Capítulo Diecisiete
Iris, Fernando, y yo nos habíamos vuelto muy cercanos en París, incluso antes de que la Ford se inaugurara. Ella cuidaba de nosotros, me hacía sentir como en familia. Con frecuencia pasábamos fines de semana en su bello apartamento al frente del museo Centre Pompidou; estaba en una plaza y tenía una pequeña terraza. Nos sentábamos afuera un sábado o un domingo y fumábamos cigarrillos, tomábamos vino, comíamos verduras a la parrilla y carne que Iris preparaba para nosotros. Hablábamos mucho de todo, en español, lo que era una delicia porque todavía estaba luchando con mi inglés y, a pesar de que había crecido hablando francés, éste, no se me facilitaba. Iris fue la mejor compañía que podía uno haber tenido en París, al estar con ella me sentía como en casa. Ese fin de semana en especial, con noticias de la Ford, planificamos la mejor estrategia para empezar a trabajar con la agencia.
—Tenemos que preparar tu imagen —dijo ella, volteando la carne con energía. Era vigorosa, fuerte y animada—. Quiero que recuerdes que la Ford tiene mucho que ver con ser muy natural. No uses tacones altos, y mantén tu vestimenta sencilla.
Me encantaba cuando Iris hablaba como una mujer de negocios; le prestaba atención igual que si estuviese en la universidad, escuchando, estudiando, aprendiendo todo lo que podía de ella.
—Sé simpática en los castings, aunque sé que lo eres, y no digas mucho. Sólo debes ser tú misma.
—¡Todo esto es muy emocionante! —Le dije.
—¡Oh!, te mudaremos a un nuevo apartamento también —contestó.
Miré a Fernando. No podíamos contener nuestro entusiasmo, estábamos tan contentos. Hacía mucho que habíamos dejado de sentir que el apartamento donde vivíamos era encantador.
Mi tiempo con Neo culminó por lo que esa tarde en casa de Iris celebramos. En Neo fueron comprensivos sobre mi cambio de agencia y amables al dejarme ir. La Ford era un nivel superior, el lugar donde debía estar. Elite ya se había instalado en París, y Wilhelmina también. Pero la Ford, para mí era lo máximo.
—Katie estará aquí la próxima semana, ella es la cabeza de la agencia ahora —explicó Iris—. Tienes que conocerla.
No me reí ni respondí, me quedé estupefacta, ¡oh mi Dios! Voy a conocer a Katie Ford.
***
Las oficinas de la Ford eran enormes, modernas al mejor estilo francés; su grandiosidad e importancia se veían magnificadas porque estaban en la Place de la Concorde, en la 242 Rue de Rivoli. Mientras subía unos imponentes escalones y se abría una enorme puerta, el edificio mismo me recordó que ya estaba en las grandes ligas: un pasillo muy largo, con techos altos artesonados que se extendían frente a mí; personas impecablemente vestidas se movían alrededor, de forma rápida, pero apenas llenaban el conjunto de amplias oficinas. Estaba embelesada mirándolo todo cuando oí la voz de Iris a mi derecha. Allí, entre dos puertas blancas, estaba sentada detrás de un elegante escritorio de roble.
—Patty, ven aquí.
Como siempre, Fernando estaba conmigo. No se movió de inmediato cuando ella me llamó. Estaba mirando el techo.
—Este lugar es tan grande —dijo—. Te espero aquí en la entrada. Ve.
Entré en la oficina de Iris, pero ella salió de detrás del escritorio y dijo:
—Vamos. Te llevaré a conocer a todos.
Salimos al pasillo y entramos por uno de los lados, en un espacio abierto que tenía una mesa rectangular enorme. Me presentaron a algunas personas, incluyendo a una mujer llamada Domitille, que iba a ser mi agente. Tenía el pelo corto, negro y un fuerte acento francés; llevaba un vestido bien abotonado y elegante. Nos caímos bien de inmediato.
—Bienvenida —dijo—. Vamos directo a trabajar. Tendrás castings mañana.
Asentí con la cabeza y miré a Iris para pedirle un poco de ayuda con la traducción. El inglés era el lenguaje del mundo de la moda. Yo estaba tratando de aprenderlo, pero tenía un largo camino por recorrer. No me sentía avergonzada ni incómoda; Iris estaba claramente a cargo de la Ford, así que mientras la gente que conocí ese día era simpática, me sentía especial porque yo estaba con Iris y además me gustó mucho mi agente. Eso era todo lo que importaba. Se trataba de la Ford. ¡La Ford!
Mientras caminábamos de regreso a la oficina de Iris, después de unas breves presentaciones y muchos saludos, ella dijo:
—Muy bien, vámonos a conocer a Katie.
—¿Está aquí? —Le pregunté.
—No. Está en el hotel. —Nos despedimos de Fernando y nos dirigimos a conocer a Katie Ford.
Fuimos en taxi a la Place des Vosges al hotel Pavillon de la Reine. Como todo en París, era hermoso también, bellos edificios, uno tras otro. Subimos unos pisos en un ascensor lujoso y reluciente, y entramos a través de un conjunto de puertas dobles. Los franceses parecían amar sus puertas dobles. La suite tenía una escalera adentro. ¡Una habitación de hotel con una escalera! No me lo podía creer. Era acogedora y grande al mismo tiempo.
Nos sentamos en el sofá y esperamos. Katie, alta y delgada, de rasgos finos y cabello castaño claro ondulado, bajó las escaleras con su pequeña hija de dos años de edad, Alessandra, delante de ella. Una vez que llegaron a donde estábamos, Katie se movió rápidamente por la habitación. Me puse de pie y me dio un beso en cada mejilla y un abrazo, luego me senté de nuevo.
Tuvimos una pequeña charla, pero Katie no estuvo sentada ni inactiva todo aquel rato. Nos escuchó y participó en nuestra conversación, pero se movía por todas partes, firmando papeles sobre el escritorio, organizando objetos en el suelo y jugando con Alessandra mientras nos conocíamos. A pesar de que trajinaba alrededor de nosotras, se veía increíblemente relajada; la gracia de sus movimientos era admirable. Se veía muy americana, como lo que hubiera imaginado que podría ser una neoyorquina. Llevaba un bluyín una camiseta azul de verano, informal pero sofisticada, y no lo que yo habría esperado. Era una de esas mujeres que no necesita maquillaje para verse hermosa. También se veía que era bella por dentro, amable y amigable, suave y accesible como una mamá. Era la famosa Katie Ford. Hablaba rápido, como toda una neoyorquina, lo noté de inmediato, incluso sin inglés en mi caja de herramientas, pero fue tan cálida y genuina conmigo que me sentí muy cómoda en su presencia. Aprendí a notar cosas de la gente cuando viajaba porque a menudo no tenía el idioma en común con ellos. Katie respiraba un profundo sentido del cuidado y de estar en la cima de las cosas. Curiosamente, nos entendimos muy bien. Le fascinaba Venezuela y su cultura, y viajaba allá con frecuencia, así que hablamos mucho acerca de mi país. Con Iris traduciendo y Katie echando mano de un poco de francés y un poco de español, me enteré de que el plan de Katie para mí era construir mi perfil en París y luego llegar a Nueva York, el lugar a conquistar una vez que se tenía éxito en la moda. El lugar para hacer dinero: New York City.
—Patricia —dijo Katie—, vamos a construir tu carrera aquí. Cuando estés lista, te llevaremos a Nueva York.
Me sentí alentada al oírla decir eso. Las chicas que lucían como yo no eran consideradas importantes en Nueva York todavía, por lo que la sugerencia de que yo podría llegar allí me pareció una verdadera audacia, a la vez que un riesgo enorme para su agencia llena de modelos de piel clara.
Comencé a entender que la vida estaba hecha de momentos y personas, y de una serie de conexiones, algunas más importantes que otras. La reunión de ese día con Katie Ford resultó como de película. Fue, tal vez, una de las cinco personas que cambiaron el curso de mi vida y se convirtió en una amiga para siempre. Aquel momento con una de las mujeres más influyentes en la moda me hizo sentir positiva. Iris me había preparado en el taxi cuando íbamos en camino, diciéndome que los Ford eran selectivos, pero una vez que entrabas, eras para siempre parte de la familia. Al instante de conocer a Katie, confirmé las palabras de Iris. Había encontrado una segunda familia y un lugar donde, por primera vez en mucho tiempo, sentía algo de pertenencia y no me consideraba una extraña. Cuando la reunión terminó, recuerdo haber salido sintiendo estar en la cima más alta del mundo.