star a oscuras o con algún elemento tapando la visión agudiza el resto de los sentidos de una manera espectacular. Si esto se produce durante una relación sexual se potencian las sensaciones infinitamente, sumándose a ello la sorpresa de no saber qué caricia o qué estímulo se va a recibir ni qué parte del cuerpo va a hallar la mano que lo busca; todo es inesperado, excitante, sorprendente.
El olfato crece en intensidad, percibiendo hasta los aromas más ocultos del cuerpo, la lengua disfruta del sabor salado o dulce de la piel y de su textura; el oído parece estar «viendo» porque registra hasta el más leve movimiento de la boca, de una mano, de un pie o del punto del cuerpo que se aproxima y todo ello se ve potenciado por la imaginación. En cuanto al tacto, su sutileza se acrecienta de tal modo que es como si la piel se convirtiera en una envoltura especialmente diseñada para la más pura y exclusiva función sexual.
Mantener relaciones eróticas sin ver hace que la respiración se agite con anhelo, el pulso se acelere en espera de emociones nunca antes percibidas; el tiempo y el espacio desaparecen para situar a los amantes en un lugar que solo existe en su fantasía y que está iluminado por una luz intensa y propia, que vive tras los párpados cerrados o cubiertos por un pañuelo de seda o gasa suave.
El sexo a ciegas es un juego especial y, como cualquier otro, está acotado por las reglas y límites que cada pareja decida. Es fundamental tener claro de antemano y comentar con libertad y franqueza hasta dónde se quiere o se puede llegar, o inventar una palabra clave que indique si en determinado momento uno de los dos se siente incómodo y quiere interrumpir la acción, y, por supuesto, respetar eso a rajatabla. Es la única manera de que la experiencia sea lúdica y grata de verdad y que no se generen tensiones y desconfianzas que más tarde puedan interferir en los contactos sexuales futuros y en la relación entera.