Capítulo Veintiséis
Con el tiempo, Nueva York dio sus frutos; aparecía en la mayoría de los desfiles, a la vez que volaba a París, Londres y Milán para presentarme también en esas pasarelas. Nueva York fue un regalo, la esperada recompensa por el trabajo duro y las horas interminables. En la primera etapa de mi carrera, llegaba a las sesiones de modelaje en bus o a pie, también tomaba el tren entre ciudades y hasta los aeropuertos de cada país en los que trabajaba en Europa. En la medida en que los shows y los contratos se hicieron más importantes y frecuentes, me movilicé en automóviles negros con servicio de conductor desde y hacia el aeropuerto, en vez de emplear transporte público. Desde Nueva York, una vez tomé un Concorde a París y regresé el mismo día para renovar mi visa de trabajo. Mi carrera como modelo todavía no había tomado la suficiente fuerza, pero ya empezaba a hacer incursiones en su círculo más importante y mi estilo de vida había cambiado. No se me veía como el referente exótico por excelencia, pero me estaba convirtiendo en uno de los pilares de lo que entonces se vino a conocer como la era Glamazon[11]. Parte de la prensa empezó a referirse a mí como la primera supermodelo latina.
Aun así, fue inesperado que, a mediados de los años 90, recibiera una llamada de Iris en París con una oportunidad considerable. Una compañía llamada Gaumont de Disney en Francia estaba por producir la película más grande realizada hasta la fecha en ese país, y buscaban una protagonista. El nombre de la película era Le Jaguar, y era acerca del rescate de una aldea indígena. La filmación se realizaría en el Amazonas.
—Deberías al menos reunirte con el director —me dijo.
Iris siempre fue mi mayor campeona sugiriéndome nuevas oportunidades, primero en el modelaje, después en la actuación.
—Iris, respeto a los actores demasiado como para pensar que podría hacer esto. Me entrené en la danza, no en esto.
—¿Podrías sólo reunirte con el director? De todos modos, estás en Los Ángeles, ¿no?
Reunirme con él significaba que debía conducir, cosa que me estresaba mucho. Una vez que empecé a pasar más tiempo en Los Ángeles, tuve que aprender a manejar. Viajaba con frecuencia de Los Ángeles a Nueva York, así que tenía sentido aprender a moverme en mi propio carro. Aprendí en un Chrysler Sebring, después, compré el mismo carro en color blanco; me pareció lo más inteligente, teniendo en cuenta mi nerviosismo en la carretera. Fue bastante curioso el modo en que pasé el examen teórico para obtener la licencia: un chico al que le di algo de dinero me dio todas las respuestas, así que no tenía ni idea de las reglas de tránsito para cuando aprobé. El engaño resultó un gran castigo cada vez que me ponía tras el volante, porque no sabía lo que hacía; no hubo nada de estudio antes de la prueba escrita. Cuando finalmente y como cabía esperar, recibí una infracción, tuve que ir a la escuela de tránsito, lo cual me asustó bastante. Aquella experiencia me dio la oportunidad de aprender más acerca de la conducción; por supuesto, aproveché cada segundo.
Me reuní en un hotel con Francis Veber, el director del filme. El estrés que traía de mi viaje al volante se disipó con las maneras amenas de aquel hombre. Tenía tanta clase, y hablamos en francés, fue una conversación breve, tal vez, más corta de lo esperado, pero para el momento en que llegué a casa, ya sabía que me ofrecería el rol protagónico.
El teléfono sonaba cuando entré al apartamento. Katie me confirmó la noticia.
—Tienes que hacerlo. Es una gran oportunidad, —dijo—. Di que sí así no quieras actuar más después de esto.
Así que lo hice. Mi agente, Glena Marshall, me puso en contacto con Sheila Gray, una profesora de actuación en Nueva York, quien había trabajado con todos los famosos de la ciudad. Me preparó para la película lo mejor que pudo en el corto tiempo que tuvimos. Al final de las sesiones, reconozco que seguía estando muy cruda para actuar, pero Sheila me entrenó debidamente para poder empezar en el mundo del cine.
Dos profundos regalos surgieron de mi participación en la película. En primer lugar, quedé locamente enamorada de la actuación. En segundo lugar, la película fue rodada en Brasil y Venezuela, así que tuve la oportunidad de trabajar en casa por primera vez desde que saliera del país y pude verlo de una manera distinta. Los primeros días hubo un poco de fricción entre el equipo de producción local y la extranjera, porque una venezolana llegaba a Venezuela con los franceses como actriz principal. Aquello duró poco tiempo, luego nos entendimos como si hubiéramos sido amigos de toda la vida. Filmamos con los pueblos indígenas en lugares de mi país que jamás antes había visitado, como, por ejemplo, las cataratas del Salto del Ángel, la caída de agua más alta del mundo. Llegué a hacer grandes amigos entre la gente de los equipos de grabación, incluyendo a Gabriela Núñez, la jefe de producción que, finalmente, se convirtió en mi mejor amiga. Durante el rodaje hubo un accidente bajo la lluvia. Un extra indígena resultó herido en una escena con una curiara, pero estábamos tan alejados que no hubo manera de traer una avioneta a tiempo. Entonces, Gaby entró en acción y nos coordinó para, con gran esfuerzo de todos, armar una pista de aterrizaje improvisada con luces y reflectores del equipo de grabación. Su rapidez salvó la vida de ese hombre; perdió uno de sus pies pero sobrevivió.
Aprendí a amar a mi país de nuevo, de una manera distinta a la que lo había hecho. Antes siempre se había tratado de un sitio en que me vi enfrentada a la escasez y a la supervivencia, pero las cosas habían cambiado y ahora el país estaba lleno de posibilidades. La gente era cálida y amorosa. Venezuela tenía mucho para ofrecer. Volver a conectarme con mis raíces fue más que un regalo.
Jean Reno, uno de los actores principales, me ayudó a entender los mecanismos de la actuación. La forma en que me enseñó a acercarme a ella hizo que me fascinara todavía más esa noble profesión. También fue bastante divertido. Francis odiaba los insectos, pero grabar en lo profundo del Amazonas, hizo que estuviésemos rodeados de ellos todo el tiempo. El pobre estaba tan concentrado en mantenerse lejos de ellos que tenía su alojamiento cubierto por un mosquitero enorme que lo envolvía por completo, parecía un OVNI.
Por mi parte, me dejé picar por un bicho: el de la actuación. Al final del rodaje, juré que iba a estudiar muy juiciosa. Había dejado de fumar para la filmación y gané peso, lo cual afectó mi imagen de modelo. De hecho, algunos de los contratos fueron desapareciendo, mientras me cuestionaba si debía preocuparme por mi carrera o por mi salud. Me comprometí a estudiar actuación, tanto así que decidí conseguir un apartamento en Los Ángeles, después de tantos años de resistirme a hacerlo cuando estaba con Sandra, por lo que podría centrarme en mi oficio y aprender todo lo que resultara factible aprender.