29.EL FALO CORAZÓN
El corazón es, quizá, la más frecuente y universal metáfora del falo: Prensa del corazón, hombres que «le echan corazón» a una hazaña, toma/daca del corazón, en todos los idilios, antes romances, hoy ligues. Mañana rollos.
Ahora que se hacen trasplantes de corazón (acabo de asistir a uno, en Madrid), y no de falo, o con menos frecuencia, vemos con mejor claridad que la metáfora o suplantación corazón/falo era un convencionalismo más convencional que los otros. Me lo decían los médicos y cirujanos de los últimos trasplantes españoles:
—El corazón depende menos, quizá, del cerebro, que del sistema sanguíneo.
Quizá por eso se le puede poner a una niña un corazón de camionero.
Y quizá por eso no se trasplantan falos. El neurólogo doctor Portera me dice que el hombre, sexualmente, y no sólo sexualmente, comienza de los ojos para arriba. El falo sí depende directamente del cerebro. Habría que trasplantar cerebros, antes que falos. El falo, ausente por imperativo de los sucesivos victorianismos de todas las Victorias, odiadores del cuerpo, es una suerte de piltrafa de lo masculino, de la que no se habla. Y, sin embargo, el falo es quizá el miembro de nuestra anatomía más directa y asiduamente conectado con el cerebro. El falo no es autónomo y seguro como un arma —según se ha dicho incluso en este libro—, sino sentimental, sensible y sensitivo como una zanfoña o cualquier otro instrumento musical antiguo.
Al falo le asusta todo, el falo se asusta de todo. Al falo le estimula todo, el falo se estimula solo e incluso estimula al cerebro. El falo sí que es una caña pensante.
En otro momento de este libro, quizá, hemos hablado de las fantasías del falo. Uno cree firmemente que el cuerpo imagina por sí mismo, al margen de la imaginación mental, y el falo sobre todo, sólo que las imaginaciones del falo incendian en seguida la mente. ¿Por qué se ha convertido el corazón en la metáfora universal del falo, en la poesía y en la vida?
El corazón es un músculo y el falo es un cuerpo cavernoso movido por otros músculos. ¿Por qué es más noble una máquina que la otra? Esto no ha sido siempre así. En las culturas primitivas, de las que tanta copia tenemos hoy, el falo es una constante, una obsesión, un símbolo y una metáfora. Un arma y un cetro. Es hacia el Renacimiento cuando el falo, como casi todo, se ennoblece, y sólo se nombran sus oscuras y bajas emociones como emociones del corazón. El Renacimiento, en general, es una puesta de largo de la humanidad, una entrada en sociedad de «lo más genital de lo telúrico», como dice el poeta, de manera un poco redundante. El Renacimiento no quiere renacer el clasicismo, sino adecentarlo.
Las licencias del Renacimiento son eso, licencias. Los griegos sabían del falo mucho más que del corazón. (Ignoraban el amor interpersonal, que es un artificio renacentista, pero no ignoraban ninguna clase de penetraciones del falo en hombre, mujer o bestia.) Los romanos siguen siendo en esto, como en todo, unos griegos sin «espíritu de fineza», entre otras cosas, porque Pascal y el espíritu de fineza aún no habían nacido. La Edad Media sabe más del cuerpo en general que del falo y la vagina en particular. Santa Teresa llama «asnillo» al cuerpo. San Agustín, en la antigüedad, había creído, con su natural rudeza africana, que los animales son máquinas. Quien ignora al animal ignora el falo, que es lo más lúcida y estilizadamente animal que llevamos en la animalidad de nuestro cuerpo. En toda la literatura erótica de la Edad Media y el Renacimiento, e incluso del Barroco español, la picaresca, etc., las funciones sexuales son descritas atropelladamente, así como en Oriente se las transmuta en lirismo. Tanto el lirismo como la chapuza narrativa se deben, no tanto a pudor, censura o buen gusto, como a ignorancia «técnica». Los templos hindúes y los grabados japoneses nos manifiestan, por el contrario, que estas culturas han llegado a un virtuosismo del falo. Pero templos y grabados son la pizarra mediante la cual una aristocracia, «un magisterio de costumbres», pretende ostentar ante el pueblo inmenso (o aleccionarle) un uso correcto, múltiple, complicado y placentero del falo. Estos documentos prueban que la masa vivía genitalmente a nivel zoológico.
Hay una aristocracia del falo, que es, precisamente, la que se expresa en templo hindú o grabado japonés. El pueblo no lee el Kama/Sutra. Los juglares medievales que cantan como paragüeros bajo el balcón de las damas, han encontrado la fórmula occidental para hablar del falo. Han encontrado la metáfora. Todo es un problema de expresión.
Oscar Wilde dice: «En estos tiempos se ha perdido el antiguo respeto de los padres a los hijos». Está invirtiendo el tópico tradicional del respeto a los mayores, pero no sólo por hacer una paradoja, sino por destruir definitivamente el respeto puritano a la familia. ¿Por qué? Porque su peculiaridad sexual necesita prescindir de los padres. Y no sólo de los padres genitales, sino de la sociedad patriarcalista. Un siglo más tarde, Jean Cocteau lo expresaría más directamente:
—¿Qué sería de los niños sin la desobediencia?
Hemos tardado siglos en sustituir la palabra amor —creación renacentista, sí— por la palabra sexo. Y, aun así, todo lo relativo a la sexualidad se enmascara hoy de una consideración científica o una «teología de la liberación» laica, porque lo que no acaba el hombre de tolerar —ni mucho menos la mujer— es que la fornicación valga por sí misma.
Al falo se le dice «corazón».
Y con esto llegamos al problema central, al nudo crucial de este libro. De la fábula del falo (falo ausente, falo imaginario, falo inexistente, como en el engendramiento de la Virgen María: alguien dice que los ángeles católicos son «transparentes», no existen), al falo corazonal, al corazón como metáfora del falo. De eso hemos vivido desde el Renacimiento hasta hoy. En este libro se ha hablado de los vampirismos del falo y del falo/Drácula. A más de todo eso, el falo ha necesitado siempre disfrazarse o que lo disfracen. El disfraz moderno, renacentista, fue el corazón. Al corazón, solitario músculo mecánico, se le atribuyen todas las emociones y erecciones que son puramente fálicas. ¿Por qué la humanidad, bajo cualquier cultura o religión, no soporta el falo? (Las civilizaciones priápicas lo sacralizan, y esto no es sino otra manera de evitarlo.) La humanidad no soporta el falo, quizá, porque es el cuchillo zoológico de la reproducción y del placer, porque la mujer vive una secreta religión del falo que siempre ha revestido de otra cosa, como la que se queda «para vestir santos». Para vestir el falo de los santos.
El acallamiento —¿acallamiento/acanallamiento?— del falo es una tarea femenina. La mujer jamás ha querido descubrir su icono más secreto, del cual vive, para el cual vive.
Cuando la mujer se hace presente en la ciencia (Masters y Johnson), el falo ya no tiene su metáfora en el corazón, sino en el cerebro. Ya no se trata de trasponer las emociones falo/vaginales a un lenguaje corazonal, sentimental, sino a un lenguaje intelectual, científico. Viene a ser lo mismo. El caso es que se enfríe la pasión femenina, la devoción femenina del falo. O se sublima en sentimiento cordial (juglares), o se rebaja a mecanismo mental (Reich y otros).
Ése es el rollo en el que estamos ahora. Nos explican la mecánica (como antes la lírica) del falo, para así escamotearnos el falo mismo. La hembra vive esclava de la realidad del falo hasta niveles en los que se pierde el nivel. La mujer puede (y suele) concentrarse toda ella en oreja, nariz, ano, vagina, boca, hacerse toda ella sexo para recibir el falo, lo cual resulta oscuramente deslumbrante y hermoso, por cuanto escapa a la simplista zoología. Pero la mujer lucha aquí con su condición sinuosa, con su pensamiento no esquemático, sino espiral.
La religión del falo es tan fuerte (mucho más que una fábula), que tiene que revestirse de otra cosa: falo/alma, falo/corazón, falo/cerebro. La sociedad (siempre matriarcalista en estas cosas: rehenes de la mujer, niños), sólo acepta la religión, el fanatismo del falo como carnalidad inevitable, como momento no expresable de un sentimiento superior, o (últimamente) como solución higiénica a un problema de nervios.
El falo como terapia. Cuánto ha descendido el falo en su cotización cultural. Aquí hemos hablado del falo/mercancía, del falo como piltrafa masculina sin cotización en los mercados sexuales (prostitución, bodas de conveniencia). Aquí hablamos ahora del falo como «realidad» social: es un accidente precario para el feminismo, ala extrema, y un incidente cerebral para la ciencia.
La realidad del falo, obscena por su conjunción zoología/mitología (uno de los dos términos, por sí solo, no resulta obsceno), es algo que ninguna cultura ha aceptado aún plenamente. En la pintura hay millares de desnudos femeninos donde se dibuja el «triángulo hirsuto». Sólo muy determinadas épocas han practicado/soportado la reproducción artística de los órganos sexuales masculinos.
¿Y esto por qué? Porque son externos. La mujer, presentando/no presentando unos órganos sexuales internos, y un centro del placer (el clítoris), incluso difícil de encontrar (sólo hoy lo da con nitidez la fotografía porno), parece atenerse a unas normas sociales, a una consigna de interiorización que es general en el espacio y en el tiempo, en el pensamiento y las costumbres.
El hombre, el macho, resulta indeciblemente más obsceno que la mujer, y esta realidad rudamente zoológica (exterioridad de los órganos de reproducción y placer), aún no la ha asumido ninguna cultura. Por eso el falo/corazón (y apenas hablamos en este libro de los testículos, tanto o más provocadores que el falo) es el momento del falo, su gran momento cultural (de sublimación/negación), como hoy, de acuerdo con los tiempos, lo es el falo como mero agente cerebral.
El terror a la autonomía del falo (si lo rige el cerebro, no se sabe cuándo, ni cuánto, ni cómo ni por qué), es, sencillamente, el terror al Mal desatado, a la serpiente fálica del Paraíso, y de ahí que sólo se haya permitido la exhibición del falo en reposo, nunca erecto, desde Miguel Ángel a Oh, Calcutta.
El falo en reposo queda casi infantil y provoca, en la mujer, una gama de reacciones que van de la burla a la ternura. El falo erecto es tan intolerable como el cuchillo del asesino o el hacha del predador sexual primitivo.
El falo sigue siendo prehistórico, y ésa es su grandeza.