9. EL FALO FALIBLE

Parece, en principio, un caso de delincuencia común y criminosa. Seguramente lo es. Pero este tipo de delincuencia, aparte sus móviles lucrativos, sirve para motivar, manifestar, despertar o poner en marcha una modalidad del «falo con filo», del falo adulto, agresivo y posesivo (no necesariamente de cuerpos), en contraposición al falo sin filo que en este libro se ha tratado como falo infantil.

El juez ordena la reconstrucción del asesinato. Hay un hombre culpable y orgulloso (fálico) de que su avilantez sea noticia. «El forense discrepa con la fecha de la muerte de Teresa Mestre dada por Mayayo». No se discrepa con, sino que se discrepa de, o sea que el redactor de sucesos quizá sólo es redactor de sucesos porque su falo falible le ha varado, incluso, en la ignorancia de la gramática. Y como a él, a todos los que previamente filtran la noticia en un periódico, hasta que sale a la calle.

El simple seguimiento de esta noticia, o su redacción, nos permite detectar una cadena de falos falibles, o falos sin filo, que en el adulto perduran, como residuo infantil, en forma de ignorancia. El falofalible, escrito así, como una sola palabra, es una de las angustias sexuales masculinas de nuestro tiempo, en todo Occidente, ya que, a diferencia de la mujer, todo hombre experimenta un fallo profesional como repercusión en el falo. De ahí, luego, la impotencia, la inseguridad o la eyaculación prematura.

Lo primero, para irse a la cama con una mujer, es la satisfacción del trabajo profesional realizado durante la jornada.

Murió María Teresa Mestre, esposa del industrial Enrique Salomó. La mujer, en estos casos de la crónica negra, vuelve a ser la criatura sacrificial de que ya hemos hablado anteriormente. Es la mujer valorada como un bien del hombre, y tasada al máximo por el crimen. Lo que más y mejor tasa a una mujer es matarla. Inmediatamente se pone en marcha el proceso de autobeatificación de la santa —¿de la virgen?— que toda mujer lleva dentro, latente, desde tiempos prehistóricos.

Angel Emilio Mayayo, el presunto asesino de Teresa Mestre, no se sabe si actuó solo o ayudado por un cómplice. Esto es importante a efectos penales, claro, pero a nosotros nos interesa a efectos sexuales, diríamos. Matar una mujer a solas es casi como hacer el amor con ella, hasta el límite. Matarla en complicidad con otros no es más que una vulgar conspiración. Por el mismo motivo que hacer el amor a solas, con una mujer, es hacer el amor, y hacerlo en una orgía colectiva es poco más o poco menos que masturbarse o hacer gimnasia.

La soledad hombre/mujer es tan inquietante en el crimen como en el sexo. El falo falible, se hace infalible matando, mediante cuchillo o pistola. Armas que son el falo infalible del hombre, siempre amenazado de falibilidad. Matar a una mujer indefensa, ayudado de otro, es como tener que avisar al ayuda de cámara para que remate el orgasmo de la lady. Mayayo asegura que asesinó a Teresa el mismo día de su desaparición. El forense le contradice. Siguiendo el paralelismo con un rapto sexual (rapto en los dos sentidos de la palabra: robo y arrebato), Mayayo parece vanagloriarse de una penetración inmediata. No soporta la idea forense de haber convivido con la víctima sin matarla.

El falo falible es la angustia secreta de casi todos los hombres y lo que les lleva a corroborarse mediante falos infalibles: el cuchillo, la pistola, el talonario de cheques, la moto, el automóvil, la pluma o el pincel (estos últimos cuando, por la obra hecha, alcanzan «infalibilidad»).

No es posible matar a una mujer sin que reste del hecho una suerte de experiencia erótica. El que crimen y violación (por este orden o a la inversa) vayan unidos en muchos casos, es lo que menos debe importarnos al respecto.

Lo que nos importa es el crimen como metáfora de la violación. La violación como metáfora del crimen. Lo otro, las dos cosas a la vez, es redundante, y, por lo tanto, vulgar.

Quizá sólo haya un crimen, un asesinato de mujer sin connotaciones sexuales, en la Historia: el de Raskolnikov. Pero el asesinato de viejas, tan frecuente en la crónica negra, no es sino el revés del sacrificio de vírgenes. En la India, como sabemos, la viuda estaba obligada, hasta hace poco, a arrojarse voluntariamente en la pira funeraria del marido.

Del crimen como violación y de la violación como crimen (hechos de paralelismo tan obvio), nace una imagen poética que no tiene realidad más que en nuestra imaginación, y que por eso es poética. Como la «rosa de sangre» de los poetas, que no es ya una herida en un cuerpo ni una flor color sangre, sino un nuevo objeto poético: poético por mental, por imposible, por meramente asociativo.

El falo, cuando se manifiesta falible por primera vez, da lugar al desencadenamiento de una serie de mecanismos de defensa, por parte del hombre, y de esos mecanismos nacen las armas, las conductas agresivas, la competitividad industrial y hasta deportiva. El falo falible supone una escisión más en el hombre: la divergencia entre deseo y órgano. Eso no se da en los animales. Se ha escrito mucho que el erotismo es una creación cultural.

El gatillazo también es una creación cultural.

Dice Max Frisch que «los cuerpos son honrados» y dice Anthony Burgess que «el perro es sincero». El cuerpo es asno o jaca que no siempre responde a las fantasías de la mente. La mente sabe engañarse a sí misma. La mente nunca es honrada. La mente vive de mentirse. Pero los cuerpos —todavía— son honrados en cierta medida, y no siempre se prestan al engaño. O nunca. Un deseo mental no siempre es un deseo para el cuerpo. También la carne fantasea, claro, y a veces por su cuenta (luego hablaremos del falo fantástico), pero no siempre responde la carne, el falo/fábula, a las fabulaciones y cerebraciones más o menos inconscientes.

El perro es sincero, como mis gatos, como todos los animales. Dice Neruda de los animales que «fornican directamente». Este directamente, quizá, es lo que hace su falo infalible (aunque muy pocas hembras de muy pocas especies animales, por el contrario, llegan al orgasmo). Incluso los animales con leyenda de astutos o crueles, son sinceros, naturales, directos en su astucia o su crueldad, como es obvio. Si el hombre no hubiese perdido la sinceridad del perro, no se vería afligido de un falo falible. Somos falibles, en el sexo y en la vida, porque somos insinceros: sobre todo, insinceros con nosotros mismos. El cerebro le miente al falo, por defecto o por exceso. A esa mentira por exceso, con el consiguiente fracaso del falo, es a lo que llamamos, como acabo de escribir, «gatillazo». Es a lo que Stendhal, en Del amor, llama «fiasco».

Teresa Mestre murió a consecuencia de un falo falible, aunque los móviles exponenciales fueran psicológicos u otros. Teresa Mestre fue víctima de un falo falible. Rosa Keller, también. El falo falible que mató a Rosa Keller derramándole cera ardiente en las llagas del cuerpo (tantos sexos como llagas, tantas llagas como sexos) se llamaba Donato Alfonso Francisco, marqués de Sade.