Capítulo Treinta y uno

Después de romper con Lisa, una vez hice el amor en tres zonas horarias, en tres ciudades, con tres mujeres diferentes en un mismo día. Viajar hacia el oeste lo hizo posible o ciertamente lo favoreció. Tuve citas casuales con muchas mujeres aquel año. Tal vez sentía cierta necesidad de experimentar porque esa clase de comportamiento no estaba exactamente en lo que soy. Es posible que estuviera reprimiendo mis sentimientos mediante el uso de mujeres para adormecer mi dolor. Mantuve relaciones cortas y sin complicaciones. Era casi como si me hubiera anticipado a ese momento de soledad; y luego, cuando llegó, no me dolió tanto porque ya me había preparado. Fueron solamente enamoramientos, nunca me apegué demasiado a alguien.

Aquel año hubo una chica por la que me interesé profundamente, podría haber sido algo serio, pero ella no estaba preparada para llevar la vida de una mujer gay. Yo la juzgué por no tener la fuerza necesaria para vivir esa vida, lo cual era irónico teniendo en cuenta que, en mi pasado no muy lejano, esa fuerza también a mí me faltó.

Durante la misma época, empecé a hacer incursiones en Hollywood. Logré altas posiciones en el modelaje, Sports Illustrated Swimsuit Edition, Victoria’s Secret, y todas las revistas de moda y de diseño en USA y el mundo. El estudio de la actuación con una nueva maestra, Ivana Chubbuck, se había convertido en mi pasión. Conseguí un papel recurrente en Arrested Development y participé en series como CSI, American Family, y otras. Mientras viajaba de ida y vuelta entre costas, empecé a anhelar una relación y cierta estabilidad.

Mi amiga Michelle me había estado hablando acerca de una mujer llamada Lauren a quien yo tenía que conocer. Organizó un grupo para cenar una noche en el Hotel Mercer en Nueva York, e invitó a Lauren. Me llamó la atención de inmediato por lo mucho que nos parecíamos físicamente y, después de hablar con ella brevemente, encontré que éramos culturalmente similares. Sus padres eran de México, país en el que crecí. Ella nació en los Estados Unidos y vivió en Los Ángeles. Empezamos una aventura en Nueva York, pero no resultó porque nos sentíamos muy parecidas. Además, tuvimos poco tiempo. Pasó un año y mantuvimos nuestra amistad. Tuve que viajar a México para trabajar en una serie de televisión llamada American Family. La llamé desde allí.

—Esta semana es mi cumpleaños —le dije.

—Lo sé. ¿Qué vas a hacer ese día? —preguntó.

—Trabajar, supongo.

Por el tono de mi voz ella concluyó que no tenía planes y que estaba triste.

—Si quieres viajo a verte; es un vuelo rápido —dijo.

Me quedé sorprendida. Lauren tomó un vuelo unos días más tarde para reunirse conmigo. Se suponía que nos encontraríamos como amigas, pero ese gesto me conmovió profundamente. Llegó en la noche, y se unió a nosotros para la cena de grupo. Me senté allí, mirándola durante la comida. Su sonrisa y su alegría me cautivaron inmediatamente. No parecía la persona con la que yo había estado en Nueva York. De pronto, sentí que era como familia para mí, una mujer arraigada a su cultura. Sentí que tenía que ser mi novia. Esa noche hicimos el amor de la manera menos forzada en la que le haya hecho el amor a alguien. Fue tierno, suave, entregado y fácil. Me había enamorado.

Cuando Lauren se fue de México la extrañé terriblemente. Una vez terminamos de filmar, en vez de conducir desde el desierto de México hasta San Diego para tomar el avión a Nueva York, le pedí al conductor de la producción que condujera durante nueve horas hasta su casa en Los Ángeles para poder cenar con ella. Esa noche volé a Nueva York, sabiendo que simplemente iría a recoger mis cosas para regresar a Los Ángeles a mudarme con esa mujer. Fue así de claro.

Lauren era diferente a todas las personas con las que había salido. Me hizo querer ser mejor en las relaciones. Era latina, así que era cercana a mi cultura. Era una Virgo estable, lo cual también ayudaba. Me hizo querer darle una oportunidad al amor. Eso no quiere decir que ella no haya puesto algo de resistencia; le preocupaba que fuera demasiado pronto. A mí no.

Como todo había pasado tan rápido, no nos habíamos tomado el tiempo de tener una conversación seria sobre el futuro. Cuando finalmente la tuvimos, tuve que enfrentarme a una situación que ya había vivido.

—Patricia —dijo, luego de apenas algunos meses de haber llegado allí—, siempre he querido tener un bebé. Así que tienes que saber que voy a tener uno. Si eso es algo que tú no quieres, entonces es mejor que no te quedes por mucho tiempo.

Los anhelos de algo sólido me agitaron por dentro. No eran precisamente niños lo que tenía en mi cabeza, pero la idea de una familia —mi propia familia— era llamativa.

—Por qué no —dije—. Hagámoslo.

Mis palabras no fueron muy convincentes. Ella no parecía muy emocionada de escucharlas. Sin sonrisa, sin un plan para empezar.

—¿Cuál es el problema? —le pregunté.

—Bueno, tú viajas tanto. Sé que tu vida está llena de trabajo y que tu trabajo es viajar. Nunca te voy a decir que no lo hagas, pero será difícil para nosotras criar a un niño juntas si tú estás fuera todo el tiempo.

—Entonces nos encargaremos de eso —le dije no muy segura de si yo era sincera sobre cambiar mis hábitos y quedarme en un solo sitio. Pero renté mi apartamento en Nueva York en la Jane Street e hice mi mejor esfuerzo para permanecer tiempo completo en Los Ángeles.

Fue duro al comienzo.

Nunca había estado con alguien del mundo corporativo. Lauren se iba al trabajo en las mañanas, y yo me quedaba en esa casa en las colinas tratando de encontrar algún trabajo que no implicara viajar. Extrañaba Nueva York, por supuesto. Los Ángeles, donde vivíamos, tenía demasiada naturaleza. Algunos días me sentía sofocada por el silencio, casi como si no pudiera respirar. Me molestaba que Lauren se fuera todas las mañanas. Era casi una sensación de abandono, como si yo no fuera su prioridad.

Me volví loca, controladora, irritable, y celosa por cualquier razón. Nunca antes me había comportado así.

—¿Qué te pasa? —Me preguntaba algunos días cuando llegaba a casa y yo la atacaba inmediatamente. Quería todo su tiempo. No quería que sus amigos tuvieran nada de éste. Luego empezaba a echarle en cara que me hubiera hecho mudar de Nueva York, luego, que trabajara tanto. De repente ella tenía que ser la responsable de mi felicidad. Ella trataba de controlarme y de tomar mis ataques con calma, pero estar conmigo en esos días debió haber sido insoportable.

Una noche, ni siquiera recuerdo por qué empecé a atacarla, pero la provoqué tanto que le dio un golpe al horno. Teníamos planes de salir, y nos peleamos nuevamente por un comentario que yo había hecho sobre un amigo en común. Ella estaba tan enojada que golpeó también la pared. Le había comprado un anillo, y usó la mano en la que lo llevaba para golpearla. El anillo se dobló. Volví a empezar otra pelea.

Esa noche más tarde me dijo:

—No puedo seguir más con esto. Tú no confías en mí, y yo no puedo ser responsable de tu felicidad.

Esto nos llevó a terminar la relación casi tan rápido como la habíamos empezado. Fue aún más angustioso porque era año nuevo y yo iba a estar sola.

Volé a la Isla de Margarita a una casa que había comprado años atrás antes de conocer a Lauren. Siempre había querido una casa allí, y cuando tuve el dinero mi mamá fue y me encontró una. Era un lugar que amaba y que se había convertido en el centro de mi vida, no sólo por su ubicación, sino porque había conocido a mi vecina Evelyn quien se convirtió en una de las personas más queridas para mí, en el mundo. Gracias a mi mamá, yo me había conectado con mi lugar sagrado y con la mujer que me ayudó a entender y a creer en mi fuerza interior.

Cuando llegué allí luego de tres escalas y dieciocho horas, caminé directo a uno de los pilares redondos gigantes de madera que llevaban a la puerta. Envolví con mis brazos uno de ellos y me sostuve fuerte. Lo abracé. Era mi casa. Mi hogar. Mi cordura. Mi centro. Mi alma. Lloré. Había estado tan lejos de mí misma. Me había traicionado tantas veces en mi vida, y esta vez había cedido mi poder. Las cosas tenían que cambiar. Tenía que estar con Lauren, eso era claro, pero de una manera saludable. Si ella me recibía nuevamente.

Llamé a Lauren esa noche, y hablamos. Me dijo que yo tenía que cambiar. Estuve de acuerdo con hacerlo, y planeé irme a un retiro espiritual en el Landmark Forum, por algunos días. Le plantee que teníamos que mudarnos a la ciudad, o al menos más cerca. Necesitábamos una casa que fuera nuestra. Ella estuvo de acuerdo. Dijo además algo muy profundo.

—Hay algo que tienes que saber sobre mí. Yo siempre me esfuerzo. Siempre hago lo mejor que puedo.

Esas palabras me marcaron. Pensé, esta mujer realmente me ama. No lo había entendido hasta ese momento. Yo me había acostumbrado a pensar lo peor, pero lo mejor estaba sentado justo frente a mí. Ella regresaba a casa a las 8:00 de la noche, claro, pero llegaba a casa. Llegaba a casa para estar conmigo. A cambio yo la torturaba. La vida cambió luego de eso porque finalmente me di cuenta de que el amor era posible. Ser amado estaba bien, no sólo para otras personas, sino para mí también. Evoqué mi infancia. Mi papá hizo lo mejor que pudo; sólo que yo no lo pude ver porque no lo tenía frente a mí. Veía la pobreza, la falta de alimento y una mamá luchadora. Pero él hizo lo mejor que pudo. Las palabras de Lauren me hicieron abrir los ojos y me liberaron. En un instante entendí por qué me había torturado a mí misma durante toda la vida, sin confiar en nadie lo suficiente como para decirle mi secreto. No sabía que todos sencillamente estábamos haciendo lo mejor que podíamos. Todos estábamos tratando de vivir lo mejor posible. Si hubiese entendido eso y hubiese confiado en el amor, probablemente nos habría ahorrado mucho sufrimiento.

El matrimonio gay no era legal cuando Lauren y yo decidimos comprometernos y tener un bebé juntas. La decisión fue muy fácil de tomar, no como la primera vez que me la presentó. Tenía sentido. Lauren era una mujer asombrosa, y yo estaba muy emocionada de traer una vida al mundo con ella.

El momento en el que recibimos la confirmación de que ella estaba embarazada, sentí como si toda mi vida hubiese cambiado para bien. Luego este pequeño bultico de bebé vino al mundo, y mi corazón se inflamó de formas que nunca podría poner en palabras. Maya nació y la verdadera felicidad llenó mi mundo. De repente todo tenía sentido. Cada onza de desilusión, cada momento de alegría, todo por lo que había luchado —ya no importaba. Las mentiras y la verdad— ahora todos los eventos hacían parte de un todo, una totalidad que había hecho el camino al lugar al que tenía que llegar. Recorrí mi viaje justo como se suponía que debía caminarlo, y eso me llevó al amor más profundo de todos: el amor por nuestra hija, Maya, el amor y la felicidad más grande de mi vida.