17. EL FALO NOCTURNO

Fragmento de Carta al Director. La totalidad, inevitablemente, la firma Lidia Falcón. Si anteriormente hemos hablado del falo/Drácula, como falo ausente, entre otras cosas, ahora habría que hablar de otros falos nocturnos que nada tienen que ver con el de Drácula, pues que están y se hacen presentes.

Un suponer, el falo que defiende «la abogada del violador», en el fragmento de carta que antecede. Ana Milá ha defendido su condición de abogada del violador de Gracia, y a uno le parece que esto es el verdadero feminismo: no el feminismo fácil y demagógico de Lidia Falcón (que por cierto suele llevar las uñas verdes, como cualquier vampi tradicional/convencional), sino el feminismo científico de la profesional del Derecho que trata de comprender las necesidades y —lo que es más importante— las aberraciones de un violador nocturno.

El falo nocturno, a no ser que se trate del falo matrimonial, se da siempre por entendido que es un falo culpable, delincuente, de Drácula al violador de Gracia.

La abogada del violador parece que trató de entender las razones del ser humano en el ser deshumano del violador. Eso es humanismo salvador y no feminismo y machismo fanáticos. Lo que nos constriñe es el contexto, y sin el análisis del contexto, análisis marxista o no, nos quedamos en el reducto doméstico de Freud, que no traspone sus teorías del clan a la sociedad toda, por miedo de que se le desmoronen los edificios mentales y mítico/pequeñoburgueses.

Ana Milá sostiene —cuando escribo esto, el caso está en su apogeo—, que todo delincuente tiene derecho a ser defendido, pero la rama más violenta del feminismo piensa que el hombre, violador o no, no tiene derecho a nada.

Así no se hace justicia. Así sólo se hace demagogia y revuelta. Las feministas se le encampanaron a Ana Milá. Las feministas de profesión son unas racistas del nuevo racismo del sexo. Se entiende, se comprende y se ama a una sáfica no comprometida. La comprometida es eso antes que nada, y el amor se le seca en odio. Lidia Falcón, de cuya escasa prosa (escasa en calité, no en folios) tenemos prueba incluso excesiva, cree, más o menos, que al violador de Gracia habría que castrarle, siquiera simbólicamente, por mano de la justicia, si la justicia no fuese machista.

Así es la donna.

El falo nocturno (aparte las fantasías aristocratizantes de Drácula) es el falo indigente, el falo desesperado, el falo hambriento, el falo vindicativo. Culpable, por supuesto, y delincuente, pero habría que considerar en qué medida la mujer burguesa, la mujer proletaria cualificada (gracias a la actividad laboral del marido), la mujer de la jet/set, están proponiendo al mundo una oferta sexual continua e irritante/excitante, a través de la Prensa del corazón y de la vagina, a través de su mera presencia. Y la respuesta nocturna a esa provocación diurna son las violaciones de Gracia y de tantos sitios.

El falo nocturno, el falo noctámbulo, noctívago y nocherniego (que nada tiene que ver con el falo cónyuge, de erección/penetración fugaz antes del sueño: lo que Cernuda llamaba «el aguachirle matrimonial»), es un falo lumpen (luego hablaremos del falo/lumpen) que sale a vivir su aventura con desesperación y rencor.

Ignorar los apetitos y las razones de este falo nocturno es ignorar todo el contexto social y sociológico en bien de una mera reivindicación femenina que, como tal, se queda en pequeñoburguesa.

La oferta sexual femenina, digamos, en la calle, es casi superior a la demanda masculina; lo que pasa es que se queda en una falsa oferta, ya que esas muchachas de minifalda, camisa transparente que potencia la fascinación oscura de sus pezones, pantalón ceñido a los glúteos y pies desnudos, donde la única sandalia es la tira del tobillo, como en la moda de Adolfo Domínguez, esas muchachas, digo, salen ya a la calle con destinatario, y aquí viene bien, con perdón, el exabrupto del obrero que cava una zanja en el asfalto en agosto, y las ve pasar:

—Ya están empezando a jodernos las de las blusitas…

Es mucho más que un rasgo costumbrista.

Es la protesta sorda y no formulada del hombre que está constreñido, por la estructura social, a una sola mujer (ya fea y vieja) para toda su vida, mientras asiste de lejos a la girándula de las mujeres y los hombres, en las clases y castas inmediatamente superiores.

Lo menos que puede temerse de estos «falos nocturnos» es alguna violación de solar (que encima no suele ser cosa de ellos, sino de adolescentes aburridos). Lo natural sería que troceasen minuciosamente a la pequeñoburguesa que en mis tiempos, los chicos, llamábamos «calientapollas», y que luego la violasen trozo por trozo.

Quiero decir que no se puede pasear una oferta sexual, durante todo el día, en verano, por la ciudad, cuando la oferta es falsa y va dirigida a un personal muy sectorializado. El otro personal, el no seleccionado, no entiende la discriminación, o la entiende demasiado, y, entonces, el falo nocturno se toma su venganza, que ni siquiera es tal, sino mero desahogo para no enloquecer.

Lo que hay en el fondo de esto es una ignorancia, una deseducación sexual. La mujer no puede ni sabe calcular las reacciones del macho, no conoce la rapidez de su reacción erótica, que ella provoca con irritante ingenuidad. Lo que hay entre la adolescente de ropas inconsútiles y transparentes y el obrero que cava la zanja, es una profunda zanja social, antes que sexual, un sistema de castas, como en la India, contra el cual toma venganza el falo nocturno, cuando puede y como puede. Las actuaciones del falo violador y nocturno no nacen del lujo, ni siquiera de la lujuria, sino de la necesidad. Violada y violador son víctimas de un sistema que patrocina el sexo indiscriminadamente por dos razones espúreas: por vender y por fingir una felicidad global de la sociedad.

Se sabe que estas violaciones azarosas y casuales casi nunca engendran. Un motivo más para redimirlas. Como el alguacil alguacilado de los clásicos, como el regador regado del cine mudo, el violador nocturno resulta violado casi físicamente por un sistema agresivo, mercantil y vulgar que le utiliza involuntariamente como fuerza de choque.

El sexo está en la calle.

Eso vende.