Capítulo Siete

Muy pronto entendí que para poder pagar los gastos del concurso del Miss Venezuela tendría que usar mis dones con el fin de encontrar un patrocinador. No todo el mundo tenía que ir tan lejos, pero, erradamente, pensé que esa sería mi única posibilidad.

No sé exactamente cómo sucedió, Jorge había organizado tantas reuniones que resulta difícil recordar con exactitud, lo cierto es que David era un hombre amable, unos quince o veinte años mayor que yo. De inmediato supe que le gustaba. Mi reacción inicial hacia él en cambio no fue tan positiva. Tenía una cara grande y un enorme bigote. Hice lo posible por simpatizarle mucho y lo logré. Me buscó un apartamento en Caracas y pagó todo lo necesario para el certamen.

Los encuentros con David ocurrían cada semana en medio de días de entrenamientos agotadores en los que aprendí a desfilar como toda una Miss y a conducirme en público, lo cual me resultó sencillo debido a la experiencia que tenía en la danza. A medida que transcurrían las semanas, empecé a notar que David parecía preocuparse sinceramente por mí. La ternura con que me trataba era algo que yo nunca antes había experimentado con nadie. Tampoco me había presionado inmediatamente como yo había supuesto que lo haría.

Pocos meses después, recibí una invitación suya a pasar un fin de semana en la Isla de Margarita. Me sentí incómoda cuando fui consciente de que tendría que pasar una noche con él. Recuerdo que mientras hacía las maletas, empacaba los bikinis y la ropa interior, pensé: «bien, voy a tener que acostarme con él. Puedo ser así de fría. Así son los negocios».

Esas fueron mis reflexiones para poder justificar el fin de semana. Pensar así ayudó a que pudiera racionalizar lo que estaba pasando, me convencí de que lo que estaba haciendo era sólo una transacción comercial. Fue casi como si hubiera tomado una decisión determinante en ese momento: nunca alguien iba a tener control sobre mí, yo era la persona a cargo a pesar de que otros fueran quienes tenían el dinero, yo era la única con poder, y nunca iba a depender de los demás para nada.

David había preparado hasta el último detalle para que ese fin de semana fuese inolvidable y, a pesar de mi actitud con respecto a la situación, me conmovió su esfuerzo. Pasó a buscarme y me condujo al aeropuerto. Mientras viajábamos, pensé que mi familia se avergonzaría de todo lo que estaba haciendo. Después de un corto vuelo, David y yo llegamos al paraíso. Las palmeras que se mecían con la brisa y el olor del mar, el aire salado y la arena daban una cálida bienvenida. Nos registramos en un hermoso hotel.

A pesar de mi incomodidad con toda aquella situación, descubrí que había algo en él que me gustaba; quizá por tratarse de un hombre mayor y paternal que me hacía sentir protegida y segura, algo que, sin saber, siempre había anhelado. Ese fin de semana vi en sus ojos que sus sentimientos por mí se habían transformado en algo honesto. Pasamos el día en la playa, allí se comportó especialmente cariñoso y atento.

—¿Tienes hambre? ¿Tienes calor? ¿Te traigo algo de beber? —Decía amablemente.

Me acariciaba con dulzura el brazo, apartaba el cabello de mi rostro, era delicado y tierno.

Después de la cena, dormiríamos juntos, yo sabía que el sexo era inevitable a este punto. No se había dicho, pero era obvio.

Me puse un camisón de noche y entré a la habitación. Estaba en su pijama tumbado en la cama, pero no me pareció intimidante.

—¿Quieres venir a acostarte conmigo? —Preguntó—. ¿Estaría bien?

—Claro —le dije. Y lo hice. Nos besamos suavemente, me miró a los ojos y durante un largo rato eso fue todo lo que hicimos.

—Patricia, te quiero, tú lo sabes.

Me quedé atónita; se reveló como un ser dócil y amable.

—Déjame cuidar de ti —dijo.

Me hizo pensar que quizás no estuviera en esto solamente por el sexo, que realmente se había enamorado de mí. Era posible que su interés fuera verdadero. Nuestro encuentro fue dulce y amoroso esa noche. Mientras me dormía, me di cuenta de que debía tener cuidado. No te puedes enamorar pensé, pero ya era un poco tarde.

David, en esencia, se convirtió en mi novio. También fue increíblemente amable con mi mamá cuando empecé a llevarlo a casa. Ella sabía que me ayudaba, pero no sabía los detalles de cómo había empezado todo aquello. Su bondad para con ella hacía que me sintiera todavía más atraída; iba a visitarla con frecuencia cuando no me hallaba en mi ciudad, y yo disfrutaba de su compañía cuando estábamos juntos. Me hizo sentir protegida. Siguió siendo mi amigo años después, un amigo que siempre recordé con gran cariño y gratitud. Una vez más el universo me había protegido de algo que pudo haber sido una terrible experiencia por otra mala decisión al tratar de cambiar mi destino.