8. EL MULTIFALO

El hombre vive desgarrado por la excesiva distancia que la evolución ha establecido entre sus dos vías más profundas de conocimiento directo del mundo: la oral y la sexual. Sólo los erotismos orales funden ambos conocimientos en uno.

Esa distancia, sí, ha sido suturada por persona interpuesta, pero la unidad cognoscitiva del ser sigue desgarrada durante la mayor parte de su vida. El hombre es multifálico, tiene el falo para conocer lo más profundo que puede conocerse —la intimidad de la mujer—, y, por extensión, todas sus vías de conocimiento se tornan fálicas, en cierto modo, o se transforman en vías de conquista: la pistola, la espada, el coche o el caballo.

El hombre es multifálico, sí, porque sus experiencias cognoscitivas más profundas las ha realizado con el falo, desde el hecho diferencial respecto de la niña, en la infancia, hasta los límites de grito de la hembra adulta. Para Freud, el falo era el gran pecador, el Anticristo, ya lo hemos dicho. Para nuestro tiempo, el falo es el gran conocedor.

Y el gran conocido/desconocido de las mujeres.

Se ha hablado aquí del falo ausente y el falo sin filo, de la ignorancia en que la sociedad mantiene al niño y al púber respecto de los poderes sexuales y sociales de su falo.

Cuando el hombre llega al conocimiento pleno de esos poderes, se convierte, por reacción, en multifálico.

Cree, piensa o siente que todo él es un gran falo y que todo lo que hace, sobre todo lo que hace ante los ojos de las mujeres, tiene una liturgia fálica: arrancar un coche, pilotar un avión, tomar cualquier decisión doméstica, pagar una cuenta, dar unas órdenes.

De la ignorancia absoluta de los poderes sociales del falo y sus prestigios, el hombre actual ha pasado a ser multifálico, a creer que un dedo suyo, recorriendo una piel femenina, o indicando un camino, tiene poder fálico.

Es el freudismo exacerbado por sus beneficiarios.

Freud tuvo un paciente que había sido operado de un testículo: cáncer. Como consecuencia, había perdido psíquicamente toda facultad copulativa. Freud le convenció de que podía ser un hombre normal con lo que le quedaba. Años más tarde, le informaron a Freud de que el cáncer de aquel hombre se había extendido, desde el otro testículo, al hígado y los riñones:

—Bueno, pero no ha muerto de una neurosis de impotencia.

Frivolidad freudiana.

Machismo, diría una feminista de hoy.

El machismo larvado del freudismo persuade al individuo de que sigue siendo multifálico incluso con un solo testículo.

En estos días, llega una folklórica española a su tercer o cuarto matrimonio. La mujer cree en el multifalo en cuanto que la humanidad masculina no es sino un manojo de falos. El hombre, para la mujer ninfómana, es el Siva de los falos, en cuanto que, por cada orgasmo de su vagina, ella imagina un nuevo falo creciendo de la raíz del anterior, quizá ya mustiado. El hombre de erecciones repetidas (nunca demasiado) es el sueño multifálico e inconfesado de muchas mujeres, que, curiosamente, relacionan cada nuevo orgasmo propio con un nuevo falo que le ha crecido al amante. Es una idea vagamente poética. Precariamente. La utopía femenina multifálica, ya queda dicho, sólo la realiza la mujer lábil, ardiente, de múltiples orgasmos encadenados, pues que el propio orgasmo se transforma inconscientemente en el falo ajeno (falo metafórico, de que ya se ha hablado aquí). Pero, generalmente, la boca y el sexo hacen descubrimientos por su cuenta, independientemente. Estos descubrimientos sólo se unifican en el erotismo oral, como se ha dicho. El hombre multifálico vuelve a no tener más que un falo. Y prisionero.

El hombre, sí, vive desgarrado entre su sexo y su boca, entre los dos grandes penetrales de conocimiento sensual de su cuerpo, tan distanciados por la evolución y la postura erecta. El hombre se reúne gracias a la mujer y la mujer gracias al hombre.

Aparte esta fusión de ambos conocimientos, hombres y mujeres viven dispersos de sí, pues que no tienen un sólo ámbito receptivo de conocimiento corporal, ciego, sino dos.

Del distanciamiento oral/sexual nacen muchas neurosis que, me parece, no han sido estudiadas. El hombre —y la mujer, obviamente—, distanciándose intelectualmente de su sexo, han intelectualizado a tope su sexo, precisamente por reacción y respuesta.

La intelectualización del sexo progre, libre, ácrata, no supone sino una respuesta desesperada a la distancia sexo/boca, sexo/cerebro.

Una respuesta y una llamada.

Ya que el sexo es una tierra incógnita, para nosotros como para el camionero, razonemos el sexo, codifiquemos el sexo, reflexionemos el sexo, atraigamos el sexo como quien atrae una serpiente mediante música. Música de palabras, en este caso.

En eso hemos perdido varios años y miles de libros.

Dice el neurólogo doctor Portera que el hombre empieza de los ojos para arriba y que menos potencia sexual, a cierta edad, supone, sencillamente, «menos deseo», y no a la inversa. Sea como fuere, emprendiendo la caminata desde el cerebro o desde el sexo, la distancia es la misma. Distancia —grande— que tienen que recorrer nuestros sistemas interiores. El animal está más en convivencia con su sexo. Esto nunca lo he visto escrito, aunque estará escrito, naturalmente, como todo (uno sólo aspira ya a escribir sobre lo escrito, como el que hace pintadas sobre las pintadas).

Entendidas así las cosas, casi todas las actividades intelectuales del hombre son aproximaciones al sexo: la filosofía, la religión, la política, puede que hasta la economía.

Hay un vacío corporal entre la boca y el sexo. (No tanto entre el cerebro y el sexo, claro, sino todo lo contrario: el cerebro y el sexo se interfieren constantemente, para bien y para mal.)

Este vacío, esta distancia corporal entre la boca sexual y el sexo bucal, la mujer la tiene mejor resuelta que el hombre por razones meramente anatómicas. Los pechos y otras zonas erógenas ayudan a salvar, en la mujer, la referida distancia, de modo que, como han dicho todos los tratadistas, de Ortega a Simone de Beauvoir, «la mujer está más trenzada con su cuerpo».

La mujer tiene más posibilidades de reunir el conocimiento bucal y el conocimiento sexual mediante el placer oral, consigo misma, con su mismo sexo o con el otro. Los animales mamíferos, los niños y las mujeres, por este orden, aparecen «reunidos» sexualmente consigo mismos, en cierta medida. El macho es el gran disperso.

El macho humano, quiero decir. Un freudiano vería (aunque me parece que los freudianos nunca se han planteado esto) los hábitos masculinos del tabaco, el alcohol y hasta la forma de mascar, no ya como una suplantación del pene (tópico), sino del propio pene, tan distante.

El macho, desgarrado por la separación entre sus dos grandes vías más profundas de conocimiento sensorial, la oral y la sexual, ha dado, quizá, la técnica, el deporte, el arte incluso, como superestructuras con que cubrir y amenizar la superficie plana, lisa y sosa que va de su boca a su pene.

La mujer, como hemos dicho, víctima de la misma distancia, cuenta con una orografía «más amenizada».