19. EL FALO SURREAL
André Bretón, queriendo mostrar, mediante la escritura automática, «el mecanismo real del pensamiento», lo que nos muestra, a través de sí mismo y de sus discípulos, es el mecanismo real, secreto o manifiesto, del sentimiento y del instinto. Por eso todo el surrealismo es un erotismo, de la Historia del ojo, de Bataille, al constante retorno del Gran Masturbador en la pintura y la escritura de Dalí.
Salvador Dalí, según Santos Torroella, vive tres ciclos fundamentales en su arte, antes de «convertirse» irónicamente a los inmanentismos/esencialismos de la derecha en general y la derecha española en particular. Estos ciclos son los siguientes. El ciclo Ana María, en que Dalí utiliza una y otra vez, como modelo, a su hermana. ¿Porque es el único modelo femenino que tiene a mano en su adolescencia? ¿Porque realiza así una especie de incesto pictórico, no expresado íntimamente? En esto no parece que hayan entrado nunca los tratadistas. El ciclo lorquiano: gran amistad de juventud con García Lorca, divergencias estéticas entre ambos, intento de reconversión sexual de Dalí por parte de Lorca, con las naturales resistencias del catalán: «Yo no soy invertido, y además me dolía». Tras la frustración sexual, se enfría la amistad. Época freudiana: un poco lasa, esta denominación, desde el momento en que Freud es padre involuntario de todo el surrealismo. Y hay una cuarta época, que Santos Torroella no cita, no determina como tal, aunque la describe ampliamente: la época Gala.
Gala, como Freud, también es toda una vida, para Dalí (y puede que incluso una solución freudiana para sus problemas sexuales). Con o sin Gala, la obra entera de Salvador Dalí, profundamente pregnada de erotismo, es el más vasto ejemplo de «falo ausente» que puede encontrarse en la pintura universal. Del Gran Masturbador (personaje sin duda autobiográfico), vemos aquí una gran mano (vivía amancebado con su mano, otra vez Quevedo), allá un hombre/ameba, monstruoso y dormido, post/masturbado, sin duda. Lo que no vemos nunca es el falo, ni en ceremonia de masturbación ni en oficio de penetración.
Toda la pintura de Dalí es un homenaje al falo ausente, como consecuencia de los terrores fálicos —vampirismos del falo— que el artista sufrió desde muy pequeño. La leyenda de los círculos dalinianos dice que Gala le encontró a Dalí —masturbador con horror a la penetración en vagina— una solución intermedia: le masturbaba ella misma, con la mano o la boca.
Por eso fue la mujer de su vida, sin haberla poseído nunca. Porque le proporcionó el necesario comercio con hembra, evitándole el horror de la penetración.
Porque Gala, rusojudía francesa, acertó a fundir en un solo acto —felación o masturbación— los dos tirones profundos de Dalí: el de la cópula y el masturbatorio/infantil.
El falo surreal, pues, es en principio un falo ausente —no aparece nunca en la vastísima obra del pintor—, y esta ausencia queda subrayada por la presencia constante del Gran Masturbador, a quien jamás vemos masturbarse.
El movimiento surreal, que aspira al automatismo y se queda (felizmente) en el metaforismo por libre, podemos resumirlo en Dalí mediante las tres etapas biográficas y creadoras que le señala RST, más la época Gala, toda una vida, que le añado yo. Época Ana María: incesto jamás realizado, que sólo adquiere formulación en la pintura. Época Lorca: tentación homosexual que fracasa. Época Freud: difusa, por presente en la obra toda, o casi, del pintor. Época Gala: el Gran Masturbador, tema autobiográfico y recurrente por excelencia, se va transmutando en el tema Gala, desde sus desnudos mondaines hasta la beatificación como Madonna. Gala ha remediado su sexualidad como la Virgen María absuelve o sublimiza la de los religiosos marianos. El falo surreal perdura en el mayor pintor surrealista como falo ausente.
La metamorfosis de Narciso, cuadro y poema de Salvador Dalí, evidencia un aspecto cultural y psicológico del falo —o las maneras de vivirlo— que podemos contraponer a otro aspecto —los vampirismos del falo— tratado ya en este libro. Narcisismo y vampirización o autovampirización fálica son una misma cosa, evidentemente. O el sí y el no de esa cosa.
El narcisismo es el gran mito autofálico. La vampirización de un hombre por su falo, presentada como deificación. El narcisismo es un vampirismo hacia arriba, sublimado dentro de la tendencia general del mundo antiguo a lo que uno llamaría los castigos bellos.
Entiendo por castigos bellos los que pasan de Oriente a Occidente a través de Persia y Grecia. Lo decía André Bretón: «Persia, siempre Persia; Grecia es el gran error». Potenciaba Bretón, con esta frase, la apertura o disolución del yo que supone Oriente, contra las cárceles racionalistas que ese yo sufre en Occidente. Incluso el máximo castigo —la muerte—, del que todos los demás no son sino anticipo o metáfora, es atenuado en Oriente por la teoría de las transmigraciones. Una de las herencias orientales de Grecia, que nunca he visto estudiada, es ésta de los castigos bellos —Narciso, Edipo, Ulises—, que suelen corresponder, asimismo, a culpas bellas: fornicar con la propia madre, huir de la bella esposa hacia la bella aventura y la bella libertad, profanar la belleza del propio cuerpo. Culpa y castigo vienen a ser, así, una misma cosa, en Oriente y en la mejor tradición oriental de Grecia. (Sólo la llegada del cristianismo establece una separación cruenta, decisiva, entre culpa y castigo, o bien una nueva unidad por el otro lado: la culpa es horrenda y el castigo también.) Pero el cristianismo, naturalmente, es fiel a sus herencias: las culpas de Sodoma y Gomorra son bellas. El castigo, los castigos que caen sobre estas ciudades son horrendos. La culpa de la mujer de Lot es bella (la curiosidad) y su castigo también es bello, ya que de él resulta una estatua, y una estatua de sal, que firmaría hoy cualquier artista de vanguardia y que es casi una estatua daliniana. No en vano Dalí pinta a Narciso y le hace poemas. La culpa de la mujer de Lot es mirar hacia atrás. La culpa de Narciso es mirar hacia adentro.
Orfeo mira lo que ama, y lo que ama desaparece. Bella culpa, bellas culpas las de Orfeo: bello castigo.
Pero el cristianismo, como queda dicho, una vez secularizado, no admite culpas bellas. Ni castigos bellos. Viene, sí, a igualar culpa y castigo por el otro lado, pues que en realidad son la misma cosa, y esta es la universal metáfora de Dante en su Infierno: todos son castigados con un exceso de lo mismo que les dio placer, o con una poética contrafigura de lo que fue su placer en la vida.
Salvador Dalí, que ha vivido la masturbación como culpa, y como tal la expresa en la mayor parte de su obra (culpa horrenda: imagen recurrente del Gran Masturbador), acierta alguna vez a expresarla como bello castigo: Narciso.
Bajo el desgarrón de la negra nube que se aleja
las balanzas invisibles de la primavera oscilan
en el flamante cielo de abril.
Esas «balanzas de la primavera» son ya un acierto poético que nos da la cadencia del paisaje y del universo. Es el paisaje en que va a aparecer Narciso como culpa/castigo, como un todo muy bello. Pienso que el estanque es a Narciso lo que Gala a Dalí: un reflejo redentor o, finalmente, una invención (redentora) del propio Narciso/Dalí.
El falo surreal, pues, es falo ausente porque en sí mismo, con o sin masturbaciones, es culpa horrenda. El surrealismo, estilización poética del psicoanálisis: el psicoanálisis, secularización judía de la culpa metafísica en culpa física. Rechazo del falo o entendimiento del falo como culpa. Culto (teórico) a la mujer única, con vagas resonancias del culto a la Virgen María: Nadja de Bretón, Elsa de Aragon, Gala de Dalí, bellas mujeres desnudas de Delvaux, en la doble negrura de las estaciones nocturnas, expuestas al tren fálico que no llega (falo ausente).
No sólo Dalí, pues, sino el surrealismo, como lectura lírica de Freud, expresa/no expresa el falo como culpa.