Capítulo Veintiuno

Después de Comme des Garçons, se abrieron las puertas para mí. Tres meses después de la primera reunión con Karl, recibí otra importante noticia relacionada con él. Domitille llamó para decírmelo.

—Patricia —dijo—. Te tengo muy buenas noticias —empezó en Inglés.

—Espera, mejor habla en francés. Puedo entender mejor el francés —le dije. Por aquel entonces era cierto. Mi francés no era tan bueno como mi español, obviamente, pero era mucho mejor que mi inglés.

—Karl quiere tomarte fotos de nuevo, pero esta vez para una campaña. Vas a ser la imagen de Lagerfeld en Asia.

No tuvo que explicarme por qué esa era una gran oportunidad; él era el hombre más poderoso de la industria. Eso significaba una sola cosa: dinero. Las campañas pagan mucho dinero.

—Tu cara, Patricia —dijo ella—. En Asia.

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El estudio en el que hicimos las fotos era muy claro, no oscuro como el primero. La otra diferencia fue que yo había ganado una enorme cantidad de confianza, desde la anterior sesión. Me sentía bien. Segura. Igual que la última vez, Karl estaba vestido de negro, pero en lugar de siete asistentes sólo había tres. Asimismo, si bien él había tenido una personalidad fuerte e imponente en la primera ocasión, esta vez parecía estar aún más en control, como si hubiera desarrollado mayor seguridad, lo que era extraño, teniendo en cuenta quién era él y su importancia dentro de la industria. El mismo equipo de peluquería y maquillaje me preparó, y él me vistió con ropas súper-chic, modernas, impresionantes. Pero, como en la anterior oportunidad, cuando terminamos quedé triste. El trabajo se había vuelto una fantasía, un escape. Cuando acabamos, tuve que regresar a mi realidad.

A continuación, Karl me permitió desfilar en su show, y me dio a vestir cuatro estilos diferentes, como les llamamos en el negocio, cuatro salidas. Luego realicé otros desfiles de diferentes casas de moda como Lanvin donde me ayudó una chica venezolana que trabajaba con ellos de nombre Titina Penzini, era raro encontrar a otro venezolano en el medio. Solo conocí a dos, ella y otra chica de Maracaibo llamada Puli Rincón a quien vería de nuevo muchos años más tarde.

A Karl le encantaba pasar tiempo con Sandra, así que cuando ella estaba en la ciudad, nos invitaba a cenar a las dos. Era muy gracioso; una vez nos invitó a mi mamá y a mí a cenar a una de sus siete casas en París, en la Rue de l’Université. Incluso en su casa, en un ambiente informal, seguía siendo una leyenda. Era inteligente, un verdadero intelectual, sofisticado, y un anfitrión generoso. Al principio fue todo un honor para mí que yo le agradara y me llevara a su círculo. No me parecía en nada a él. Aún más, era una inspiración para mí; tenía una creatividad sin límites, poseía visión y hacía que las cosas sucedieran. Me hizo creer que todo era posible. Mi mundo siempre estuvo signado por la lucha, las cosas tendían a parecer imposibles. Karl demostraba que sólo lo contrario era cierto.

Mi mamá vino a verme trabajar también y Karl era muy amable con ella. Cuando regresó a Venezuela me llamó para contarme que alguien había tocado a la puerta. Habían llamado un par de veces más antes de que ella llegara a abrir, al final, se quedó muy sorprendida porque descubrió que se trataba de una encomienda para ella; Karl le había enviado una bonita caja que contenía un costoso collar de perlas.

Mami estuvo siempre muy feliz por mis éxitos; también entendió la importancia de mi relación profesional con Karl, puesto que tuvo la oportunidad de compartir esa experiencia conmigo y cenar en su casa. Cuando me llamó para decirme que él le había enviado perlas, pude escuchar la alegría en su voz, no porque él le hubiera enviado las perlas, sino porque sentía que las cosas iban muy bien. Desde luego, esas no fueron las palabras que intercambiamos, no éramos tan emotivas, simplemente entendimos que las perlas habían sido una muestra muy valiosa y hermosa del cariño de ese hombre.

—Mamá, hagas lo que hagas, no las uses. Te matan en la calle por ellas, son muy lindas.

Compartimos risas sobre las perlas que necesitaban estar bajo llave y estaba contenta porque que ella había tenido un pequeño vistazo de cómo era mi vida, Pero detrás de la sonrisa había una verdadera tristeza. Compartir mi amor por Sandra con mi mamá lo habría curado. Compartir mi felicidad con ella habría sido liberador. En cambio, la mentira se mantuvo intacta. No se trataba tanto de buscar una clase de perfección en mi vida, pero quería hablar aquello con ella, ansiaba su apoyo y aprobación. Más importante, sin embargo, era su felicidad, así que me contuve a pesar de la necesidad de oír lo que tenía que decirme acerca de todo lo que me sucedía, no sólo en mi vida profesional. Mis éxitos profesionales me compensaban frente al hecho vergonzoso de ser gay, porque ser gay significaba que no era lo suficientemente buena. Me hacía sentir como si tuviera que trabajar más duro. Esto quería decir, también, que yo era un bicho raro. Me juzgaba a mí misma con dureza, no me importaba que nadie más me juzgara. En el modelaje y la moda aceptábamos a los chicos gais, por supuesto, pero yo siempre sufría por ellos. Mientras reía con mi mamá, mi alegría se diluyó por la revelación de que ahora yo era una de esas personas por las que había sentido compasión.