6. EL FALO/FÁBULA
Todo el paso de las culturas tradicionales a la cultura moderna está en el paso del falo/tabú al falo/fábula. El falo/tabú supone una prohibición, un castigo y un mito. El falo/tabú es algo sagrado/maldito, a nivel de tribu, algo que no se toca, a nivel humano (ni el propio poseedor del falo debe tocar el suyo, según varias religiones, por supuesto las cristianas), algo que no se piensa, a nivel divino: ¿Dios tiene falo, qué dios?
El falo/tabú es un castigo en cuanto que paraliza la mano de la joven que masturbó a su padre o sirve para penetrar a la virgen de la tribu, a la virgen sacrificial (falo humano o de piedra), sirve para arrebatarle algo, para cambiar a la muchacha de identidad, contra su deseo, o a favor de otros deseos más oscuros. El falo sólo tiene, durante muchos siglos, una conducta volitiva. Castiga/premia, desvirga/fecunda, condena/distingue. El falo/tabú, en cuanto prohibitivo, es Dios, la imagen de Dios (falo icónico) o un dios en sí mismo. El primer oficio de Dios ha sido castigar.
Del machihembrado premio/castigo nace el mito. El falo es algo que tienen los hombres para premiar o castigar (con el placer, la fecundación o la sangre y la humillación) a las mujeres, a los niños, incluso a otros hombres (según los casos: los homosexuales de Malaparte fingen embarazos). No sabemos en qué medida preocupa esto, realmente, a las mujeres, pero, desde luego, preocupa mucho a los hombres: y no hagamos una fácil enumeración de objetos que, según se nos enseña, prolongan la mano humana (la espada), pero que en realidad prolongan el falo.
Entre el falo/tabú, primitivo (de un primitivismo que llega hasta hace poco), ominoso siempre, y el falo/fábula, que es el de nuestro tiempo, está el falo/símbolo. El falo símbolo es la reconversión pacífica y benéfica del falo/tabú. Es el prepucio de Cristo que se encuentra o se pierde en una iglesia italiana, es el pene del arcángel san Gabriel que se conserva en una aldea española. El falo/símbolo es, asimismo, curativo, es lo que salva al hombre de la histeria femenina. Hysteria, en griego, viene a significar útero, y los hombres no tienen útero, sino la réplica exacta y triunfante de un útero.
El falo simbólico y mitológico, el falo benefactor, que con la cultura va perdiendo su carácter ominoso, es el falo del Arcángel que engendra, sólo con palabras fálicas, en la Virgen María, ante la pasividad del falo de san José (modelo máximo del falo ausente, de que se ha hablado ya aquí).
Falos ausentes de los mártires del Greco. Falos de las anatomías de Miguel Ángel, desproporcionadamente diminutos (desproporción que sólo se explica por la censura de la Iglesia). Falos de los mitos, de los dioses. Luego, cuando las mitologías caen, lo que queda es el falo mitológico, todo el mito reducido a falo. El falo, primero, como mito restante (y operante) del mundo antiguo. Falo/signo, más tarde, falo/señal para turistas, más o menos. Donde hubo todo un dios, hoy queda un falo.
O falta un falo, que viene a ser lo mismo. El falo que le falta al dios (tan fácil de desprenderse como la nariz de las diosas), es lo que le hace más dios. El dios y el falo vuelven a ser mitológicos, por esa ausencia. En el strip/tease de la Mitología, el falo desprendido, el falo ausente, hace las veces de esa braguita final o ese vello postizo que la «estrella» nunca se quita.
El falo, pues, de atributo del mito (los mortales no andaban por ahí con el falo fuera), pasa a ser mitológico él mismo, cuando la legión de los mitos es ya polvo. Y luego se queda, como hemos dicho, entre señalización para turistas («aquí hubo un dios», o «este dios tuvo un falo», viene a ser lo mismo) y símbolo de todo lo que los dioses fueron. Fecundidad, abundancia, poder, agresividad, masculinidad, sexualidad, fertilidad, muerte, incluso. Caídos los símbolos, el falo restante comienza a simbolizar cosas. Pero ya no es más que un apócope, un pictograma, una coma en la escritura de la antigüedad.
Una de las tareas más obstinadas y calladas de Freud (nadie ha hablado de ella, o casi) consiste en restituirle al falo toda la mitología y todo el simbolismo de la antigüedad. Un empeño más literario que científico, está claro. Freud cree que la mitología/simbología del falo está tan vigente como hace veinticinco siglos, o quiere creerlo. Y de aquí nace todo el error de su sistema: atribuye al falo poderes que perdió hace muchos siglos. No ya mágicos, naturalmente, sino psíquicos: las señoritas que masturban a su padre, se quedan luego con una mano tiesa.
Digamos, en cierto modo, que Freud se inventa un enemigo maniqueo, para destruirlo fácilmente. Toda enfermedad psíquica procede del falo (el subconsciente de Freud es la última forma religiosa del alma). Antes o después, Freud diagnosticará al falo como culpable, en su psicoanálisis policíaco. Y cura o no cura al enfermo/enferma. Pero consigue, eso sí, algo que le importa mucho más: desenmascarar al falo, Anticristo que él mismo ha plantado en mitad de la Historia.
Del falo/tabú al falo/fábula, decíamos al principio de este capítulo. De la mitología a la metáfora. Es nada menos que el paso de la antigüedad a la modernidad. Se da en todos los órdenes. Las constelaciones, las fechas, los animales, dejan de ser un mito, un símbolo platónico, una sombra, para ser una metáfora (objeto de múltiples lecturas, muchos significados en uno, laconismo fecundísimo de Quevedo). A Platón lo mata el estilete de oro ardiente del querubín de santa Teresa, según Bernini.
Ese estilete ya no es mitológico, sino metafórico: moderno. La transverberación de Teresa es la primera metáfora en acto de la modernidad. A Bernini sólo le faltó dejar, a los pies de la santa, el cadáver de Platón, tan dado a querubines
A las que sepas, mueras:
y sabía hacer saetas.
La saeta o saetilla que mete en trance místico/romántico a la santa es ya metáfora, o sea objeto múltiple: puñal, falo, dolor, amor, fuego, oro, incluso puede que una angina de pecho. La Edad Media termina en un convento español o en una capilla romana. Nace el falo/fábula.
El falo/fábula o falo/metáfora es, naturalmente, el falo que genera fábulas, fablas, hablas. El falo de que se habla y el falo que habla al mundo, como tantos otros objetos verbalizados por el sistema metafórico. La metáfora, tan ignorada por los antiguos, que no habían pasado de la «comparación» de una cosa con otra, es el hallazgo y el sistema del mundo moderno, que hace de cada cosa una estrella irradiante: ready/meade de Marcel Duchamp, sueños de Freud, personajes de Kafka, ecuaciones de Einstein.
Metáfora es decir muchas cosas en una. O, por el contrario, hacer que todos los objetos del mundo converjan en uno solo, en uno mismo. Pudiera pensarse que los antiguos se aproximaron a esto con el panteísmo. Nunca estuvieron más lejos. El panteísmo es una forma superior del animismo primitivo. La metáfora nace del relativismo moderno, del conocimiento científico y sensorial de que todas las cosas se comunican o, lo que es más importante, están anhelando comunicarse.
El objeto metafórico, pues, permite múltiples lecturas, la metáfora es un móvil como los de Calder, pero hecho con palabras, y mucho antes de Calder. Crear es sorprender las cosas en su momento metafórico, cuando son menos ellas porque están a punto de ser ya otra cosa. El mundo en continua transformación y entropía, no es sino una constelación de metáforas. Dentro de esto, el falo resulta un objeto singularmente metafórico, por oscuro, por escondido/exhibido, por gratuito, por cambiante, porque tiene múltiples usos y no tiene ninguno (según nos va explicando la ciencia), por «parecido» a otros objetos (hemos hablado poco más arriba de que los antiguos funcionaban literariamente por comparaciones).
Si le hemos dedicado un capítulo de este libro al falo ausente, se trataba, sin duda, de subrayar el falo presente, omnipresente en nuestra sociedad. Las metáforas del falo se multiplican en abundancia y calidad poética o erótica, desde el automóvil deportivo de morro fálico al perrito caliente.
El falo metafórico, sí, es el falo de nuestro tiempo. Objeto simbólico es el que alude a muchas cosas en una. Objeto metafórico es una cosa en la que confluyen otras muchas. La cultura sexual y la mercancía sexual han hecho que el modelo fálico sea persistente y claro en nuestros días. El otro aspecto metafórico, poético, del falo en la cultura actual (la novela, el cine, la calle) es su carácter gratuito, como, de otra forma, queda dicho en este libro. La píldora liberó a la mujer socialmente y liberó al falo genitalmente, lo convirtió en un objeto para jugar.
Lo inútil es más bello.
Mientras escribo, llega la Prensa con la noticia de que se han concedido los Oscars de Hollywood. El Oscar/estatuilla, aparte de ser la síntesis de un hombre desnudo, tiene en sí algo de falo de oro, que queda casi obsceno en manos de las actrices ganadoras. El triunfo, para Hollywood, sigue siendo fálico. Masculino. Veamos la película premiada: el último filme de Bergman, que nos cuenta los amores de un obispo con una bella madre de dos niños. La Iglesia no católica es una Iglesia fálica. Claro que el falo está presente en la Iglesia y la leyenda católica, y aquí hemos contado algunas anécdotas al respecto, pero el falo protestante o calvinista, el falo del pastor, es real, engendrador. El falo católico, por elusivo o vagamente alusivo es, en tanto que falo ausente, falo metafórico. Nada le nombra y todo le alude. Vara florida de san José, personaje que hemos puesto como claro ejemplo de falo ausente. De ahí la obsesión católica por el falo.