17 de diciembre de 1999
No he podido con Kateryna. Y durante todo nuestro trayecto de vuelta a Europa, le he explicado a Giovanni que me siento muy mal por lo sucedido en Odesa. Cuando nos separamos en el aeropuerto de Frankfurt, no acepto el dinero que Giovanni me ofrece por haberle acompañado. No quiero nada. Dejo a Giovanni con cara de sorpresa y cojo un avión para Barcelona.
Cuando estoy en el taxi que he tomado en el aeropuerto de Barcelona, me vienen a la mente imágenes de nuestra estancia: la gaviota, nuestras risas en el cuarto de baño, las playas de piedras negras, que mortificaban nuestros pies, la pequeña Yana, que es una niña pero sabe mejor que yo chuparla sin babear. Y todo ese contexto, ridículo, grotesco, de cemento comunista, totalmente surrealista. El espectáculo lésbico que montaron en la dacha la noche anterior Yana y su amiga Kateryna, y luego el momento en que Kateryna se acercó a mí para acariciarme la espalda y quitarme el sujetador. Todavía lo tengo grabado delante de mis ojos. Y tengo clara una cosa: me he enamorado de Giovanni.