15. EL FALO/DRÁCULA

Drácula es un poco pendón.

Olvido Alaska

Después de haber repasado someramente los vampirismos del falo (que generalmente son autovampirismos, como se ha visto), no hay sino divagar un poco sobre el falo/Drácula, que no es ya el falo vampírico/genérico, sino el falo concreto de un señor concreto —un vampiro famoso—, o la conducta vampírica, en el sentido estricto de la expresión, de un falo. «Drácula es un poco pendón», dice Olvido Alaska, la musa de la movida madrileña. Efectivamente, el señor que sale todas las noches, de frac o de smoking, a la busca de señoritas solitarias y tiernas, para chuparles la sangre, es lo más parecido al «seductor protervo» de los folletines o, sencillamente, a Don Juan.

Es tan obvia la sustitución de la ceremonia sexual por la ceremonia vampírica, en los episodios de Drácula, que apenas admite glosa. Habría que glosar, en cambio, lo que todo violador o fornicador «profesional» tiene de Drácula en cuanto que, como el vampiro dandy y famoso, prefiere gustar de la mujer por otros conductos que no son los ortodoxamente sexuales.

En eso sí que somos todos un poco Drácula.

El draculismo, claro, es una larga tarea, como dijera Sartre del ateísmo. Sólo cuando uno ha llegado a la saciedad insaciable de la mujer, comienza a ensayar otras formas de posesión —o simple degustación (y perdón por la comercialidad de la palabra, que es deliberada)— del cuerpo femenino.

Se supone, aunque no se haya dicho nunca (a mí no me consta) que Drácula fue en vida un caballero galante, un elegante seductor. Drácula, de muerto (un muerto es, por definición, un falo ausente,) ha de recurrir a otras artes para seguir disfrutando de las señoritas.

Les chupa la sangre.

En el sadomasoquismo, claro, está previsto todo esto, y a la inversa. La única novedad es que el caballero que despieza jovencitas es un muerto. Novedad relativa, ya que en las depravaciones tradicionales (hay una tradición del mal, muy honorable, faltaría más), la muerta es generalmente la jovencita (profanación de cadáveres, que hemos sugerido en el caso de la señora Salomó), y, en el caso Drácula, el muerto es el que actúa y la vida la que se está quieta (de terror).

Drácula nos ofrece, por una parte, el comercio carnal vivos/muertos, cosa que nos había ofrecido Gilles de Rais muchos siglos antes. Drácula nos ofrece por otra parte, la degustación no penetrativa de las señoritas.

También Onán se le había adelantado en esto. El comercio vivos/muertos está en el antiguo Egipto y los despiezadores y embalsamadores que fornicaban con los jóvenes cadáveres de las muchachas recién muertas que les llegaban al depósito. Un tema bárbaro/romántico que, efectivamente, recoge el Romanticismo: hay un cuento de Guy de Maupassant en que una muchacha de la nobleza, fornicando con su joven amante, hijo de un servidor de la casa, descubre que el chico ha muerto durante la cópula, golpeado involuntariamente contra un hierro de la cama. Pero la erección del muerto se mantiene, pues que, como dijera Lenin, «los hechos son testarudos». Y la bella y pura muchacha decide consumar la cópula, hasta conseguir su orgasmo, siquiera sea a costa del falo de un muerto.

Es Drácula al revés.

Si la necrofilia es infrecuente, no lo es, en cambio, el afán, puro Drácula, de obtener otros placeres gustativos de la mujer, y esto viene dado por la distancia/desgarramiento, que ya hemos estudiado aquí, entre el sexo y la boca, en el animal humano, como consecuencia de su posición vertical.

La sangre menstrual, la sangre criminal, los excrementos mayores y menores (en sí misma, la orina de la mujer es lírica: «por oírte orinar al fondo de la casa, como derramando una miel dulce», dice Neruda), son degustaciones habituales del Drácula interior que todos llevamos bajo la gabardina.

El falo/Drácula es la situación/límite del falo ausente: el falo de un muerto. Pero he aquí que las prácticas gustativas, los erotismos orales de ese muerto son muy semejantes a los de los vivos. Incluso el erotismo del crimen.

Drácula somos nosotros.

Parece, por el anuncio de Interviú que damos en este capítulo, que hay una España incorrupta. Del brazo de santa Teresa a la leche de María Santísima. Pasando, añadiríamos nosotros, por el falo del arcángel san Gabriel que se guarda en alguna ermita nacional. Precisamente el catolicismo ha llevado a mayor sacralidad los signos y símbolos sexuales, bajo capa de santidad.