El poder afrodisíaco de la Coca-Cola
20 de marzo de 1997
Hoy he recibido una llamada de Hassan en la oficina. Hassan… Hace dos años que no sé nada de él.
«Cabrona —es lo primero que me ha dicho—, desapareciste del mapa. Pero ves cómo sé donde encontrarte. Tengo que ir a Barcelona esta semana, para mi periódico. Me gustaría verte». Hassan…
Tuve una relación de dos años (no seguidos) con Hassan. Tenía (¿tiene todavía?) una predilección especial por introducirme en la vagina botellas vacías de Coca-Cola de 25 cl. Primero me las hacía beber y luego… No sé a qué se debe esa obsesión por la Coca-Cola, mejor dicho, por la botellita. Creo que debe de tener complejo con su pene que, la verdad sea dicha, no tiene grandes cualidades ni morfológicas ni artísticas.
Aparte del sexo, hablábamos poco, pero compartíamos los textos de El Principito de Saint-Exupéry, y sueños sobre lo que debía ser una verdadera historia de amor, suspirándonos el uno al otro. Pero siempre he sabido que no era mi historia de amor. Él es marroquí y yo francesa. Y de alguna forma me tenía como amante para sentir que jodía a toda Francia y su colonialismo.
Así que hoy, nada de sexo, pero una llamada y buenas perspectivas…