5. EL FALO FÁLICO

Parece que Freud tuvo una paciente inutilizada de la mano derecha. La averiguación final de Freud fue que la paciente, en la infancia, había masturbado a su propio padre con esa mano.

El falo fálico, el falo como metáfora de sí mismo, el falo sacralizado, para bien o para mal, puede ser, en efecto, un contacto electrocutante. Pero uno diría algo más: todos los falos, para la mujer, son el falo del padre.

Y no quiere uno con esto, naturalmente, resolver mediante el fácil expediente psicoanalítico la cuestión del falo fálico o falo tabú.

Se trata, por el contrario, no de que el falo remita al pasado, sino de que todo, en el pasado, el presente y el futuro, remite al falo. La mujer, ya en la adolescencia, comienza a racionalizar este punto final, de llegada o partida, a que conduce su vida, a que conduce la vida. A la paciente de Freud se le quedó la mano derecha psíquicamente paralizada. Toda mujer, entre la pubertad y la adolescencia, o entre la adolescencia y la juventud, tiene una crisis de identidad, se quiere meter monja, desaparece del mundo, desea desaparecerse, cambia de novio con frecuencia (quizá busca uno que no tenga falo). Ha tocado, en fin, el falo del padre.

Ha tocado fondo.

Freud se queda corto, naturalmente, restringiendo los tabús sexuales al ámbito familiar o de clan. El incesto no es sólo una cosa de familia. El gran incesto cósmico es que la humanidad está partida en dos y la mujer —no sólo para procrear, sino incluso para ser— haya de tocar falo de hombre. Dios es el padre, Adán es el padre, el padre es el padre. La humanidad, como casi todas las especies, está montada sobre un equívoco. Sólo que la humanidad, por su desarrollo cerebral, ha hecho de ese equívoco una cultura y del falo una fábula.

Cuando la adolescente, lectora de cuentos de hadas y novelas de amor sub/platónico, toca falo de hombre, toca tierra, tiene la doble sensación de haber profanado el tabú y de haber descendido, como diría Neruda, «a lo más genital de lo telúrico». Dos sensaciones en una. Y contradictorias entre sí. La adolescente se encuentra profanadora y profanada al mismo tiempo.

Ha tocado lo intocable (en este sentido, el falo del padre), y ha sido profanada en su sueño y en su carne. No se trataba de un tabú, sino de una realidad fisiológica que su cuerpo, oscuramente, estaba dando por supuesta. Cuando muere el tabú, nace la fábula. El falo no era lo prohibido. El falo era lo predestinado. Si fábula viene de habla, el falo era aquello de lo que tanto se había hablado entre mujeres, directamente o en silencio. El habla/fabla, la fabla/fábula hila ahora su copo de palabras en torno del huso (fálico) de la realidad. El verbo se ha hecho carne. El incesto, que Freud remite domésticamente a los primeros clanes, es en realidad la expresión cósmica de un mal original, muy anterior al famoso pecado. Las especies han de copular entre sí, para reproducirse. La especie ha de desearse a sí misma, bajo figura contraria. El incesto se comete, no ya dentro de la propia familia, sino dentro de la inmensa familia de la especie. Todos los falos son el falo del padre.

La especie es un multicuerpo que se desea a sí mismo. Toda copulación es una masturbación. A la enferma de Freud se le paraliza la mano derecha por masturbar al padre.