18. EL FALO MUSEAL
Torsos masculinos, atléticos, con el falo perdido. Torsos de mármol que conservan la voluta del vello y la pesantez de los testículos, en el aire limpio del museo, pero han perdido el falo. Cuerpos esbeltos y mutilados.
Museo Arqueológico de Sevilla. Estatuas romanas a las que el cardenal Segura, en los cincuenta, arrancó el pene a escoplo, aunque el informador, finamente, en su día, dijera «a cincel». Ocho esculturas mutiladas por el obispo.
El gran fotógrafo Alberto Shommer hizo el descubrimiento. Y dejó testimonio gráfico. Luego se encontraría una caja conteniendo los «genitales», debidamente etiquetados, en el sótano del museo.
Por la perfección de las exacciones, se comprende en seguida que no han sido obra casual del tiempo, como la nariz rota de la diosa griega. Se ha hablado en este libro del falo ausente, poniendo, entre otros ejemplos, el de la escultura clásica que ha perdido su falo por rotura. Ahora se trata del falo museal y mutilado, que no es lo mismo, sino todo lo contrario. El falo museal, como todo lo museal, queda congelado por el contexto. Todo museo, incluidos Louvre y Prado, no es sino un inmenso frigorífico para la pintura, para el arte (y no me refiero, claro, a las condiciones ambientales). El falo museal sólo vuelve a ser falo cuando un obispo lo tala a escoplo.
Hemos hablado en el capítulo «El falo ausente» de falos y de dioses. Un dios, una diosa que han perdido el falo o la nariz estatuarios, a través del tiempo, vuelven a deificarse, precisamente, por esa rotura, por esa precariedad. Ya que no otra emoción, sí, nos hacen llegar la emoción arqueológica del tiempo, que les devuelve un poco de su palpitación humana y divina.
Luego, el clima museal cicatriza esas heridas y los huecos, las ausencias, vuelven a formar parte de la sacralidad de la cultura. Otra vez el falo ausente.
En el caso de las mutilaciones de Sevilla, el cardenal Segura consigue todo lo contrario de lo que se propone. El falo museal de las estatuas romanas, al ser cercenado, adquiere todos sus prestigios de víctima. Es, ya, no sólo un falo presente, sino un falo vivo, actuante, que todavía puede inquietar a un obispo; un falo susceptible de castigo y cárcel —falos archivados—, susceptible de silencio. El cardenal Segura, queriendo suprimir toda una cosecha de falos, les devuelve la vitalidad, el riego y la fuerza que tuvieron los modelos vivos de las estatuas. Ya no son falos museales, sino delincuentes, de los que se ha hablado aquí en otro sentido. Delincuentes, ahora, por encerrados, por suprimidos, por prisioneros. Por prohibidos. (La supresión/prohibición hace al delincuente, y no al revés.)
El falo museal se hace real cuando se le brutaliza. También el dolor da vida, y más vida que el placer, y más placentera.
¿Por qué aquellos dioses, emperadores y atletas fueron representados con sus genitales al aire? El paganismo, claro, la deificación total del hombre. El falo, quizá, como cetro y centro de esa deificación.
El culto al falo ha sido «cívico» en el paganismo y secreto o hipócrita en los cristianismos (falo icónico). Hoy diríamos que el culto del falo y de todo lo sexual es casi ecologista. «El sexo es bello.» En las minorías liberadas de las últimas inercias religiosas, sociales, morales, culturales, incluso de las últimas inercias sexuales, el falo ya no es Dios ni el Diablo, ni un cetro ni un icono.
Estamos, ya se ha dicho, en el falo metafórico. Y no sólo porque tantos objetos y actitudes, en torno, adopten una banal o comercial actitud de falo, sino porque cualquier cosa, cuando deja de ser el rehén de un símbolo —mujer/inspiración, espiga/abundancia, etc.—, se reconvierte en sí misma, expande sus naturales significaciones, no las que le ha asignado la cultura. Y ya hemos dicho, más o menos, que las cosas se tornan metafóricas, no tanto por su parecido con otras cosas como por su afán de parecerse.
El falo deificado, el falo simbólico de los dioses, emperadores y atletas que mutiló el cardenal franquista/antifranquista, sólo se liberó de su condición de rehén de un símbolo para entrar en la triste y fría condición museal. Esta es la lenta y tediosa historia de sus veinte o veinticinco siglos. Otro Dios (aunque los dioses siempre son los mismos) les da por fin vida verdadera, la vida de la muerte: la única que pueden dar los dioses.
Hay que suponer que esos falos museales han sido restaurados a/en su origen, o lo serán, pero ahora, en una caja de cartón de un sótano, es cuando están más vivos, como los genitales que en las guerras más primitivas o más «civilizadas» se le cortan al adversario. Estos falos de estatua están sangrantes de tiempo y de violencia.
Pero el falo museal no está solo en los museos. La condición museal del falo, como de todo el desnudo humano, es la paralización de la vida en forma de cultura. Entre vivir y hacer como si, hemos preferido hacer como si. Dice Roland Barthes que toda la clave de Kafka está en escribir como si: como si él fuera una araña, como si él fuera un procesado. La cultura, en este sentido, es el inmenso como si de la vida. Hasta que llega un obispo español, bárbaro y en campaña, y, queriendo castrar unas estatuas, les devuelve la vida que nunca tuvieron.