25 de julio de 1997
Son las once de la noche, y he llegado la primera al bar en el que había quedado con Sonia para tomar una copa. Cuando aparece, con quince minutos de retraso, la veo entrar ligera, su pelo flotando en el aire, y su pequeño cuerpo que parece levantarse del suelo. Sonia camina con la fluidez de una bailarina de ballet clásico.
—Estoy pensando en poner un anuncio para encontrar novio, ¡fíjate lo que te digo! —me comenta llorando.
—¿Tú? ¿Un anuncio? Creo que es un poco fuerte lo que me estás diciendo, Sonia. ¿No me digas que no puedes encontrar a un hombre sin pasar por los clasificados? Si tuvieras sesenta años y estuvieras soltera, lo entendería, ¡pero a tu edad!
—No pretendo que me entiendas. Pero te juro que estoy por tirar la toalla. Me encuentro otra vez deprimida. Tengo taquicardia y no consigo dormir por las noches.
—¡Venga! No te mortifiques por no tener novio. Ya llegará. Pero sólo si dejas de obsesionarte. Además, no sales. ¿Cómo quieres encontrar a tu alma gemela si no sales nunca a la calle?
—Ya lo sé, pero nunca me ha gustado salir para ir de caza.
—No te estoy hablando de ir de caza sino de salir y de pasarlo bien, sencillamente.
—Pero con la pinta que tengo, nadie se va a fijar en mí.
—¿No me acabas de decir que no querías ir de caza? Por favor, Sonia, ¡anímate! No quiero que estés así cuando nos veamos.
—Además, no concibo relaciones de una sola noche —continúa Sonia.
—¿Quién ha hablado de una sola noche? ¡Repite con la misma persona varias noches seguidas, si quieres!
—Es que no comprendes lo que te estoy diciendo. Yo no concibo el sexo sin amor.
—¡Qué pesada eres con eso del sexo sin amor! Antes de enamorarte, tendrás que probar, digo yo. Déjate de prejuicios y no te sientas culpable si te gusta alguien y te acuestas la primera noche con él.
Las dos tenemos opiniones opuestas acerca del sexo y del amor. De hecho, yo no sé lo que es enamorarme, ni tampoco me preocupa el tema. Me considero una privilegiada al poder gozar a mi antojo de mi instinto animal sin comprometerme. Intento explicárselo a Sonia mientras ella niega con la cabeza. Dice que no puede porque la han educado a la antigua.
—A mí también —le contesto, intentando hacerle comprender que no tiene nada que ver, mientras voy pensando en los anuncios en el periódico. Sonia me acaba de dar una idea.
—Bueno, déjalo. Lo de los anuncios es una gilipollez, la verdad —me dice, acabando su copa.
La acompaño hasta su casa y consigo dejarla con ánimos renovados. Sonia desaparece en las escaleras como una sombra, más liberal que un hilo de algodón. Ya sé lo que voy a hacer: en septiembre, voy a poner un anuncio para encontrar un trabajo. Si Mahoma no va a la Montaña, la Montaña irá a Mahoma.