15 de julio de 1998
Tenemos que encontrar un piso donde vivir. Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre el sitio donde queremos buscarlo: la Villa Olímpica de Barcelona. Sobre todo, porque desde allí se ve el mar. Los dos adoramos el mar. Siempre he soñado con vivir en un ático inmenso con el mar y la playa enfrente, y este sueño está a punto de hacerse realidad con él. Hemos encontrado, no sin dificultad, uno de ciento veinte metros cuadrados enfrente de la playa, con aparcamiento privado y vigilancia las veinticuatro horas del día. Un lujo. He insistido en que tenga como mínimo tres habitaciones, para poder recibir a sus hijos. En cuanto he argumentado el motivo para tener tantas habitaciones, Jaime ha estado totalmente de acuerdo, pero me resulta extraño que no haya salido espontáneamente de él. Creo que, en el fondo, quiere consolidar la relación antes de mezclar a su familia en ella.
Hoy por la mañana, hemos ido a firmar los papeles de arrendamiento del piso con una exigente agencia inmobiliaria, y Jaime ha venido con medio millón de pesetas en efectivo para pagar la fianza y el alquiler. Le he acompañado porque hemos hablado de poner el contrato de alquiler a nombre de los dos —parece que ha quedado claro—, hasta que, en el último minuto, Jaime cambia de opinión y me pregunta si tengo algún inconveniente en poner el contrato sólo a mi nombre.
—Pensaba que lo íbamos a poner a nombre de los dos. ¿Pasa algo?
—No, tranquila. No te preocupes. Pago yo el alquiler, pero si no te molesta, preferiría no figurar en el contrato. No quiero que mi ex mujer se entere. Si no, me va a pedir más dinero para la pensión de los niños.
En este momento, he reparado en un detalle importante. Los niños, como dice él, son mayores de edad, y cada uno vive con sus respectivas parejas, trabajan y están totalmente independizados. La pensión de los hijos ha sido fijada hace más de diez años y su explicación no tiene mucho sentido.
Pero, ante la ilusión de irme a vivir con él, en este maravilloso piso, y por miedo a poner trabas a este sueño, acepto ser la única persona que aparece en el contrato.
Se lo hemos comunicado a la agencia, pese a no tener yo nómina fija en ninguna empresa, aunque sí dinero de sobra como para pagar dos años de alquiler. La agencia nos informa que el propietario no quiere alquilar a nadie que no tenga nómina. Yo estoy destrozada, porque veo que no vamos a poder conseguir este piso.
Una vez más, Jaime se encarga de todo y por la tarde volvemos a la agencia, les entrega unos papeles y firmo el contrato. Estoy sorprendida de cómo se han resuelto las cosas. Jaime me dice al salir que les ha convencido, a través de mis informes bancarios, y que no hace falta ninguna nómina. Luego he descubierto que les ha entregado mi última «nómina», que ha confeccionado él mismo, sin decirme nada, en su despacho, poniendo una firma y el sello de su empresa.