25. LA MUJER FÁLICA

No va a tratarse aquí, naturalmente, de las lesbianas, sino del caso más complejo y completo de las «mujeres fálicas», como gusto ahora de llamarlas, y que tienen sus prototipos nacionales en Sara Montiel y Lola Flores, dos mitos femeninos que aparecen reunidos en la crónica de Prensa que reproducimos.

Entiendo por mujer fálica aquélla que ha invertido su papel en la sociedad, que ha decidido pasar al ataque, no por un concienciamiento feminista, sino por un sentido muy macho —y muy femenino, al mismo tiempo— de la feminidad. Son mujeres que no engañan en cuanto al poder social/sexual de la hembra, que no juegan el juego de la debilidad o la ingenuidad.

Las ha habido siempre, desde la Tirana y la duquesa de Benavente, o desde Isabel la Católica o María Luisa, hasta la ejecutiva que hoy preside consejos de administración. No diremos, freudianamente, tópicamente, que sean mujeres con nostalgia del falo, ni mucho menos. Son, simplemente, mujeres que viven la feminidad como individualidad. O, dicho de otra forma, mujeres en quienes puede más el individuo que la especie o el sexo.

La conducta fálica de estas mujeres quizá descienda directamente de las amazonas legendarias. Uno prefiere creer que son mujeres en quienes la feminidad se ha realizado plenamente, en su variante agresiva, y que acaban así con el tópico de la pasividad femenina.

La cupletista Sara Montiel prolonga indefinidamente su juventud. Esto ya es una hazaña fálica, pues que la mujer, tradicionalmente, se ha «retirado de la vida» (y no digamos de la vida artística) en cuanto ha perdido la primera juventud. Greta Garbo es el ejemplo más insigne de esto.

La mujer que sustituye juventud por personalidad está realizando una operación tradicionalmente masculina (el encanto de los maduros). Según la crónica, Antoñísima cantó La bien pagá en la noche madrileña. La bien pagá es el tema de la mujer que, efectivamente, ha recibido dinero a cambio de su amor, pero que, realmente enamorada, se torna irónica y amarga por haber cobrado lo que sólo en su corazón tenía precio.

El director de cine Basilio M. Patino, en su filme Canciones para después de una guerra, nos brinda un documental del hambre y las colas de los cuarenta, con muchas mujeres, y le pone como fondo musical —que es mucho más que un fondo— La bien pagá. Así fueron pagadas las mujeres españolas y así fue pagada España. La heroína de esta canción es una criatura resignada e irónica, amarga, ya está dicho.

Todo lo contrario de una mujer fálica. Todo lo contrario de su última intérprete, Sara Montiel.

Bien pagá es la mujer española que se entrega en matrimonio de conveniencia. Bien pagá es la meretriz que se enclaustra como una monja del sexo, para vivir de su cuerpo, precariamente, soñando el sueño juvenil de fascinar a los hombres, sueño que se le va desvaneciendo con los años.

Los hombres pagan y olvidan.

Una sociología femenina de nuestro país nos mostraría a la bien pagá, resignada y víctima, como el polo opuesto de la mujer fálica, de la auténtica bien pagá, que ha recibido o cobrado mucho más de lo que ha dado. Es la mujer que, sin conciencia social ni de sexo, como digo, decide hacer la guerra por su cuenta. La terrorista sexual que asalta la ciudadela del patriarcalismo mediante sus únicas armas: la fascinación erótica.

Lola/Sara son o han sido el lumpen de la revolución femenina. Han trabajado por su cuenta. A Lola Flores se la ha llamado faraona queriendo embalsamarla en el tópico vagamente erudito de que los gitanos son unos egipcios erráticos y sin suerte. Ni Lola es gitana ni está claro que los gitanos sean egipcios. Pero lo de faraona sirve para metaforizar, y, por tanto, para apresar (hay metáforas inversas, férreas, que en lugar de liberar, encadenan) un concepto de mujer inquietante que siempre se nos ha escapado. Lola Flores, mujer fálica también en lo privado, en lo sexual, o más explícita en esto que la otra, llevó siempre la iniciativa en sus amores, según leyenda. La gran ironía del feminismo español y de todos los feminismos es que las pocas mujeres que realmente se han emancipado, son mujeres sin ninguna conciencia feminista.

Sara Montiel, que ha explotado hasta muy tarde un cierto striptismo moderado, se afirma así fálicamente frente a los hombres. Más que la hembra, el admirador quiere violar el mito, penetrar en el interior del sagrario femenino, siquiera sea un sagrario de teatro. Hay un afán de profanación y transgresión en el enamorado de las artistas míticas, afán que él mismo ignora, generalmente, y que tiene por origen el desasosiego masculino, fálico, frente a lo femenino total, absoluto, máximamente provocador en sus formas más agresivas.

La fecundación de la mujer, mítica o no, como afán fálico, se explica en muchos casos no explicados por la necesidad de destruir el enigma. El hombre fálico no soporta el enigma de lo femenino, y su manera casi homicida de resolverlo es destruirlo (también se da el homicidio real, vampírico o no, ya tratado en este libro). La mujer, «lo esencialmente otro» de Machado, a todos se nos ha hecho intolerable por inquietante, por desazonante, y el precario triunfo del falo sobre este enigma es la fecundación. La amazona preñada, la Esfinge preñada, destruida en su perfil hermético, deforme, deja de ser esfíngica. El enigma se resuelve en madre y el falo se queda tranquilo. Ya que no ha descifrado a la mujer, la ha destruido (de ahí que no la descifre jamás).

Mi querida Antoñísima, cantando A media luz, saca uno de sus hermosos pechos. Es la manera fálica de la mujer. La agresión al público masculino. Luego enseña los dos pechos, para cantar El relicario y El polichinela. El relicario, consagrado en el siglo por Raquel Meller, nos cuenta la historia de un hombre, de un torero que muere soñando la mujer que conoció camino de la plaza. El polichinela presenta directamente a los hombres como marionetas de la mujer. Dos versiones del mismo tema (la trágica y la cómica). El tema no es otro que el dominio de la mujer fálica sobre la humanidad con falo: los hombres.

Los homosexuales admiran/imitan a Sara Montiel. Los homosexuales siguen siempre a la mujer mito, a la mujer/falo, con la que, naturalmente, tienen o encuentran oscuras correspondencias. Ninguna mujer ha imitado a Sara Montiel como algunos hombres.

Lola Flores, en su última etapa, se canta preferentemente a sí misma. Es como cuando Don Quijote, en la segunda parte del libro, se vanagloria de ser protagonista de la primera, una novela de éxito popular que anda ya en lenguas. Lola ha venido a ser el tema del arte de Lola, como Dalí lo fue en una etapa de la pintura de Dalí, precisamente la del Gran Masturbador. Lola/Dalí, Lola fálica, cantándose agresivamente a sí misma, cantando su mito como algo ajeno a ella.

Es la masturbación y el narcisismo. Dos actitudes tradicionalmente masculinas, fálicas. La mujer fálica, ya está dicho, es un fenómeno intolerable para el falo (muchas veces le causa inhibición). La mujer fálica (no lesbiana, repito, porque entonces estas reflexiones perderían todo valor), tiene su punto débil en la maternidad. Quizá las amazonas legendarias se mutilaban un pecho, no sólo por asentar mejor el arco contra una superficie plana, como explica la técnica de la guerra, sino por mutilar en alguna medida su condición paridora.

Por castrarse, siquiera parcial y simbólicamente.

Frente al enigma de la mujer fálica, situación límite del feminismo enigmático, el falo ejerce la fecundación, como hemos dicho.

No descifra el enigma, pero lo destruye.