Capítulo Doce
Si por un lado, Milán era tumultuosa, París era el lugar ideal; el centro de la moda. París no sólo impedía que otros le dictaran tendencias, sino que las imponía. Al año siguiente, empezaron a contactarme para trabajar allá; una pequeña agencia llamada Neo quería representarme. Yo seguía desesperada por mantener mi relación con Ernesto, así que continué con mis castings y trabajos en París, con viajes de un día, como lo había hecho en Milán. Seguí consumiendo cocaína con frecuencia, convenciéndome de que lo hacía sólo para mantenerme cerca de Ernesto.
Además de ganar un poco de empuje en París, hubo un cambio significativo para mí cuando Emporio Armani llegó a España a realizar una campaña. Era algo muy importante y querían una pareja muy atractiva para que fueran la imagen de toda Europa. Cientos de modelos querían ese contrato, no se hablaba de nada más que de ello, así que, como era de esperarse, todo el mundo apareció en el casting de España. El fotógrafo sería el famoso Aldo Fallai, quien estaba allí ese día. Mi pareja para el casting era un chico de nombre Gonzalo. El fotógrafo sólo tuvo que hacernos algunas tomas para concluir que nos quería en la campaña. Fuimos los únicos elegidos; nuestros rostros iban a estar en todas partes. Se trató de un acontecimiento que me cambiaría la vida por completo. Pero también plantaría los cimientos para mi descenso.
Gonzalo y yo, junto con Anita, una amiga que también trabajaba en la moda, empezamos a compartir tiempo juntos, tanto para trabajar como para divertirnos. Hicimos la campaña de Emporio Armani y luego continuamos compartiendo en los meses siguientes. Nos llevábamos tan bien que incluso salíamos todos de viaje con frecuencia, así como de fiesta por Madrid; nos gustaba mucho ir a una famosa discoteca llamada Pacha.
Anita era hermosa, tenía unos enormes ojos azules, el cabello rubio y liso hasta los hombros; su piel se mantenía muy bronceada todo el tiempo; su sonrisa era cautivante; tenía dientes muy blancos, los dos delanteros perfectamente más largos que los otros, similares a los de un conejo. Era del sur de España, conversadora y amable. Nos gustaba ir a los clubes y bailar, pero mucha gente iba a esos lugares a drogarse; no fui la excepción. Mi consumo de cocaína había aumentado. La campaña produjo bastantes más cambios en mi vida, no sólo me permitió conocer nuevas personas, también, a pesar de que llegaba a casa por la noche para quedarme con Ernesto, por primera vez empecé a interesarme genuinamente en salir con mis amigos de fiesta, quería descubrir el mundo por mi cuenta. Amaba a Ernesto, lo amaba, pero Gonzalo era esa clase de fabuloso chico gay con una energía infinita y amor por la vida, y Anita, bueno, ella y yo nos entendíamos de la manera más extraña. Ansiaba pasar todo mi tiempo con los dos, me encantaba estar cerca de ellos; a ellos, por supuesto, también les gustaba estar conmigo.
Llevábamos alrededor de un año de conocernos, cuando las cosas empezaron a dar otro giro bastante positivo para mí profesionalmente, sentí que, en efecto, estaba construyendo una carrera importante; nos enteramos con Gonzalo de que habíamos conseguido una sesión de fotos para una campaña de un cliente importante a realizarse en Ibiza.
Unas pocas noches antes de que saliera para la sesión de fotos, Ernesto y yo hicimos planes para cenar con una chica que había venido de Venezuela en busca de trabajo. Había quedado en reunirse conmigo para recibir algunos consejos sobre el modelaje y la vida en Europa. Normalmente hubiera pasado ese rato con Ernesto a solas, sobre todo teniendo en cuenta que saldría de viaje por unos días, pero le había prometido a esa chica que le ayudaría.
Estaba con Ernesto sentada en la mesa tomando una copa cuando una mujer de pelo largo y negro, piel oscura y una figura algo exuberante se acercó. Se presentó y se sentó; era gracioso ver lo mucho que se parecía a mí. Su nombre era María. Lo que no me pareció nada divertido, fue el cambio en el ambiente. La atención que me brindaba Ernesto pasó a ella casi al instante. María me hacía preguntas sobre el modelaje mientras él se mostraba desbordante de emoción con una conversación que, por demás, para él era ya bastante trillada; de vez en cuando, como reacción a los comentarios de ella, soltaba una risotada quizá demasiado estridente, mientras María le tocaba el brazo con mucha frecuencia. Él y yo habíamos perdido cualquier conexión que no girara en torno a la cocaína; Ernesto se había vuelto un hombre silencioso en los últimos meses, así que verlo animarse así en presencia de otra mujer fue sorprendente y resultó ser un golpe fuerte para mí. Aun así, después de la cena, prometí ayudarla a encontrar un apartamento al día siguiente, al final, nos despedimos y se fue a su hotel.
—¡Vaya! —Le dije a Ernesto mientras nos alejábamos del restaurante por una calle oscura y húmeda—. Te gustó, ¿no?
—¡Nah!
—Te fascinó. Estuvieron coqueteando todo el tiempo.
—¡No! Estás loca.
Pasé el día siguiente ayudándola a instalarse y la siguiente noche traté a Ernesto con frialdad, lo que no era extraño, ya que de todos modos no nos comunicábamos mucho. No me importó. Me escapé un par de noches para Ibiza y dejé mis preocupaciones en su apartamento. Pensé que mi estrés se solucionaría por sí solo mientras estaba ausente y que me ocuparía de las cosas cuando regresara. No le di a María ninguna importancia, y la manera en que Ernesto y yo nos comportábamos ahora, era en lo que parecía que nuestra vida se había convertido, así que todo estaba bien.
***
A todos nos encantó Ibiza. Era un lugar loco con un vibrante ambiente de fiesta perpetua, de escape y liberación total. Nadie se tomaba nada demasiado en serio; olía a mar y estaba soleado todo el tiempo. En ese viaje, el cliente fue El Corte Inglés, algo así como el Macy’s de España. Durante el día, levantaban una enorme estructura en la playa, Gonzalo y yo trabajábamos bajo el sol, nos cambiábamos con frecuencia y posábamos entre variadas configuraciones de iluminación para las numerosas tomas; fue un día bastante largo. En todo caso, fue divertido, en parte debido a que Gonzalo y yo nos habíamos vuelto tan buenos amigos que trabajar juntos era súper agradable, también porque había aprendido a amar el trabajo que hacía. Me encantaba expresarme delante de la cámara y lograr la misma alegría que recibí en su momento del baile. Es cierto que a veces cuestionaba lo que hacía, que sólo era, después de todo, vender ropa, pero cada vez me daba más cuenta de que la moda era arte y expresión, y lo más importante, se trataba de una comunidad con un ambiente seguro y de aceptación. Tan pronto como terminamos esa noche en Ibiza, nos cambiamos rápidamente, nos quitamos el maquillaje y fuimos a un bar para tomar una copa. Recuerdo que era tarde cuando llegamos al lugar.
La gente de Madrid iba de fiesta a Ibiza en agosto. El bar donde habíamos empezado nuestra noche estaba lleno de gente dispuesta a hacer locuras. Por alguna razón, ya se tratara de la época o de la libertad a la que había llegado, o de mi confianza, todo el mundo me parecía fabuloso. Parte del grupo de la sesión de fotos se encontraba allí, y estábamos inundados de la energía salvaje que fluía en el verano. Después de una copa o dos, Gonzalo hizo un gesto con la cabeza y le seguí al baño, nos metimos en una cabina, los baños en Ibiza eran muy especiales, nos hicimos una línea. Al salir, nos sentíamos sexis y con vida, nos encontramos con un dealer que habíamos conocido en Madrid.
—¡Hola! —nos saludó. Tenía el pelo largo y rizado, y era muy alto.
—¡Ey! —le respondí. Gonzalo y yo teníamos la intención de enloquecernos esa noche. No tuvimos que pedirle cocaína; él ya lo sabía. Se la compramos. Me di cuenta de que estaba en muletas.
—¿Qué te pasó?
—Un mal viajecito. Una fractura —dijo, y no habló más del tema.
Quería drogarme porque hacerlo me llevaba a pensar que era invencible. Gonzalo era uno de esos gais absolutamente espléndidos, me hacía sentir todo el tiempo como si yo valiera un millón de dólares. Por ese entonces, también había llegado a la conclusión de que la gente pensaba que yo era atractiva, aunque aún no me lo creía. Así que aquella noche, éramos objeto de mucha atención. La droga hacía que todo pareciera precioso y enorme, y la música era de lo mejor; nos sentíamos insuperables, no había malos pensamientos.
Gonzalo se dio cuenta de la cantidad de cocaína que yo había comprado. Era mucha.
—Creo que ya fue suficiente, Patricia —dijo.
—Esto es Ibiza y nos vamos a divertir —le dije.
Gonzalo asintió. Nos dimos un par de pases más, y luego sólo hablamos y hablamos. Era como si no pudiéramos parar de hablar, le prometíamos lo imposible a todo el mundo. Parloteábamos de nada con nadie y con todos de todo. Fue una noche salvaje. De vez en cuando, sentía el impulso de consumir más y de agarrar al dealer e ir al baño a hacerme más líneas.
Cuando fui otra vez consciente de lo que ocurría, no recuerdo cómo, ni cuándo, me encontré en la casa que el vendedor de droga tenía cerca del mar. Era hermosa. Él tipo no quería tener nada conmigo; sólo quería seguir la fiesta, Gonzalo y yo también. Estuvimos despiertos toda la noche. Hacia las 7:00 a. m. grité:
—¡Mierda!, tenemos que irnos. Tenemos que salir del hotel.
El dueño de casa dijo:
—Quedaos aquí el fin de semana. Vamos a seguir la fiesta.
Estábamos demasiado descompuestos como para subir a un avión en ese momento, pero como no había teléfonos celulares en esa época, creímos que lo mejor era al menos ir a decirle a los que viajaban con nosotros lo que íbamos a hacer. Alguien que aún no recuerdo nos llevó al hotel en un convertible porque sabíamos que el equipo estaba esperándonos para tomar el vuelo de regreso a Madrid. Nos detuvimos riendo y con la música a todo volumen, nos bajamos y saltamos a la acera. Todavía con la misma ropa que habíamos usado la noche anterior, entramos volando al hotel, estábamos despeinados y hablando en voz demasiado alta en un lobby que generalmente permanecía en silencio.
Los miembros del equipo ya se encontraban allí con bolsas y maletas. Estábamos todavía demasiado drogados.
—¡Nos vamos a quedar! —Anunciamos con más energía de la que deberíamos haber tenido a esa hora de la mañana.
Un par de personas nos preguntaron si estábamos seguros y si no teníamos que regresar a Madrid. Dijimos que queríamos quedarnos. Todos los demás se fueron a casa. La sesión de fotos había terminado. El estilista Manolo todavía trató de convencernos:
—Os veo en muy mal estado, es mejor que vengáis con nosotros. Vamos, a casa. Vamos.
Le dije:
—No, nos estamos divirtiendo. Volveremos mañana. No importa. Al fin y al cabo, ya terminamos lo que había que hacer aquí.
Volvimos a la casa de nuestro nuevo mejor amigo y consumimos más cocaína. Estábamos realmente en mal estado. Nos sentamos a hablar de tonterías pensando que teníamos la conversación más inteligente de la vida. Una vez que nuestras narices empezaron a quemarse demasiado, nos detuvimos. Mi nariz incluso estaba sangrando. Esperé hasta que sentí que me había compuesto lo suficiente como para llamar a Ernesto. Entré en una habitación silenciosa de la casa y marqué. Estaba haciéndose de noche otra vez, pero no tenía ni idea de qué hora era, ni siquiera de en qué día estábamos.
—Oye —le dije—. Acabamos de terminar la sesión de fotos. Tomó más de lo que esperábamos.
—He estado intentando comunicarme contigo desde ayer.
Sabía que yo mentía. En ese momento, no me importó.
—La agencia ha estado buscándote. Llámalos.
Probablemente debería haber sentido pánico, pero no lo hice. Charlé con él durante unos minutos más y luego colgué y llamé a la agencia.
Chantel era mi agente de reservas en ese entonces.
—Hola —le dije. ¿Cómo estás?
—Patricia. ¿Dónde has estado? —preguntó—. He estado tratando de ubicarte.
—Estoy en Ibiza. —Obviamente lo sabía; ella me había organizado el trabajo—. Nos estábamos divirtiendo, así que decidimos quedarnos. Estoy en la casa de un amigo en la playa. Es muy hermoso.
—Patricia, no puedo creerlo. Hemos estado trabajando para esto tanto tiempo. Ayer recibimos una llamada de Telva. Llamaron a última hora, te querían para la portada.
Telva era una de las revistas de moda más importantes del momento. Nunca antes me habían llamado para hacer una portada tan famosa. Aquello era todo por lo que había estado trabajando y estaba muy emocionada, finalmente lo había hecho realidad.
—¡Que chévere! ¿Dónde y cuándo? —Le pregunté. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Me moví en mi asiento, agarrando el teléfono con más fuerza.
—No pudimos encontrarte —dijo Chantel—. Acabas de perder el trabajo. Lo siento. Necesitaban una respuesta inmediata.
Estaba demasiado mal, la cabeza me iba a explotar.
—¡Oh, no puedo creerlo! ¿No podemos recuperarlo? —Insistí.
—No, Patricia. No podemos. Ya sabes cómo funcionan estas cosas. Tienes que estar siempre lista. La gente cancela en el último segundo, y el primero de su lista que responda al teléfono es el que lo consigue. ¿Por qué te quedaste y te fuiste de fiesta? No puedes hacer ese tipo de cosas. Pon tu vida en orden.
—Chantel, inténtalo de nuevo. ¿Cómo podemos hacerlo?
—Se acabó. No puedo. Era demasiado urgente, y te necesitaban en ese momento. —Colgó.
Fue una terrible decepción para ella también, porque había estado trabajando por mucho tiempo para lograr una portada para mí. Ese era el objetivo. Por eso hacíamos todo lo que hacíamos, para conseguir una portada.
Salí corriendo y encontré a Gonzalo viendo la puesta de sol.
—No vas a creer lo que pasó. —Le dije de lo que me había perdido. Sentí tanta culpa y una horrible sensación de fracaso. Su reacción lo dijo todo; parecía vuelto trizas por mí y probablemente por él mismo. Queríamos las mismas cosas. Además, a pesar de que yo había tomado mis propias decisiones, pude ver que se sentía culpable por haber sido mi cómplice.
Caminé hacia el agua y me senté a solas para pensar. Ni siquiera pude llorar. Un año de cocaína había secado mis lágrimas. Era la cosa más extraña del mundo, me inundaba la tristeza y un tormento que por lo general hubiera hecho brotar un mar de lágrimas, pero entonces nada salía de mis ojos. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué he hecho? Sabía que quería huir de algo, de mis sentimientos, de mis mentiras, pero realmente no había tenido tiempo suficiente para pensar en ello sino hasta ese momento. Era como si me mantuviera anestesiada a propósito. Esa portada hubiera cambiado mi vida. Me habría podido proporcionar mucho dinero para mi mamá.
Había fracasado. Trabajé solo por una cosa y dejé que se me escapara por portarme como una idiota. Estaba tan avergonzada de mi comportamiento, era abrumador. Prometí en ese instante y en ese lugar que nunca volvería a consumir drogas en toda mi vida. Había perdido la oportunidad más contundente que se me había presentado hasta ese entonces, y estaba decidida a hacer un gran esfuerzo para darme una segunda oportunidad. También sabía que ya era hora de empezar a averiguar algunas verdades acerca de mí misma, dónde estaba el vacío que necesitaba llenar y por qué me había permitido persistir en un anhelo desconocido durante tanto tiempo. Debía poner mi vida en orden. Era el momento.