4 de enero de 1999
Ya casi no tenemos relaciones sexuales, salvo hoy. Jaime ha contratado los servicios de una prostituta que ha metido en nuestra casa, sin mi permiso.
Cuando vuelvo del trabajo, está charlando tranquilamente con una mujer, de aspecto dudoso, en el salón. Entiendo enseguida de qué va el asunto.
—Es un regalo para ti, cariño. Como últimamente te hago poco caso…
Su frase tiene una mezcla de ironía y destellos de ternura y, para ver si esto le devuelve el deseo que parece haber perdido, accedo a que esa mujer se quede una hora.
Ha sido un desastre por mi parte. He estado cortada, mientras Jaime se ha sentido como un pez en el agua. Sin embargo, después de que la prostituta se fuese tras haberla pagado yo, se ha excitado y ha comenzado a tocarme.
—Y de paso, ¡a ver si te hago un hijo! —exclama, mientras se encierra en el baño para tomar una ducha.