Capítulo Ocho
Lo que recuerdo más vividamente de la noche del concurso del Miss Venezuela, fue lo mucho que mis piernas sudaban mientras estaba allí de pie esperando los resultados en un pesado y largo vestido negro con enormes hombreras y un rocío explosivo de sartas de lentejuelas plateadas. No esperaba ser la ganadora; todas sabíamos quién era la favorita, también sabíamos que no era yo. Asi que después de habernos puesto esos terribles trajes de baño cortados arriba de la cadera y las altas sandalias rojas de satín, y después de haber hecho todas las cosas típicas del certamen, sonriendo hasta que los rostros nos dolieron, esperábamos en fila los resultados. Mientras nombraban a las finalistas algunas participantes estaban muy nerviosas, otras iban quedando muy tristes porque no escuchaban sus nombres y, algunas, como yo, sólo teníamos la esperanza de que la noche valiera la pena y algo más saliera de todo aquel trabajo duro. Cuando de pronto escuché mi nombre, todo lo que pude pensar fue: «Parece que mi vida está a punto de cambiar».
Me acerqué al sitio que me habían asignado, tomé mi lugar y miré a un lado del escenario, Jorge estaba en los bastidores detrás de una cortina, y lloraba, lloraba de felicidad. Yo no sabía cómo iban a ser las cosas de ahí en adelante, pero allí de pie supe que posiblemente no bailaría más, y durante un tiempo tendría que dejar la universidad. Sentía que estaba a punto de embarcarme en algo nuevo. También sentí gratitud para con todos los que me ayudaron. Yo era una de las finalistas y eso quería decir que había llegado a ser una de las Misses, alguien que iría a representar a Venezuela en otro certamen. Cuando escuché mi nombre, las luces del escenario resplandeciendo sobre mí y la multitud vitoreando, supe que representaría a mi país en un concurso internacional. Estar de pie allí y sentirme importante, cabello largo, piernas sudorosas, me dio confort, consuelo de saber que lo había conseguido y que la recompensa sería que podría ganar dinero para ayudar a mi mamá.
La otra recompensa fue que mi familia estuvo muy emocionada esa noche. Pensé que el certamen hacía grandes cosas por gente como yo, que, de otra manera, no habría tenido las puertas abiertas a mejores oportunidades; con el tiempo cambié de opinión. Todas las chicas en mi país aspiraban a ser reinas en ese escenario en algún momento de su vida. Ser elegida como finalista trajo un orgullo enorme a la familia, y en especial a mi mamá. El concurso era el evento más grande del país. Mi mamá, mis hermanas y hermanos se sentaron entre la audiencia, locos de emoción por mí. Y Jorge estaba tan feliz que era palpable: era el más feliz de todos nosotros. Arregló mi cabello y me maquilló esa noche; cada uno de sus retoques contribuyó a mi triunfo. Estaba rebosante de emoción más de lo que jamás lo hubiese visto antes; había estado concentrado en todo esto, lo quiso desde el primer instante, era su sueño. Esa noche fue casi más suya que mía; cuán importante fue para él, antes intentó hacer que otras chicas llegaran a donde yo acababa de llegar, pero ninguna tuvo éxito: ninguna había llegado a ser una de las finalistas. En lo que a mí concernía, el concurso me había puesto en un camino inimaginable. Me sentí aliviada de que nuestros sacrificios dieran frutos. También fue el final de la rigurosa dieta; recuerdo haber pensado que, pasara lo que pasara, podría comer lo que quisiera al día siguiente.
Yo sabía que no pertenecía a ese medio, pero no importaba; aquello iba a conducirme a un lugar en el que me sentiría más cómoda. Tenía la certeza. Fue un esfuerzo extremo que hice por mi familia. David, Jorge y Rossana hicieron tanto y aunque no fue sólo por mí, no importaba. A mí me quedaba la ilusión de ese horizonte prometedor.
Lo bueno de no ganar fue que el concurso del Miss Venezuela no se adueñó de mí. Tuve la libertad de hacer otras cosas, les debía sólo un concurso más, pero eso era todo; no me quedé atrapada. Si hubiese sido rubia o más clara de piel, posiblemente el resultado hubiese sido diferente. Mi apariencia indígena no era lo suficientemente típica de los concursos como para vincularme al mundo del certamen, pero era, sin duda, lo suficientemente interesante como para abrirme una nueva puerta.