Capítulo Once
Madrid me pareció muy especial y se convirtió rápidamente en lo que Milán nunca fue para mí. En cuestión de meses, encontré una familia a través de mi amiga Mónica. Ella había empezado a salir con el baterista amigo de Ernesto cuando se conocieron en Caracas en la fiesta, y se había mudado a Madrid. Tenía un círculo cercano de amigos; con el tiempo, me convertí en parte de ese grupo en donde todos nos apoyábamos. Ernesto no sólo cuidaba de mí, sino que también me introdujo al mundo como nunca lo había imaginado. Me enseñó a alimentarme como había prometido y me puso a dieta. Sin el baile en mi vida, tuve que aprender a hacer ejercicio por el bien de mi cuerpo, antes jamás tuve que hacerlo, ya que la danza la hacía por disfrute y no por necesidad. La proteína fue la adición más importante a mi régimen alimenticio; me hacía comer carne roja y aprendí a cocinar. Mi receta favorita era un delicioso pargo con vinagre. Utilizaba harina, ajo y sal; se me hacía agua la boca. La mayoría de mis habilidades en la cocina, o por lo menos los fundamentos de ésta, me las enseñó Ernesto.
Nuestra actividad favorita consistía en una caminata por el enorme y antiguo mercado, a comprar montones de camarones frescos, llevarlos a casa, hervirlos y luego dejarlos enfriar, y sentarnos delante del televisor a ver fútbol y pelar camarones. Encontrábamos placer en esta simple actividad y en la intimidad que crecía entre nosotros. Adelgacé bastante, lo que hizo que la agencia estuviera complacida. Todavía tenía curvas, las curvas latinas, pero desarrollé una figura lo suficientemente delgada como para hacer mi trabajo. El sexo era bueno, o al menos aceptable, aunque no estoy segura de haberlo disfrutado plenamente. Lo que sí disfrutaba era lo mucho que nos reíamos cuando pasábamos el rato dentro en su apartamento, que era sencillo, o cuando salíamos y la pasábamos tan bien con sus amigos.
Él tenía un estudio de música pequeño organizado en el apartamento, y pasaba mucho tiempo allí cuando no tenía presentaciones. Iba a sus conciertos por las noches a la vez que empezaba a aprender los quehaceres de mi trabajo. Al principio fue emocionante, pero después ya no tanto.
Surgió una presión que iba creciendo en la relación a medida que mi carrera levantaba vuelo, esto ocurrió rápidamente. Viajaba con mucha frecuencia y, siempre que fuera posible, llegaba a casa en la noche para asegurarme de estar allí con él, incluso si trabajaba una jornada de diez horas en otra ciudad. Estaba desesperada porque no quería que las cosas se derrumbaran entre nosotros, puesto que me hacía feliz tenerlo a mi lado, pero resultó ser bastante agotador a la vez. Lo menos agradable fueron los numerosos y constantes viajes de ida y vuelta. Al principio, pareció ser una gran idea cuando Ernesto la propuso, pero resultó ser un enorme desgaste. Con frecuencia tenía que quedarme en albergues con baño compartido, y cuando por fin empecé a trabajar también en Madrid, tenía que hacer largos viajes en autobús y metro, porque Ernesto vivía en un bonito, pero distante sector a las afueras de la ciudad.
Una noche, llegué de Milán alrededor de las 11:00 pm (que era lo normal), después de haber viajado a Italia en el primer vuelo de la mañana, que salía a las 6:00 a. m. Entré y llamé a Ernesto.
—¿Hola? —Llamé a medida que subía las escaleras por el largo pasillo de la entrada. Sabía que Ernesto no se presentaba esa noche, así que era extraño que no estuviera en casa, sobre todo cuando venía de tan lejos para llegar a estar con él. Me cambié, me alisté para ir a dormir, y traté de mantenerme despierta. Acostada en la cama, pensé y fui consciente de que él salía con una frecuencia cada vez mayor, que tocaba menos y que no aparecía cuando yo llegaba a casa. Me di cuenta de que entre más trabajaba y desarrollaba mi profesión, más nos distanciábamos.
Finalmente, regresó a casa esa noche y me despertó a las 3:00 am, dispuesto y preparado para hablar. Me di cuenta de que lucía más delgado que de costumbre cuando se sentó al borde de la cama para cambiarse. No dije una sola palabra. Estaba cansada y tenía que levantarme en un par de horas para hacer otro largo viaje al día siguiente. Pero aquello se había convertido en un patrón: él trabajaba cada vez menos mientras yo trabajaba cada vez más. Estaba segura de que Ernesto consumía cocaína o alguna droga por el estilo.
—¿Qué está pasando con nosotros? —Finalmente le pregunté—. Creo que no estamos tan conectados como antes.
Él no respondió de inmediato. Se levantó y se metió en el baño por un minuto, luego apareció de regreso para responder.
—¿Por qué no volviste a mis conciertos ni a salir conmigo en la noche? —Preguntó desde el otro lado de la habitación, apoyado en el marco de la puerta.
—Bueno, no pensé que fuera un problema ni que te afectara, sino hasta ahora que lo mencionas, además, tengo que trabajar.
—Lo sé, pero quiero verte más.
No estaba segura de qué decir exactamente. Estaba en la ciudad por períodos cortos, volvía a casa tan pronto podía para dormir en la misma cama con él.
—Nos vemos mañana por la noche, por favor, tengo un concierto en el centro. Yo sabía que eso significaba bajar del avión después de una sesión de fotos, dirigirme al bar, y quedarme hasta tarde. Pero le dije que sí. Era claro que aquello le molestaba, así como a mí la distancia.
Me encontré con él la noche siguiente después de aterrizar de nuevo en Madrid de otro viaje de un día a Italia. Llegue y lo vi en el piso de abajo del bar, en una sala que estaba iluminada con una luz roja, justo a tiempo para escuchar la última canción. Era cautivante verlo en el escenario. Me sentí joven otra vez al escucharlo tocar y sospeché que el escenario era el único lugar donde él experimentaba lo mismo. Recordé por qué había surgido una atracción tan fuerte hacia él, al principio. Era cierto, no obstante, que no lucía como antes; se veía demacrado, no lo había notado en casa, pero ahí arriba era evidente.
Se bajó del escenario y vino hacia mí, lo saludé con la mano.
—Lo lograste —dijo, después me dio un rápido beso que me recordó mi amor por él y lo mucho que lo valoraba. Luego me llevó de la mano al baño, entramos juntos. Empezamos a besarnos, lejos de la multitud. Me moría de ganas de estar con ese hombre. Hacer que todo funcionara de nuevo.
—¿Tienes algo de coca? —Le pregunté. Estaba decidida en ese momento a hacer lo que fuera para cerrar la brecha entre los dos y pensé que la droga era la respuesta. Nunca había estado verdaderamente sola y mientras empezaba a ganar confianza y a verme como una profesional, me preocupaba por saber cuál era la razón que lo había hecho perder el interés en mí. Había dejado de sonreír y bromear, y parecía triste la mayoría del tiempo. Todavía sentía que lo necesitaba en mi vida a pesar de lo que nos ocurría. Tal vez era porque lo amaba, o quería creer que aquello era amor, o tal vez tenía miedo de estar sola y enfrentarme a quien yo era en mi interior. Pensé que al hacer lo mismo que él, cerraría la brecha entre ambos.
Estaba indeciso. Me besó sin responder. Le pregunté de nuevo:
—¿Tienes coca?
—¿Estás segura? —Preguntó.
Asentí con la cabeza.
Sacó una tarjeta de crédito y una pequeña bolsa de plástico que contenía polvo blanco. Lo regó sobre la parte posterior de la taza del baño, enrolló unos billetes. Antes de que pudiera detenerme, tomé el billete y entonces hice mi primera línea de coca. Me ardió la nariz, sentí que el cerebro se me quemaba. Experimenté el momento exacto en el que mi cuerpo la absorbió. Al bajar por la garganta la probé, era amarga. De inmediato, empecé a hablar frenéticamente. Tenía mucha energía, una energía inexplicable.
Él también se preparó una línea. Luego, nos besamos otra vez, sentí como si fuéramos socios en el crimen. No dijo nada, pero se veía que pasaba por un profundo conflicto interno, como si su deber hubiera sido detenerme. Creo, de todas maneras, que pensaba que no hubiera sido capaz de hacerlo. Fue todo tan desesperado y tan estúpido. Yo nunca había consumido drogas antes. Sabía que estaba mal, pero no quería perderlo y tontamente pensé que consumiendo cocaína volveríamos a estar bien. No estaba segura de lo que empezábamos a descubrir, pero tenía la certeza de que no íbamos por buen camino tampoco. Habíamos perdido todo lo que nos había unido en un principio. Pensé: Hice lo que debía para estar cerca de él; hice mi primera línea, compartiríamos algo, aunque sólo fuera cocaína.
—Quiero estar más tiempo contigo —dijo de repente mientras me besaba con furia.
Después de esa noche, lo acompañé en sus salidas con tanta frecuencia como pude. Traté de ser más estimulante para él y de hacer lo que le agradara. Y, la verdad, es que empezó a gustarme la cocaína. Me daba tanta energía que me hacía sentir viva e invencible. Tan poderosa que todo parecía posible. A pesar de que todo aquello se sentía muy bien, sabía que no se trataba más que de veneno, y me controlaba. La sensación era extraordinaria y hacía que buscara consumirla con tanta frecuencia como podía.