La discusión
20 de septiembre de 1997
Hoy, al salir de casa, me encuentro a Felipe, que llega en moto a su oficina. Hace mucho tiempo que no hemos coincidido y estoy muy contenta de verle. Confieso que ha desaparecido la atracción que sentí por él la primera vez que nos encontramos. A mis ojos, Felipe ha vuelto a ser el chico insignificante y tímido de siempre.
—¡Hola! —dice, mientras va aparcando su moto—. ¡Cuánto tiempo sin verte!
—¡Hola, Felipe! Sí, he estado bastante ocupada. ¿Cómo te va todo?
—Podría ir mejor. Estoy preparando un dossier de prensa para entregárselo a unas revistas extranjeras. Así me hago un poco de publicidad. Hasta me han llamado de una revista de Sudáfrica.
—¡Uau! Te vas a hacer muy famoso.
—Lo único que quiero es que esta compañía acabe funcionando de una vez.
—Seguro que te van a ir bien las cosas. Ya verás.
—¿Tú crees? —parece muy poco seguro de sí mismo.
—Claro que sí. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela. Quizá pueda serte útil, nunca se sabe.
—¡Claro, claro! Gracias de todos modos —me dice.
Tras despedirnos, se va con el casco debajo del brazo y mientras estoy intentando cruzar la calle para ir al otro lado de la acera, me interpela nuevamente.
—¡Oye, Val! Hablas idiomas, ¿verdad?
—Sí, ¿por qué?
—¿Hablas inglés?
—Sí, bastante bien.
—Necesitaría que me echaras una mano con el informe. Lo tengo que redactar en inglés, y mis conocimientos no son muy buenos. ¿Te molestaría echarle un vistazo cuando tengas tiempo?
—Por supuesto, cuenta con ello. Me pasaré por tu oficina, ¿de acuerdo?
—Vale. Gracias de nuevo.
Y cruzo la calle.