El policía
28 de julio de 1997
Por la tarde me llama Cristian. Quiere confesarme que tiene novia.
—¿Y qué? No estoy celosa.
Se ha quedado tan mudo al oír mi sosegada respuesta que hasta he tenido que preguntarle si seguía al teléfono.
—Sí, estoy aquí —me comenta con la voz bajísima—. No pensaba que ibas a reaccionar así.
—¿Por qué no? ¿Qué hubieses preferido? ¿Que me pusiera a gritar y llorar, pidiéndote que dejaras a tu novia por mí?
—Pues sí, algo por el estilo. Todo menos la reacción que acabas de tener.
Está decepcionado. A cualquier persona le gusta saber que alguien se ha enamorado de ella, incluso si no es recíproco, pero mi reacción no ha sido la propia de una mujer loca de amor.
—Pues no lo voy a hacer. Jamás te pregunté si estabas libre. Es tu problema, no el mío.
—Es que no quiero depender sexualmente de alguien, y me da miedo que nos veamos cada vez más. Yo estoy enamorado de mi novia, y no quiero perderla.
No puedo contener la risa.
—Estás enamorado pero follas con otra.
—Sí, ¡lo sé, lo sé! Por eso me siento mal y prefiero poner fin a esto. En el fondo, me das miedo.
Acaba de anunciarme que ha decidido dejar de verme. Comprendo que lo que le da miedo no soy yo, sino sus propios impulsos. No quiere enfrentarse con lo que es realmente, y después de su pequeño desliz conmigo ha elegido dejar de lado sus aventuras.
Respeto su decisión, lo que no apruebo es la manera que ha utilizado para anunciármela. Es miserable hacer eso por teléfono.