23. EL FALO RENACENTISTA

El cristianismo es una religión masculinista que discrimina claramente a las mujeres, tanto desde sus herencias (Viejo Testamento) como desde la actuación de Cristo (Evangelio).

Las feministas norteamericanas llegaron hace poco al esperpento contestatario de inventarse una Crista. Ya casi antiguo es el plurieslogan «Dios es negra». Los dioses orientales, tan ambiguos sexualmente, o tan asexuados, molestan menos en este sentido y admiten más lecturas por parte de las juventudes actuales, que tanto han viajado a China y la India.

En el Dios Padre de las Escrituras están todos los caracteres patriarcalistas del mosaísmo. Cristo es hombre solitario entre meretrices y pescadores. Los diversos cristianismos que han triunfado en Occidente se caracterizan de modo unánime como grandes ausencias del falo. La fidelidad matrimonial exigida al pastor protestante es tan asexual como el celibato del cura católico. Incluso diríamos que el pastor protestante encarna un caso más «escandaloso» de falo ausente, ya que siendo —cuando lo es— un hombre casado y con hijos, su falo queda talado por el traje talar. El pastor protestante engendra como los ángeles, mediante un rayo de luz. Del cura católico, cuando menos, se sabe que ha vivido épocas históricas de gran licencia. Leo Steinberg escribe sobre la sexualidad de Cristo en el Renacimiento y la Edad Moderna. Cristo, históricamente, no empieza a tener un valor fálico hasta la «desamortización» de toda la Antigüedad que supone el Renacimiento. El cristianismo, que discrimina a la mujer, por otra parte ignora el falo.

Nosotros, herederos de todo eso, hemos vivido la experiencia: el falo católico pasa de falo ausente a falo culpable. Sólo tiene su plenitud en la fecundación, en la reproducción, pero esa apoteosis es entregada de inmediato a la Madre, a la madre, a las madres. Madre, en una lectura católica, es la mujer desexualizada por la maternidad.

La maternidad, en fin, tiene en el cristianismo, no sólo un fin más allá del individuo (la multiplicación de las almas para el cielo), sino una función referida al individuo mismo, a la madre: es una purificación. La mujer, impura desde el Paraíso, sólo se purifica pariendo, dando de sí un macho (o una hembra, que sólo es un mal menor, una alternativa, una concesión al segundo principio de la termodinámica: entropía: equilibrio).

El hombre que, en el cristianismo, no tiene derecho a su falo, sólo lo recupera en forma de niño. La mujer ha recibido en sí la herramienta misma del demonio, el falo, y la transmuta y devuelve en forma de ángel niño, de alma para el cielo.

La reproducción es, así, no sólo una justificación del acto sexual, sino una purificación de la pareja y su doble pecado: el de la especie y el personal, de lujuria y lascivia.

El falo católico es un falo ausente que sólo se hace presente para redimirse mediante la fecundación, y que, al redimirse, vuelve a ausentarse. Sólo existe a condición de no existir. El Renacimiento, deificando los órganos sexuales de Cristo, nos devuelve el falo a todos los hombres, a toda la humanidad masculina. Más que consagrar a Cristo también en sus partes más ignoradas, con esta epifanía sexual se nos hace justicia a los varones.

Hay aquí, pues, un símbolo y una función: una cosa más que adorar —el falo de Cristo, de que ya hemos hablado en este libro— y una reivindicación que cumplir. Del Renacimiento para acá, el hombre-con-falo ha hecho más cosas que el hombre antiguo, hombre-sin-falo. El hombre fáustico, el hombre prometeico, el hombre de nuestro tiempo, atenido a sí mismo, atenido a su falo (aunque ya sabemos con cuántas zozobras), es el falo moderno, el hombre/falo. El Renacimiento desentierra diosas de mármol en la campiña romana, con el arado. Pero, sobre todo, devuelve a la humanidad macho, en la figura de Cristo, el falo ausente durante siglos. El Renacimiento, así, humaniza la divinidad. Y, lo que es más importante, humaniza la humanidad.

El hombre moderno sólo tiene falo a partir del Renacimiento, y es cuando el mundo comienza a conocer las grandes empresas fálicas: descubrimiento de América, circunnavegación de la Tierra, descenso de los dioses, recuperación del mundo y del tiempo natural, relación real con la mujer, la gran desconocida de muchos siglos.

El Renacimiento se resolvería en Barroco: el hombre fálico ha preñado a la Historia.