Noche del 21 de abril de 1997
—¿Hay alguien ahí? ¡Estoy aquí! Por favor, ¡que alguien me saque de aquííí! Me ahogo.
En medio de una oscuridad total, busco desesperadamente un punto de luz para orientarme. Me duele todo el cuerpo, las piernas sobre todo. No puedo emitir ningún sonido. Tengo la mandíbula completamente abierta y paralizada.
—¡Que alguien me ayude!
No puedo moverme. Ahora ya no siento mis miembros. Parece que me han enterrado en un ataúd. Pero no estoy muerta.
Tal vez sea un secuestro y me han metido en un zulo, como los de ETA. ¿Por qué? No puede ser real. Yo no tengo nada que ver con el problema vasco. ¡Pero qué coño! Estoy en Perú, no en España. Acabo de tener una entrevista con el director de marketing de Prinsa S. A. Entonces, ¿qué está pasando? ¿Es Sendero Luminoso?
—Soy ciudadana francesa, con residencia en España.
Hago memoria: Guzmán está en la cárcel, los líderes de la organización han caído, no ha habido más atentados desde hace un tiempo. Por lo tanto, no puede ser. No tiene sentido. Quizá son los niños de los cerros que me retienen como rehén. Pero eso no es posible, si mi memoria no me falla, hemos salido indemnes de allí. Entonces, seguro que es un castigo de Dios por los muchos pecados que he cometido en mi vida. Pero si no he hecho nunca daño a nadie. Solamente buscaba un poco de placer.
—¡Sacarme de aquí! ¿Lo harán si me calmo? Que alguien responda, no puedo más.
Me está faltando el aire, empiezo a sentir claustrofobia y me encuentro muy mal. Seguro que me han drogado porque me siento muy mareada. Tengo ganas de rascarme la nariz pero no puedo levantar ni el dedo pequeño. Intento mover los ojos, pero parezco un viejo caballo ciego.
He oído un ruido. Pasos, voces. Me siento tan mal que ya no sé si es mi imaginación o realmente alguien se acerca.
—¡Estoy aquí!
Presto atención un instante. Parece que me hacen caso. Pero ¿qué ocurre? Siento un ruido tremendo, y sacudidas que no sé explicar. ¿Un terremoto? Ya he encontrado la explicación. Estoy escondida debajo de los escombros de un edificio derrumbado por culpa de un terremoto.
—¡Socorro!
Seguro que saben que hay sobrevivientes. Y tendrán un equipo de rescate con perros, seguramente, porque en Perú, un terremoto es algo normal y corriente.
Intento tranquilizarme. Pero siento un repentino terror: ¿y si me he quedado paralítica?, apenas noto mi cuerpo. Me pongo a rezar.
—Padre Nuestro que estás en el cielo, que tu nombre sea santificado, que llegue tu Reino, que tu voluntad se haga en la Tierra como en el Cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdónanos nuestras ofensas…
¡Luz! Ya la veo. Mi plegaria ha resultado. La luz me está haciendo daño a los ojos pero percibo a alguien. ¿Alguien?
Es Roberto, ¡mi gordito!
—¡Roberto! ¡Estoy aquí! ¡Ayúdame, por favor! ¡Qué contenta estoy de verte! ¿Qué te pasa? Tienes cara de canalla.
Roberto se está acercando a mí con un aire amenazador que intento descifrar. Coge violentamente mi cabeza con sus dos manos y la baja hasta su bragueta abierta. No tengo ni tiempo de suspirar.
—¡Toma, toma, toma, muñeca hinchable de mierda! —dice mi gordito, poniéndome su pene sifilítico en mi boca de caucho.