1. EL FALO AUSENTE
«No intentó quitar su hijo al padre.» Se trata de Carmen Martínez Bordiú, nieta de Franco, bella de blancor y melena, misteriosa de gafas negras. La Prensa de derechas dice que «en ningún momento quiso quitar su hijo a Don Alfonso de Borbón Dampierre». Un padre accidentado, castrado, «el falo ausente», va a ser víctima de una manipulación de la madre. Si la Prensa de derechas dice que no, es que sí.
Historia de la gente, de Mingote. Un matrimonio mundano se mira al espejo antes de salir para una fiesta. El espejo les devuelve una pareja prehistórica. Quien aparece castrado de gesto en ambas imágenes es el macho. El humorista sabe que, en la vida social, su hembra va a triunfar más que él, porque todo un torpedero de falos psíquicos, psicológicos, contenidos por el almidón de la ropa de gala, va a rodearla. Su falo matrimonial, burocrático, es el único que no cuenta. No hay fábula del falo desde el momento en que el falo se deja estampillar.
Egipcios, griegos y persas, mueren bajo un tampón de oficina.
Francisco Ayala, en tercera página de ABC, trata de redimir los Sonetos del amor oscuro (homosexual) del poeta, libro póstumo y escondido que sólo conocíamos los iniciados, no por la vía burda del periódico, que los da como amor a mujer, sino por la vía cultural y sublimadora. Sí, Federico era homosexual, y qué. Eso no afecta al arte. Pues claro que afecta.
Se escribe con todo el cuerpo, y no sólo la filosofía: también la metafísica pura. Si uno es homosexual, o beodo, eso se nota (y lo que más subraya la escritura es que se note). He aquí tres ejemplos, tomados de la Prensa diaria, de falo ausente.
La nieta de Franco, aprovechando la ausencia de falo (accidente, inconsciencia) de don Alfonso de Borbón, trata de arrebatarle al hijo que resta de la catástrofe y el matrimonio. Mingote, por experiencia biográfica y lucidez creadora, sabe que el falo matrimonial es un falo ausente, un falo que no cuenta, tanto por sus malas actuaciones conyugales (y no las de Mingote, naturalmente, please), como por la preponderancia sexual (concedida) que la esposa logra en sociedad, acosada por falos como misiles de cabeza atómico/prepucial, ya que la oferta masculina (cien por cien) siempre es superior o más explícita que la demanda femenina.
Falo ausente, el del marido, en sociedad, pues que un rebaño de falos embozados persigue a la «quizás bella», como dijera mi querido maestro Jorge Guillén, cuando las bellas eran quizás, cuando las honestas eran quizás, cuando las putas eran quizás. Hemos superado el quizás, todo es hoy explícito/implícito, y esto está muy bien sociológicamente, pero, en cuanto a la oficialidad del falo, que antes garantizaban/ereccionaban sellos y documentos, es un fracaso. El falo ha ganado prestigio lírico, mágico, sacral, pero ha perdido seguridades legales, burocráticas, oficiales, y esto lleva al gatillazo, que Stendhal llamaba «fiasco».
Como la beneficiaría de las audacias del falo es siempre una mujer (otros casos nos interesan aquí), no estoy cantando, pues, la falocracia, sino los infortunios de la virtud femenina.
Casos, ya digo, que no interesan pero que sí interesan, porque están aquí: Federico García Lorca era homosexual. Uno sabe, por fanático de la poesía, que los Sonetos del amor oscuro son lo último que escribió, y lo más declaradamente homosexual (no por liberaciones de censura, que no había, naturalmente, sino por liberaciones personales). Que si ese libro lo tenía en depósito Vicente Aleixandre. Que si ese libro andaba por ahí, rodando, perdido y encontrado.
Un día sale a la calle, en edición casi pirata, como mejor le conviene (cosa parecida le ha pasado a la última y más agresiva comedia de FGL, El público), y he aquí que un periódico de la derecha sepia nos da el libro en separata sabatina, como primicia para no iniciados (no iniciados en la poesía ni en el vicio griego), y se cuida muy mucho de enmascarar que son sonetos de hombre a hombre, como los versos de Leonardo, Miguel Ángel o tantos otros (Shakespeare).
Por si fuera poco, Francisco Ayala sale, unos días más tarde, en la tercera (tardoprestigiosa) página de ese periódico, aclarando que Lorca era homosexual, pero que eso no importa. Decir que no importa es como decir que no era homosexual. Importa muchísimo. La derecha ha realizado una operación de prestigio literario, manipulando el falo ausente, que ellos han ausentado, y aún encuentran un «rojo» del exilio que les da la razón de otra forma:
Lorca era homosexual, pero no importa. Claro que importa. Es lo único que importa. Mi libro Lorca, poeta maldito, que despertó algún interés, desde la «Revista de Occidente» hasta las ediciones de quiosco, me costó la amistad de la familia Lorca (hoy casi todos muertos), porque los parientes nunca se conforman con glorificar al glorioso, sino que quieren beatificarle, o sea que se equivocan de vía.
¿Importa tanto, estéticamente, que Lorca o Proust fueran homosexuales? A mí me importa en la misma medida que me importa el machismo de Henry Miller, que no respeta esposa de amigo ni camarera de hotel. A lo que no se puede jugar es al falo ausente, por pudor sexual/homosexual. Y hasta Proust jugó a eso, en Contra Saint Beauve, rechazando la crítica biografista, porque lo que le espantaba era explicitar su biografía, tan explicitada por él mismo, mediante engaños pueriles, en su obra magna.
El falo ausente es el falo vergonzante. Todavía, en nuestra cultura de masas —fin de siglo—, las revistas que meten sus cámaras hasta lo más secreto, cálido y adorable de las famosas y las particulares, vía vaginal, se limitan a una dialéctica de falo ausente en cuanto al hombre, ni más ni menos que los honestos anuncios de slips/ocean. El falo es un paquete confuso debajo de un tejido confortable. Lo que está reprimido —ausente— es el falo, en fin, en nuestra sociedad falocrática, y uno no denuncia esto como reivindicación de su falo, con muecas de proezas, sino como reivindicación de la verdad de una sociedad hipócrita, que tiene el falo tan sacralizado como los griegos, pero jamás lo dice.
El falo ausente es una de las grandes conquistas puritanas de nuestra sociedad postindustrial y liberada, y, por lo tanto, una de sus grandes hipocresías, una de sus grandes frustraciones. Una de sus grandes neurosis.
El falo ausente cada día está más presente.