7 de enero de 1999
Me siento fatal. Hoy he hecho venir a un fontanero porque el baño estaba estropeado. Ya llevaba unos días funcionando mal, y el agua iba llenando el váter hasta amenazar con desbordarlo. La conclusión del fontanero ha sido que algo está obstruyendo el inodoro. Después de desmontar piezas durante una hora, he encontrado los trozos de la foto que le había colocado en la agenda flotando en la superficie.
Quiero investigar sobre Jaime. He vuelto a hurgar en sus cosas, no sin sentimiento de culpabilidad. Pero he de encontrar una pista que me haga entender lo que le está sucediendo.
He encontrado avisos de devolución de cheques, que Jaime había emitido para pagar a las tiendas de muebles cuando nos mudamos. También hay facturas de teléfono que él va pagando, colocadas en un archivo que ha escondido cuidadosamente entre los demás de la oficina. Los importes son tan elevados, que no ha podido pagar las últimas y las cartas de reclamación se han ido acumulando. Todos los números aparecen detallados, en particular uno, de Madrid, que se repite todos los días a cualquier hora pero, casualmente, no aparece los fines de semana cuando se supone que él está allí.
He decidido llamar a ese número. Quiero aclarar, una vez por todas, lo que está sucediendo. Sé que no está bien lo que voy a hacer, pero siento que debo hacerlo.
Me ha contestado la voz dulce de una mujer joven y, sin cortarme, le he preguntado si puedo hablar con Jaime Rijas.
—No está durante la semana, pero vendrá el viernes. ¿De parte de quién?
—De su mujer —contesto sin pensarlo.
La mujer, al otro lado del teléfono, se ha quedado en silencio. Pero luego me comenta:
—Mire, no sé quién es usted. Pero yo soy Carolina, su novia.
Acaba de pronunciar estas palabras con toda la tranquilidad del mundo y me sorprende un poco. Creo que debe pensar que le están gastando una broma. O quizá, también sospecha, como yo, que Jaime está llevando una doble vida y no se ha sorprendido demasiado por lo que le he dicho. Carolina y yo congeniamos desde el primer momento. Parece una persona inteligente que nunca manifiesta los típicos rencores de las mujeres que comparten a un mismo hombre.
—Carolina, lo siento. Me llamo Val y soy la novia que Jaime tiene en Barcelona. Vivimos juntos desde hace unos cuantos meses.
Suena a chiste y tengo miedo de que Carolina no me tome en serio.
De repente, me estoy sintiendo muy mal, todo está dando vueltas en mi cabeza y creo que me voy a desmayar. Son estas malditas náuseas, que vuelven a manifestarse, y tengo que colgar el teléfono y echarme un momento.
Ha pasado una hora y ya me siento mucho mejor. Vuelvo a llamar a Carolina.
—Disculpe. Me encontraba muy mal y tuve que colgar. Siento entrar así en su vida. No pretendo nada, pero Jaime está tan raro que quería saber lo que pasaba. Ahora comprendo. Lo siento.
Carolina no parece estar enfadada conmigo e intenta tranquilizarme.
—No te preocupes —dice tuteándome—. Jaime es una persona que siempre ha tenido muchos problemas. Pero no pensaba que iba a hacer esto, la verdad.
Su serenidad al otro lado del aparato me está asombrando Carolina prosigue:
—Jaime y yo estamos juntos sólo los fines de semana, porque tiene sus negocios en Barcelona. No sabía que vivía con otra persona.
Le doy mi teléfono y nos despedimos. Ella me ha rogado que no le diga nada a Jaime y decidimos «vengarnos» a nuestra manera, provocando un encuentro los tres, sin que él se entere. Carolina me ha comentado que Jaime tiene intención de pasar San Valentín en Madrid, ¿cómo me puede hacer eso? Y si yo quiero, puedo ir y aprovechar para ver con mis propios ojos lo que él siempre me ha escondido.
Debo decir que Carolina siempre ha sido muy cortés conmigo No nos hemos peleado ni ella me ha reprochado nada. Al fin y al cabo, estamos las dos «en el mismo saco». El único culpable de esta situación es Jaime, y nosotras somos simplemente dos pobres victimas, enamoradas hasta los huesos del mismo hombre, intento esconder mi descubrimiento, no sin dificultad, hasta la fecha acordada con Carolina.
Mientras tanto, mis náuseas se van acentuando cada vez más por las mañanas, y empiezo a temerme lo peor.