otencialmente, todo el cuerpo femenino, en cada repliegue de su piel, reacciona a la estimulación erótica. Sin embargo, indudablemente, hay ciertos puntos sexualmente más excitables, porque en ellos se localizan los centros de sensibilidad, cuyo tejido reacciona más intensamente ante las caricias, a los que se conoce como zonas erógenas.
Según su nivel de reacción al estímulo, esas zonas se dividen en primarias y secundarias: las primeras coinciden con los genitales, a los que se suman los senos, ya que tanto sus copas como las areolas y, fundamentalmente, los pezones, responden con intensidad a los mimos y caricias.
En cuanto a los centros secundarios, la riqueza de la sensualidad femenina es tal, que en su cuerpo son múltiples los puntos eróticamente sensitivos, pero algunos destacan de forma singular, como la línea que recorre ambos lados del talle junto a los pechos o el interior de los muslos, entre otros, que varían de una mujer a otra y que tanto ella como el amante aprenden a conocer a medida que se va acrecentando la experiencia sensual.
PARA HACERLA DISFRUTAR
A la mayoría de las mujeres, por más deseo que sientan, no les resulta grata una aproximación brusca o que se busquen directamente y de inmediato sus genitales.
A la mayoría de las mujeres, por más deseo que sientan, no les resulta grata una aproximación brusca o que se busquen directamente y de inmediato sus genitales. El despertar de la sensualidad es lento en algunas mujeres, pero muy expresivo en reacciones; esto, lejos de ser un inconveniente, le va proporcionando placer poco a poco pero en aumento, y no solo a ella, sino también al amante, al sentir y ver cómo se va elevando su nivel de excitación.
Indudablemente, si hay un punto que a ellas las envuelve en el goce máximo, este es el clítoris. Ese pequeño órgano es la clave del disfrute y del orgasmo. Por eso, lamerlo, besarlo o acariciarlo de mil maneras las erotiza y, cuando vibra en oleadas de placer, estas se van transmitiendo al cerebro y a todos los rincones de su piel, hasta hacerle perder el sentido de la realidad.
Sin embargo, antes de llegar al centro neurálgico, lo ideal es que el amante delicado y experto vaya con calma hasta acercarse de lleno al mismo.
En primer lugar, los besos son caricias sumamente incitantes; por eso, una buena manera de iniciar el recorrido para estimularla es besar diversas partes de su rostro: los párpados, el arco de las cejas, el lóbulo de las orejas, así como también su interior, y, por supuesto, la boca y los labios.
Aprender el arte de besar es muy placentero. Lamer los labios por fuera, mordisquearlos, penetrar en la cavidad de la boca con la punta de la lengua, buscando la de ella para enredar ambas e intercambiar el disfrute, siempre resulta incitante y es uno de los juegos previos más gratos para elevar la libido.
Mientras se la besa, un incentivo añadido es acariciar sus hombros y su nuca, la hendidura de la espalda, a lo largo de la columna vertebral, y, por delante del torso, juguetear con los pechos o rodear con las manos su cintura, para ir bajando lentamente hacia el ombligo. Al llegar a este sitio preciso ella expresa su placer, a veces gimiendo o jadeando. Además, naturalmente arquea hacia adelante las caderas y, casi sin darse cuenta, sus muslos se van abriendo al sentir los fluidos que le humedecen la vulva.
En ese momento él puede ir descendiendo, acariciar los dedos de los pies, lamerlos; luego subir por el interior de las piernas y los muslos, cuando ya ella esté anhelando una caricia directa e intensa en su pubis.
UN PUNTO PRIVILEGIADO
Volviendo a una de las zonas álgidas, saber despertar sensaciones en los pechos femeninos es algo muy especial. Esta es una parte del cuerpo femenino induda blemente señalada en rojo como erógena, y por lo general, ellas se excitan mucho cuando se estimula.
No obstante, no hay que olvidar que, como en todo, y en especial en la sexualidad, no hay recetas ni normas. Algunas mujeres se sienten molestas o tienen el delicado tejido de los pezones muy irritable y no desean que se los excite, aunque se trata de casos poco frecuentes. Para disfrutar de una buena sexualidad ella debe comunicar si estas sensaciones existen y él respetar sus límites. La negativa a dejarse acariciar los pechos también puede deberse a alguna razón de índole psicológica o social, ya que quizá ella considere que no son bonitos en función de los patrones publicitarios de moda o cualquier otra razón que la inhiba.
Pero si no es así, dedicarse plena y lentamente a excitar los senos puede llevarla incluso al orgasmo o intensificarlo infinitamente si se combina su estímulo durante la penetración con el del clítoris.
Hay mujeres que prefieren la caricia de las manos y otras que responden mejor a la humedad de la lengua recorriéndolos. En ambos casos, es posible dibujarlos, ya sea con las yemas de los dedos o las palmas de las manos, al igual que con los labios y la lengua, desde la base y haciendo un círculo que los englobe, trazando su perímetro y rozando suavemente, acariciando o lamiendo la delicada hondonada entre los mismos. Luego, acercarse lentamente a las areolas y trazar también su contorno, hasta encararse directamente con los pezones. El placer y el grado de excitación que ella siente son claramente notables, porque los pechos van creciendo en tamaño y turgencia, los pezones se tensan y parecen alargarse en busca de las manos o los labios por los que desean ser mimados.
BUSCANDO LA DIANA DEL PLACER
Cuando él ya está estimulando el ombligo y discurre con un dedo o con la punta de su lengua por un itinerario descendente, en toda la zona que va desde el monte de Venus hasta la puerta del con ducto anal se dispara la máxima alerta sexual. La imaginación tiene un papel preponderante en este punto del intercambio erótico y brinda las más ricas posibilidades para ejercer el arte de la sensualidad.
Lanzarse a juguetear con el vello púbico, encerrar la vulva que palpitará deseosa de ser mimada por efecto de la excitación, recorrer las ingles y la línea posterior que parte en dos las nalgas es intensamente sensual para ella. Luego, estimular los labios mayores y menores, trazar el círculo de la entrada vaginal y mojar un dedo en sus fluidos, para llevarlo arriba y abajo del perineo hasta volver a trazar otro círculo, pero en este caso en el anillo anal, aumenta el morbo de ella, que anhela ya la caricia directa en el clítoris, que la conducirá hasta la antesala del placer supremo.
Hay infinitas y variadas formas de estimularlo: caricias leves como alas de mariposa o profundos roces de uno o varios dedos, convertir la lengua en un pincel que lo rodee, lo recorra, lo invite a crecer y a salir de su reducto: rotar, lamer, sorber, encerrar sus lados entre dos dedos mientras la lengua golpetea sobre ese tierno y vulnerable tejido, y todo aquello que ella desee; ese es el estímulo indicado, que cada vez puede ser distinto, nuevo y creativo para multiplicar las sensaciones.
DELEITE INESPERADO
Si hay algo a lo que muchas mujeres temen y defienden como último reducto de intimidad es el estímulo en la zona anal y, sobre todo, el cruce de la frontera exterior de ese conducto escondido. Sin embargo, saben que ahí se oculta un placer desconocido porque lo sienten vibrar cuando están muy excitadas y se dilata naturalmente, así como notan sus estremecimientos de disfrute cuando, como un rayo, todo su cuerpo es atravesado por el clímax.
El amante sabio puede iniciarla, poco a poco, en este goce singular, mimando su perineo con delicadeza, lamiendo el anillo exterior y golpeteando con la punta de la lengua en el centro del orificio.
La respuesta sensual no se hará esperar, sumando morbo al deseo y excitando al máximo toda la zona erógena que encierran sus genitales, hasta que ella se desborde en un orgasmo o lo ansíe cuando se produzca la penetración y su clítoris sea estimulado hasta el final.