4. EL FALO/BAUDELAIRE

Hemos aludido en el capítulo anterior al falo/Baudelaire. Baudelaire se resiste a ser codificado en la historia de la literatura como el falo se resiste a ser codificado en la historia (y la práctica) de la biología. Lévi-Strauss y Jakobson hicieron el mayor esfuerzo crítico que se recuerda para someter a análisis estructural uno de los sonetos de Baudelaire dedicados a los gatos en Las flores del mal. Este ensayo estructuralista generó, a su vez, docenas de ensayos en el mundo entero, a favor o en contra de las tesis Strauss/Jakobson: a saber, la fascinación de un soneto de Baudelaire nace de una combinación sabia de elementos armónicos, lingüísticos, temáticos, contratemáticos. Uno de los detractores del famoso ensayo cambia chat por rat, gato por rata, que en francés suena casi igual, pero denomina al animal justamente opuesto al gato. Y el soneto, naturalmente, ya no funciona.

Otro ensayista nos cuenta la eficacia y popularidad de este soneto entre los japoneses, que, como es obvio, lo conocen en japonés. Aparte el civilizado amor del japonés por el gato y otros animales, ¿qué queda ahí de las suntuosas sonoridades del idioma francés?

Baudelaire, en fin, no ha hecho sino comunicarnos el enigma/gato, enigma que adquiere particulares encantos en francés y, sobre todo, en el francés de Baudelaire. Enigma, empero, que es trasladable a otros idiomas, por su propia eficacia y por la eficacia conceptual con que Baudelaire lo expresó/inexpresó.

Del mismo modo, la fábula del falo es traducible a todos los idiomas científicos y a ninguno. Todas las ciencias expresan esta fábula, pero ninguna la explica. Su fascinación es más y menos que científica. El falo, como evidencia final y extremada de una conducta cerebral, como palabra última del cuerpo, o primera, como la expresión más visual y plástica de lo que un cerebro fabula, resulta un ente difícilmente codificable o con gran facultad de descodificarse. Si Sartre dijo que el poeta-Baudelaire es «el parásito del parásito» (el príncipe), he aquí que el falo es el parásito de todos los ciclos zoológicos, hoy más que nunca, ya que se ha llegado a la reproducción sin penetración, a la penetración sin reproducción, etc. Ahora (y ya ha quedado dicho) es cuando el falo resulta lujoso, ocioso, como Baudelaire y como sus gatos, incluso, belleza inútil, referencia icónica, signo intolerable del erotismo y el juego, alusión directa al erotismo bucal de la mujer. El semen, que ya no engendra fatalmente, es degustado lúdicamente.

En la medida en que el falo ya no está destinado exclusivamente a la vagina, queda predestinado a cualquier otro orificio femenino: una oreja, la boca, el ano. Plena disponibilidad y absoluta infuncionalidad: eso podría llamarse Baudelaire.

Según todos los datos disponibles, Baudelaire era impotente.

Baudelaire, impotente, llena o suple la sexualidad de lujo: la judía leprosa, la negra sifilítica. La belleza asimétrica que él propugna como modernidad y que Bretón plagiará diciendo:

—La belleza moderna será convulsa o no será.

Se ha limitado a cambiar «asimétrica» por «convulsa», exagerando como exagera siempre el plagiario.

Baudelaire, impotente. Esto nos permite hablar, aún con mayor coherencia, del falo/Baudelaire. Baudelaire resuelve/no resuelve su impotencia mediante la imaginación, desde el opio al alejandrino.

¿Y el hombre de hoy, impotente de stress? No tiene imaginación, no ha leído a Baudelaire, no ha conocido a Louchette, la judía leprosa, ni a Juana Duval, la negra sifilítica (cuarterona).

No puede hacer de su impotencia una obra de arte, como Wilde de su homosexualidad. El falo de hoy, innecesario para la reproducción, es un lujo de la fisiología, como Baudelaire, innecesario para todo, es un lujo para la Historia. La condición lujosa de Baudelaire es su condición ociosa. Este ocio, hoy, nos fascina, y ha sido definido británicamente como spleen. A Baudelaire le atormentaba.

Él hubiera querido ser práctico, fáctico, por demostrarles algo inteligible a su madre y a Aupick, el militar. (Y habría que estudiar, aquí, el complejo de inferioridad/inutilidad del genio frente al burgués, complejo del que sólo se salva —o huye— Rimbaud en las Ardenas.)

El falo/Baudelaire es en alguna medida el falo de Baudelaire, inútil y frustrado, o quizá es todo lo contrario, que viene a ser lo mismo: un objeto de juego erótico, un lujo inútil de la fisiología que por eso mismo fascina a las mujeres. El falo/Baudelaire, en todo caso, es el falo suntuoso, imaginativo e inútil.

Un caso previo de falo/Baudelaire, en el XVIII, es el caballero Casanova, que corre mil aventuras y nunca engendra, o no habla de ello, o ni siquiera da placer a la hembra (su insistencia en la condición ardiente y fácil de todas las mujeres que ha conocido —incluso de algunas que no ha conocido, porque ni siquiera existieron, según datos—, le hace sospechoso de mentira continua en sus Memorias).

El que habla demasiado bien de las mujeres —todas fáciles y ardientes—, es tan sospechoso como el que habla demasiado mal: o mienten o se descubren demasiado. Las mujeres no son tan malas ni tan insaciables. Estos profesionales de la mujer, con más experiencia fáctica que malicia literaria, están inventándose una hembra mitológica a la que piensan que los demás no tenemos acceso.

Lo que pasa es que las hembras no son mitológicas y todos tenemos acceso a ellas. El falo/Baudelaire es, por excelencia, el falo lujoso, inútil, el falo para jugar. Baudelaire, que nunca pensó en procrear, ni parecía muy dotado para ello, es por eso mismo el hombre/falo, ya que su falo no se realiza. Él lo realiza en los restaurantes diciendo cosas que asombran a los camareros y a los clientes burgueses.

Su impotencia le permite a Baudelaire, irónicamente, conocer mujeres que de otra forma no habría conocido: sobre todo, la judía Louchette.

Un macho normal jamás habría perdido el tiempo con judías sifilíticas y calvas, con cuarteronas alcohólicas y putas. La impotencia de Baudelaire le pone en contacto con otras potencias. Baudelaire, por su prosa, su verso, su biografía y su rebeldía, por su condición enhiesta, es el hombre/falo (él, tan poco enhiesto) de todo el Romanticismo/post Romanticismo europeo.