es mío.
Deja caer el sobre encima de la cama.
—No, no puedo aceptar. ¡Lo siento!
—¡Por favor, Jaime! ¡No seas tonto! Este dinero es mío, y soy tu pareja. Por lo tanto es de los dos. ¡Para eso sirve! Cógelo, ¡por favor! Paga al banco y recupera la casa.
La cara de alegría que pone Jaime en aquel momento no se puede pagar con ningún dinero del mundo. Está tan contento y me abraza con tal fuerza que está a punto de ahogarme.
—No sabes lo que significa esto para mí, mi amor. Me acabas de devolver la vida. ¡Gracias!, ¡mil gracias! No sé cómo agradecértelo, no sé cómo, la verdad.
—Pues, invitándome cuanto antes a esa fabulosa casa que tienes en Madrid.
Al pronunciar estas palabras, su mirada se pierde un instante en el vacío y, luego, me vuelve a mirar y a abrazar tiernamente.
—¡Claro que sí!
Esta noche, Jaime me hace el amor tiernamente. Pero no hay manera de que se aguante y acabamos antes de que yo pueda sentir un orgasmo.