Sabores que embelesan
Lo primero que suele saborearse de los amantes es su boca, lo que transmite mensajes eróticos que perciben las papilas gustativas y las trasladan a centros sensibles y núcleos erógenos que registran el placer.
El sentido del gusto se va incorporando a los juegos sexuales, enriqueciéndolos, cuando la lengua lame y va degustando los distintos sabores que tiene el cuerpo: la piel en su totalidad, los reductos íntimos cuyo sabor es particularmente acre, a veces salado por el sudor o los fluidos del sexo, así como en otras zonas el paladar nota dulzura.
Pero el paladar puede desempeñar un papel mucho más
importante en el escenario íntimo de una pareja, si se lo convierte
en un invitado especial, que complementa el natural sabor de los
cuerpos. Así lo hacen las parejas que suman creatividad a los
preliminares eróticos o al sexo oral (en el capítulo 15 encontrarás
más información sobre este tema), incorporando aceites o
lubricantes de exquisitos sabores. E igual efecto excitante
consiguen si añaden bebidas, como, por ejemplo, cava, y lo beben en
el cuenco natural de la vulva, o untan los pezones, el ombligo o el
pene con crema de café, chocolate o fresa.
Otra opción es disfrutar de una buena comida y después hacer el amor. Una “receta” que adoptan muchos amantes es la de comer fruta o beber algo mientras comienzan las caricias y traspasar trocitos o verter el líquido de una boca a la otra.
Los centros erógenos (en el capítulo 9 te hablo más extensamente sobre ellos), sobre todo los genitales, tienen distinto sabor y temperatura antes y después de disfrutar del sexo. No deberías perderte esa sensual experiencia gustativa.
Conocimiento y memoria de la pareja
La vista percibe, registra, conoce e imprime en la memoria cada detalle del cuerpo de la pareja, para recrearlo a solas o imaginarlo cuando los amantes no están juntos o si hacen el amor estando a oscuras.
Sin embargo, hay algo especial en la experiencia de comunicación que se produce cuando están ambos a plena luz o con una iluminación sabiamente atenuada y mirándose fijamente a los ojos, tratando de transmitirse el deseo o la admiración que comparten.
Es entonces cuando la mirada disfruta de las facciones del rostro del amante, cuando dibuja la forma de los pechos, el tamaño de los pezones o la curva del vientre de ella; al igual que la mujer se solaza mirando los torneados hombros o los atractivos glúteos masculinos.
Permitirse conocer a la pareja, palmo a palmo con la vista, tanto de frente como de espaldas, y mostrar la propia es un punto de confianza sin retorno, que luego se desea recrear muchas otras veces.