6 de enero de 1999
Hoy he encontrado la agenda de piel en la bolsa de la basura cuando iba a bajarla al contenedor. Jaime la ha abierto cuando ya estaba precintada y ha tirado la agenda, para que no me dé cuenta. He sentido un pequeño pinchazo en el corazón, la he cogido y la he abierto. Están todos sus números personales de teléfono, pero hay un error en uno de ellos. Lo ha tachado y parece que le ha dejado de gustar la agenda. Mi único consuelo es que mi foto no está. Al menos la ha conservado, seguramente en su monedero. ¡Cómo le quiero!
Los relojes son también su pasión. El otro día compró unas cajitas monísimas de madera que apiló en su armario; dentro de ellas, guarda todos los relojes que ha ido acumulando con el paso de los años. Hoy los he contado. Hay más de doscientos. Me encanta comprobar lo organizado que es.
Empiezo a sentirme muy mal, tanto psicológica como físicamente, ya que estoy con náuseas todo el día. En la oficina no han notado nada, porque tengo la cara radiante. Creo que estas náuseas están provocadas por el malestar que hay en casa, porque Jaime no acaba de reponerse del todo de la muerte de su padre.