Políticamente incorrecto…
4 de septiembre de 1999 por la noche
Después de la reunión con Cristina, me voy a casa a buscar ropa para esta noche y para la sesión de fotografías de pasado mañana. Vuelvo luego a la casa, con una sensación rara en el cuerpo. Me gusta este tipo de encuentros. Es muy excitante, me pone la adrenalina a tope, y tengo las sienes a punto de explotar de tanto bombeo sanguíneo.
Cuando llego, Cindy ya está lista y cogemos un taxi para ir al bar donde tenemos la cita. Me estoy imaginando a esos políticos, muy serios, en sus trajes Ermenegildo Zegna, con los bolsillos llenos de papeles y tarjetas de visita, y carteras de cuero que encierran discursos impronunciables escritos por otros mejor dotados para la dialéctica. Nunca he hablado con un político. ¿Qué tipo de lenguaje va a utilizar ese Manuel conmigo? Tenemos que hablar durante una hora. ¿Qué nos vamos a contar?
—¿Tú sabes cómo es o Manuel? —me pregunta de repente Cindy, cortando mi diálogo interior.
—¡No tengo ni idea! —exclamo—. Sólo sé que lleva un traje gris y una corbata roja de Loewe.
—¿Y cómo se supone que es una corbata de Loewe? —dice Cindy, estirando los bordes de su falda que se ha levantado cuando ha subido al taxi. Se iza con pequeñas sacudidas para intentar recuperar los trocitos de tela prisionera debajo de su trasero. Entreveo, entonces, unas medias muy bonitas con elásticos bordados que se adhieren a la piel. Se ha puesto muy sexy esta noche.
—No lo sé. Pero ya les encontraremos.
El bar se encuentra en el Tibidabo, y tiene una vista fantástica de Barcelona. Está bastante oscuro y la música no puede sonar más alta. En este contexto, tenemos que encontrar a dos políticos de Madrid. ¡Dios mío! ¡Vamos a tener que chillar para comprendernos!
Dejo a Cindy un momento sola y me voy al lavabo porque llevo mi esponja en el bolsillo. Estoy esperando hasta el último minuto para colocármela. Ya me he tomado la molestia en casa de cortarla en tres trozos porque entera es demasiado grande. Una vez encerrada en el baño, cojo un trozo de esponja que me coloco cuidadosamente. Me da algo ponerme eso, pero no tengo otro remedio. Me toma cierto tiempo esta operación porque no estoy acostumbrada y me cuesta ponerla así, seca. Me reúno otra vez con Cindy que está observando detenidamente a cada hombre que va entrando en el bar. Con la luz oscura del local, todos los trajes parecen grises, como los gatos, y me parece que la tarea de encontrar a dos individuos que no conocemos va a ser un tanto ardua.
—¿Ves algo? —me pregunta Cindy.
—No, nada. Todavía no son las doce. No creo que lleguen puntuales tampoco. Esperemos un poco más.
Nos pedimos una copa, Cindy un gin-tonic y yo un whisky con Coca-Cola, y empezamos a charlar. Esta chica me parece muy agradable, con las ideas muy claras y un disgusto tremendo por los hombres, que no intenta esconder.
—De hombres, no quiero saber nada. Sólo por trabajo. Si no, nada de nada —dice mientras levanta la copa para brindar conmigo.
—Pero, ¿ni siquiera tienes novio?
—¿Un novio? —dice casi gritando—, ¡estás loca! ¡Para que me controle y descubra lo que estoy haciendo, y luego me monte escándalos! ¡No, no, no! Ya tuve bastante con o padre de mía filha.
—¿Qué pasó con él?
—A los dos años de nacer la niña, me dejó para irse con otra. Eso es lo que pasó, ¡sí señora! Desde entonces, casi no viene a ver a sua filha y apenas me ayuda con dinero. ¡Será cabrón! ¡Y tiene pasta ese imbécil! Por eso no tengo novio. Además, ya no sabría estar con un hombre sin que me diera dinero.
—¡Qué fuerte! —no sé qué decirle—. Y en la casa, ¿qué tal va?
—Bien. Hay momentos de muito trabajo y luego nada. ¡Pero siempre pico algo!
—¿Picas algo? —Cindy es muy simpática, pero me cuesta horrores entenderla entre el ruido de la gente, la música, sus expresiones y la mezcla de portugués en cada frase.
—Sim. Siempre consigo algún trabajo, ¿comprendes? Antes había trabajado en New York y London. Hace tiempo que estoy haciendo esto. ¿Y tú? ¿Por qué estás aquí?
No quiero entrar en detalles de mi vida, aunque ella me inspira bastante confianza.
—Por culpa de un hombre que me robó mi dinero. Tengo deudas.
—Muy bien. Ahora eres tú la que va a coger dinero os hombres. ¿Es una revancha?
—No lo sé. No creo que sea sólo por eso.
Mientras intento explicarle a Cindy los motivos de mi llegada a la casa, siento que alguien me está acariciando con la mirada. Levanto los ojos instintivamente, y veo a un hombre que cuchichea al oído de su amigo. Dos hombres solos. ¡Seguro que son ellos! No consigo distinguir el color de la corbata. Parece un color vivo, pero no pondría la mano en el fuego de que sea roja. Es la única pareja masculina que hay, así que, sin dudarlo más tiempo, y dejando a Cindy con la palabra en la boca, decido acercarme al hombre que me está mirando. Pero, al levantarme, noto que algo me molesta entre las piernas. Es la maldita esponja, que se ha desplazado y me hace un daño tremendo en las entrañas. Además, tengo la terrible sensación de andar con las piernas entre paréntesis.
Cindy, que nota que algo va mal, me coge súbitamente del brazo.
—¿Te encuentras bien? —me pregunta con visible aire preocupado.
—Sí, sí. No es nada. Es la maldita esponja… Espera, que creo que son ellos. Allí en el rincón de la barra. Ahora vuelvo.
Noto sudor en la frente, pero ya que me he levantado y estoy mirando hacia ellos, tengo que acercarme. Lo hago como puedo.
—¿Manuel? ¿Eres tú? —pregunto, con una media sonrisa entre los labios.
—No, yo soy Antonio y mi amigo es Carlos. ¿Cómo te llamas tú, preciosa? —me contesta el individuo del supuesto traje gris y corbata viva.
Mi cara cambia en el mismo momento que va pronunciando su nombre.
—Perdona, te confundí con alguien. Lo siento, estaba convencida.
Y me voy rápidamente antes de que me llene por completo el sentimiento de vergüenza. Me he acercado para nada, ridícula con mi manera de andar, con esta sensación horrible de tener un dodotis puesto. Vuelvo a la mesa, donde sigue Cindy, hablando acaloradamente con unos tipos sentados en la mesa de al lado.
—Son de Kuwait —me explica—. Hablan inglés, ni una palabra de español. Yo falou un poquinho de inglés, pero me cuesta, ¿y tú?
—Pero Cindy, ¿qué haces? Estamos esperando a dos hombres. ¡No puedes empezar a hablar con estos tíos!
Los kuwaities me están mirando con unas sonrisas que dicen mucho sobre sus intenciones.
—Mira, si estos tipos no vienen, me levanto a uno de estos kuwaities. Tienen dinero y seguro que pagan muy bien. Todo para mí. No diremos nada en la casa.
—¿Estás loca o qué? Susana está esperando mi llamada todavía, y esos políticos no han aparecido. Si no vienen, tendremos que volver a la casa.
—Bueno, la hacemos esperar un poco, además, se va a ir y la reemplazará Angelika, que es muy maja. Volvemos diciendo que hemos esperado y no han venido. Mientras tanto, nos hacemos os kuwaities.
Para ella, es así de fácil.
—Do you want to drink something? (¿Quiere tomar algo?) —me propone uno de ellos.
—No thanks. I am sorry but we are waiting for some friends. (No, gracias. Lo siento pero estamos esperando a unos amigos). —Le contesto con toda la educación del mundo.
Me preocupa la situación.
—Voy a darles meu teléfono —dice Cindy. Y se pone a rebuscar en su bolso un bolígrafo para apuntar su número en un papel.
—Don’t hesitate to call me. (No dude en llamarme). —Le dice a uno de ellos, entregándole el papelito.
—¿Ya estás contenta? —le digo, casi enfadada—. Todo el mundo nos está mirando. Ahora sí que parecemos unas busconas.
—No te enfades. Con el tiempo, harás lo mismo que yo, ¡ya verás! Un hombre que te mira es dinero en el banco, casi seguro.
Y se echa a reír.
Quizá tiene razón, pero todavía no sé hacerlo.
—¿Val?
Me vuelvo para ver quién me está llamando, y me encuentro frente a frente con un hombre de unos treinta y siete años, traje gris y corbata roja. Es atractivo, y me quedo impresionada de la clase que tiene. Sin pensar demasiado, le digo:
—¿Manuel? ¡No me lo puedo creer! ¿Qué haces tú por aquí? ¿No vivías en Madrid?
Me da dos besos en las mejillas como si nos conociéramos de toda la vida.
—Déjame que te vea. ¡No has cambiado nada!
Yo sigo el juego. Es muy divertido. Veo que Cindy está conteniendo la risa.
—¡Y tú tampoco! —digo con una amplia sonrisa—. Déjame que te presente a mi amiga. Cindy, Manuel, un amigo de hace mucho tiempo.
Manuel saluda a Cindy besándole la mano. Luego, ella se acerca a mí y me susurra:
—¡Enternecedora escena!
Sin hacerle caso, vuelvo hacia Manuel, quien está ahora al lado de otra persona.
—Te presento a un amigo y compañero, Rodolfo. Teníamos una conferencia en Barcelona, y esta noche es su cumpleaños. Así que decidimos celebrarlo aquí.
—Mucho gusto, Rodolfo, y felicidades —le digo, tendiéndole la mano.
—Mucho gusto y felicidades —me imita Cindy.
Rodolfo es también un hombre bastante atractivo y muy simpático. Pero me gusta más Manuel.
—¿Estáis esperando a alguien? —me pregunta Manuel, con la firme intención de sentarse a nuestro lado.
El problema va a ser ahora el cómo repartirnos entre los dos. Si he entendido bien, tiene prioridad Rodolfo, ya que es su noche. Manuel se quedará con la chica que no haya elegido su amigo.
—No, por favor, acompañadnos si queréis —les propongo, muy amablemente.
Hay un momento de vacilación y, finalmente, Rodolfo se sienta al lado de Cindy. Parece haber hecho su elección ya. Manuel se acomoda en la silla que queda y me siento aliviada.
—¿Sigues en la política? —le pregunto.
—Sí. De algo hay que vivir.
Realmente parecemos haber aprendido nuestro papel a la perfección. Se acerca un poquito más a mí y me dice susurrando:
—Sabe tu amiga que Rodolfo no tiene que enterarse de nada, ¿verdad?
—Sí. No te preocupes.
—Bien. ¿Sabes? ¡No estás nada mal! —me dice, sin que me lo esperara.
—¡Ah!, pues tú tampoco. Y me alegro que tu amigo haya elegido a Cindy.
—¡Y yo! ¡Tenía un miedo! —me dice, sin parar de mirarme a los ojos.
No le contesto. Me intimida un poco.
—¡Eres increíble! Parecemos verdaderamente amigos de toda la vida.
Me gusta este político. Y me lo quiero llevar a la cama.
Después de charlar un poquito con nuestras respectivas parejas, me acuerdo de que tengo que avisar a Susana. Con la excusa de ir al baño, desaparezco de la mesa.
Hago mí llamada, y me contesta Angelika, que ya está echando humo por el auricular del teléfono. Aprovecho también para volver a colocarme la esponja, que ya no aguanto más. ¡Vaya idea que ha tenido Cristina! ¡Es la primera y última vez que me pongo esa porquería!
Cuando vuelvo a la mesa, Rodolfo se está sintiendo muy mal, y amenaza con vomitar porque ha bebido muchísimo durante toda la noche. Manuel está desolado, pero me hace entender que es mejor para ellos volver al hotel. Intento convencerle de que podríamos vernos luego, en su habitación, pero no quiere. Me explica que no puede correr riesgos con su amigo en ese estado.
Cindy y yo nos volvemos a encontrar como dos tontas, con la palabra en la boca, y más que frustradas, porque a las dos nos han gustado estos hombres. A nuestro lado siguen los kuwaitíes, que hacen varios intentos para entablar de nuevo conversación. Disuado a Cindy de hacerles caso y, al poco rato, subimos en un taxi camino de la casa.