El deseo que entra por los ojos
El sentido de la vista es el mayor protagonista en la transmisión de sensaciones que inspiran deseo y excitación sexual. Y aunque posar los ojos sobre algo es un gesto voluntario, las reacciones que ello provoca son completamente instintivas.
La mujer y el hombre que leen una historia erótica se recrean observando las explícitas estampas del Kama-sutra o ven una película calificada como X no pueden evitar, en el caso masculino, que se produzca una erección, al igual que ella no puede impedir que su vulva se humedezca.
Hay una serie de códigos estéticos que resultan atractivos para casi la totalidad de las personas y que están íntimamente asociados al sexo en el imaginario colectivo, tales como:
Boca grande de labios voluptuosos.
Pechos altos.
Glúteos firmes.
Torsos esculpidos.
Y otros muchos que son sinónimos de generosa sensualidad.
También son reclamos importantes ciertos gestos que a veces son naturales y otras deliberados y destinados a atraer. Imagínate alguno de los siguientes y dime qué te sugieren:
La lengua o un dedo acariciando los labios.
Un cruce de piernas femenino que muestra algo, pero no todo lo que es posible ver.
Una mirada masculina que invita y promete el placer que el hombre puede brindar.
Pero la reacción imparable, primitiva y de enorme potencia sexual es la que se produce cuando la vista está dirigida al cuerpo de la pareja, que se recorre primero cuando aún está cubierto por la ropa y crece el deseo de verlo desnudo. Y, una vez que lo está, los ojos necesitan conocer detalle a detalle hasta el rincón más íntimo, más oculto, el que la propia anatomía intenta hurtar a la vista, excitando aún más si cabe.
Es entonces cuando la vista actúa como el motor que pone en marcha, uno tras otro, a los demás sentidos, que entonces despiertan, deseando tocar, oler, oír y saborear al máximo hasta saciarse por completo.