uchas personas se preguntan qué es o la consideran un rasgo genético e inherente al carácter. Pero no es así: no se nace con inteligencia sexual, sino que se va aprendiendo desde el comienzo y a lo largo de toda la vida.
Influyen en ella la educación recibida en la infancia, las experiencias que se tienen, el núcleo social en que cada persona se desenvuelve: desde sus relaciones amistosas o amorosas iniciales hasta las nociones culturales que se adquieren a través del cine, la lectura y los medios de comunicación. Esa es la manera en que se va desarrollando la inteligencia sexual.
Un pilar importantísimo es la percepción que tienen los niños de las relaciones de sus padres, tanto entre ellos como con sus hijos, ya que son estas primeras pautas de conducta las que les dejarán una huella que, en el futuro, cuando esos niños ya sean adultos, imprimirán a su propia sexualidad.
Si en la familia el contacto físico es habitual, se reciben y se dan besos y abrazos o se intercambian otras formas de cariño, los niños sentirán que las caricias son una forma natural de relacionarse, lo que más tarde volcarán en sus propias relaciones amorosas, eróticas y familiares.
En cuanto al sexo, hoy la actitud es más abierta y los niños reciben información tanto en casa como en la escuela. De manera que saben que es algo propio del ser humano y tan válido como cualquier otro sentimiento o impulso. Este conocimiento ofrece una vía directa hacia la posibilidad de mantener, a edades mayores, la plenitud sexual o, por lo menos, con menores conflictos.
Con el paso del tiempo y el aumento de vivencias con una actitud abierta hacia el universo erótico, la inteligencia sexual se acrecienta y es posible sentir que el sexo es algo mágico, en el que es posible hallar placer y, en ocasiones, también amor.