25 y 26 de julio de 1998
Jaime me ha comentado que tiene un chalé en las afueras de Madrid, y que los fines de semana se reúne allí con sus hijos. Me encanta la idea de pasar los fines de semana allí pero me comenta que me llevará en cuanto les haya explicado a sus hijos que tiene una relación seria. ¡Eso sí!, tengo que tener paciencia porque, aunque su hijo tiene casi la misma edad que yo, está muy celoso de ver a su padre con otras mujeres que no sean su madre. Yo lo comprendo y me convenzo de que tengo que demostrar mucha comprensión y paciencia. Quiero ante todo que me acepten. Voy a ser, en definitiva, la madrastra de un chico y de una chica, que ya son adultos.
Hoy viernes, Jaime coge el puente aéreo para reunirse con sus hijos en Madrid. Desde allí, me hace una llamada rápida para saber de mí, y nuestra conversación al teléfono es muy cariñosa. Nuestro futuro se anuncia maravilloso y feliz. Curiosamente, a la larga, nos vamos a ver menos que cuando estábamos viviendo cada uno por separado.
Veo a Sonia sólo de vez en cuando. Ella está al tanto de mi relación con Jaime, pero considera que me he precipitado en irme a vivir con él.
—¡Apenas lo conoces! Además, no pasa ni un fin de semana contigo. ¿No te parece curioso?
—¡Mira quién habla! —le comento irónica—. ¡La que buscaba desesperadamente a su Príncipe Azul me está diciendo ahora que yo me precipité en encontrar al mío!
—¡No te estoy diciendo eso, Val! Sólo creo que te has precipitado en dejar tu piso e ir a vivir con un señor que no conoces de nada. ¿Acaso te ha presentado a su familia?
—Todavía no, Sonia. Necesita un poco de tiempo. Creo que es comprensible, ¿no te parece? Tiene dos hijos y una ex mujer enferma de cáncer. Visto el panorama familiar, imagínate si yo hago mi entrada así, de la noche a la mañana, sin más. Sería llegar como un pelo en la sopa. No lo veo correcto. Al menos, por ahora.
—Vale. ¡De acuerdo! Digamos que tienes razón, es demasiado pronto. Pero ¿no te parece curioso que tenga un chalé de lujo en Madrid y que viviera, antes de conocerte, con su madre?
Sonia está empezando a ponerme muy nerviosa. Al principio, achaco su desconfianza a la envidia que todas las mujeres sentimos cuando una de nosotras consigue lo que la otra siempre ha soñado. Es humano.
—Compró ese chalé cuando salía con Carolina, una ex novia que tuvo y que conoció en Madrid. Se fueron a vivir allí. En aquella época, Jaime tenía también un despacho montado en Madrid. Cuando venía a Barcelona, se quedaba en casa de su madre. Lo veo normal y lógico. No hay nada raro o misterioso en querer estar con su madre.
—Entonces, explícame ¿por qué no ve a sus hijos en Barcelona en lugar de ir todos a Madrid, si ellos viven aquí?
A esa pregunta, no soy capaz de responderle. Noto que Sonia está muy preocupada por mí y por esa nueva vida que he elegido. También está un poco enfadada porque, desde mi encuentro con Jaime, nos hemos ido viendo cada vez menos.
—Tienes razón, Sonia. Pero tú también estabas con tu novio. De todas formas, te prometo que te llamaré más a menudo a partir de ahora. Con lo del piso, más la mudanza, no he levantado cabeza. Te ruego que lo entiendas. Mira, pensaba hacer una pequeña cena en casa el próximo jueves para presentarte a Jaime. ¿Te apetece?
—Sí, claro. Me encantaría.
—Y así haces las paces con él —le digo riendo.
—Bueno, vale.
—Puedes traer a tu novio si quieres.
Me pone de repente una cara de entierro.
—Lo dejamos hace una semana.
Acabo de meter la pata. Ahora entiendo por qué sospecha tanto de Jaime. Otro hombre la acaba de dejar plantada, y está enfadada con todo el género masculino.
—Tenía otra novia y no me lo había dicho. Pero lo descubrí por casualidad y entonces lo dejé.
—Entiendo, corazón. Lo siento mucho. Pero mira, no porque te ha pasado eso con ese impresentable significa que todos los hombres sean iguales, Sonia.
—No te preocupes. Saldré de ésta. Por cierto, Bigudí te echa mucho de menos, ¿sabes?
Esta noticia me apena de verdad. Quiero a toda costa recuperar a mi Bigudí, pero he tenido que dejarlo en casa de Sonia porque Jaime no soporta a los gatos. Y de momento, el pobre animal no es bienvenido en casa.