Noche del 29 de marzo de 1997
He ido a visitar a Franco, un amigo italiano, y a su familia a su casa de campo. Por la noche me ha resultado fácil conciliar el sueño, entre otras cosas porque el aire puro me ha agotado. He tenido un sueño curioso del que lo que más recuerdo, porque ha quedado grabado en mi memoria, ha sido mi cambio de imagen. Tenía el pelo teñido de negro, como una japonesa, la melena cortada un poco más arriba de los hombros, y una franja que casi me caía sobre los ojos. Era una peluca. Me aterró verme así, porque parecía que me habían impuesto esta imagen a la fuerza. Pero para el tipo de trabajo que se me ofrecía era perfecta. Recuerdo estar en una especie de convento, con muchas chicas. Por la noche íbamos a trabajar al primer piso, que era, sencillamente, una casa de geishas. Me he despertado sudada y he encendido una vela aromatizada para relajarme. Después de haber inhalado el dulce perfume de la vela, me he puesto boca arriba, con las manos hacia atrás, debajo de las almohadas. He comenzado a emprender una especie de viaje en el espacio. Parecerá raro, pero he visto a mi alma levantarse de mi cuerpo y volar. De repente, he sentido que alguien desde atrás (creo que era un hombre) cogía mis manos y tiraba hacia atrás, para llevarme con él. Yo le daba puñetazos, pero mi postura me impedía moverme con total libertad. Al no conseguir arrastrarme, se levantó de repente y se dejó caer sobre mi cuerpo con la intención de fundirse en mí. Tenía una túnica de color oscuro, y para evitar que entrara en mi cuerpo, he encendido nuevamente la luz y me he fumado un cigarro. Tengo la sensación de no estar sola en la habitación. Tengo miedo.
Mi amiga Sonia me ha hecho su particular interpretación del sueño, explicándome que el hombre con la túnica negra representa todas mis fobias y energías negativas, y que es buena señal que haya podido librarme de él.
—Es el anuncio del principio de una nueva etapa en tu vida —me ha dicho, orgullosa de ser clarividente por un día.