El sonido del éxtasis
Cuando el oído capta gritos, susurros o los sonidos inarticulados que inspira la pasión y amplían la complicidad, este sentido reacciona como cualquier otra zona erógena del cuerpo. Porque no hay nada más excitante que el gemido o el rugido del goce transmitido en la intimidad.
En el espacio privado, la libre e imaginativa vivencia sexual se vuelca en frases que jamás se dirían en otras circunstancias, expresadas en un lenguaje tan diverso que va desde el vocablo poético hasta el salvaje e irrefrenable.
Lo que el oído percibe tiene el don de acrecentar las sensaciones. Los ruidos, la música o determinado sonido adquieren un significado especial que despierta al resto de los sentidos, estremeciéndolos.
Por lo general se da una progresión en las frases que se pronuncian durante la práctica sexual. Al principio son tiernas y afectuosas, y también admirativas; a medida que aumenta la excitación, van ganando en intención haciéndose más sensuales, provocativas y descriptivas de lo que se va sintiendo. Esto genera un efecto excitante en la pareja que siente aumentado su deseo y emite respuestas en el mismo tono y grado pasional, e incluso subiendo la apuesta erótica.
Luego ya no hay un dominio mental preciso: la pareja está inmersa en sus sensaciones y la lógica ya no preside sus pensamientos. Entonces nace el grito, la voz enronquecida por el deseo, la palabra basta y hasta soez, que eleva la temperatura de los cuerpos y los sexos.
Los jadeos, los sonidos que acompañan rítmicamente, nutren la sexualidad como un sonsonete que se une a estímulos y movimientos sensuales, así como la respiración anhelante, que denuncia la urgencia por llegar al éxtasis que invade a la vez el ambiente y a los amantes.